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ABC MADRID 14-07-1990 página 57
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ABC MADRID 14-07-1990 página 57

  • EdiciónABC, MADRID
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14 julio 1990 ABC ííícrario ABC V Crítica de la crítica La función de la crítica, su alcance y su validez han sido un asunto que ha ocupado activamente a los medios literarios españoles en los últimos años. Con el propósito de contribuir a este debate, de evidentes repercusiones en el desarrollo de nuestra vida cultural, ABC Literario ofrece hoy unas páginas especiales sobre la cuestión, con el concurso de autores, críticos y editores. ¿Cumple la crítica con el cometido que le es propio? ¿Admiten los autores las críticas razonables, aunque no sean favorables? ¿Es rigurosa, dura, o, por el contrario, condescendiente, blanda, la crítica que se practica hoy en España, e incluso más allá de nuestras fronteras? Estos y otros puntos de vista aparecen en los artículos de Francisco Ayala, Gonzalo Torrente Ballester, Stephen Vizinczey, Carlos Bousoño, Rafael Conté, Jorge Herralde y Miguel García- Posada. I no comparto el desdén, resentimiento u hostilidad tan comunes en novelistas, dramaturgos y poetas hacia la crítica, ¿será ello debido a que siempre tuve especial fortuna en la consideración que la crítica ha prestado a mis narraciones? ¿O será quizá por defender así mi propia actividad de zoilo? Dejando aparte, por ociosas, las posibles motivaciones subjetivas, preciso será reconocer que actividad tal es en principio no sólo legítima, sino indispensable, y que de entrada tiene que darse ya en el terreno del creador literario mismo. Todo escritor de fabulaciones poéticas ha de ser en efecto, siquiera de forma inmanente y tácita, crítico literario por cuanto que opera dentro de una tradición cuyos juicios de valor deberá asumir o revisar, y además, porque durante el proceso de su creación como escritor original tendrá que aplicar ineludiblemente apreciaciones críticas- autocríticas en tal circunstancia- al resultado de su labor. Así, no parecerá demasiado improbable la sospecha de que el rechazo en bloque del juicio ajeno, tan frecuente por parte de algunos autores que niegan autoridad o sentido a la crítica, encuentre su raíz en una pertinaz discrepancia entre ese juicio ajeno y la opinión que en su fuero interno mantenga el escritor particular acerca del valor y significado de los productos de su propia minerva. S Crítica y promoción común, el simple aficionado, el ocasional curioso; o, por otro lado, las reseñas con que este público amplio puede tropezar en las páginas de su periódico diario o semanario. Es ahí donde suele hallar comentarios favorables o desfavorables sobre las novedades de librería; ahí es donde se le ofrecen informaciones orientadoras; y nadie ignora que, entre quienes se dedican con asiduidad a suministrarlas, se cuentan críticos eminentes cuya bien fundada y establecida autoridad queda fuera de discusión. Si la crítica erudita puede afinar y sentar criterios que hayan de prevalecer a la larga en la historia de la literatura, la función inmediata de mediar entre los productos literarios nuevos y el lector actual hacia el que ellos se encaminan sigue siendo desempeñada, como venía siendo usual ya desde finales del siglo XVIII, a través de la Prensa corriente. Éste, según digo, era el modo como en la modernidad se venían procesando las relaciones peculiares del mundo literario. Ocurre sin embargo que, de entonces acá, hemos visto cómo la sociedad se transformaba mediante un desarrollo fenomenal de la tecnología y, por cuanto se refiere a nuestro tema, se producía un crecimiento desmesurado de las empresas publicitarias, con el efecto- que estamos presenciando y a- de que la industria editorial pase a convertirse en un simple sector- y no demasiado importante, sino más bien modesto- de una colosal estructura económica. De manera predominante, el libro es ahora lo que sólo de manera secundaria era antes: una mercadería, quedando sujeto en su promoción comercial a las implacables leyes del marketing Una imbatible propaganda astutamente calculada con vistas a las grandes cifras está llegando a ser la verdadera mediación entre el libro y el público lector. ¿De qué manera se conseguirá, bajo estas condiciones, que subsista con cierta eficacia una crítica literaria auténtica, esto es, autónoma e independiente? Dejemos que el tiempo lo diga. Francisco AYALA de la Real Academia Española Si aceptamos, como me parece sensato, que la crítica tiene su razón de ser y no es ejercicio vano, habrá que ponerse de acuerdo en seguida acerca de cuál sea su legítima función; y en este punto, aquello que parecería obvio: que tal función consiste en mediar entre la obra de arte y el lector común para ayudarle a que la entienda mejor y la disfrute, obligaría a poner en entredicho una gran parte de los mejores esfuerzos académicos que hoy día se aplican a interpretar y explicar la literatura contemporánea, pues vienen envueltos en jergas que son ininteligibles no ya para ese lector común, sino para cualquiera que no se haya dado el trabajo, tan fútil como arduo, de aprendérselas previamente. ¿De dónde proviene ese carácter esotérico de las actuales escuelas críticas en disputa? Demasiado espacio requeriría el intento de investigarlo. A primera vista se advierte, sin embargo, que el bizantinismo de tales disquisiciones, lucubradas para su discusión en el seno de estrechos círculos profesionales, se corresponde bien con esa novelística para novelistas y esa poesía para poetas que, de espaldas al público general, convive hoy con la literatura barata, de modo que sería frivolo querer despachar el fenómeno como si fuese una mera aberración caprichosa: algún fundamento serio ha de encontrar en las condiciones generales de la cultura en nuestra época. Por otro lado, una mirada retrospectiva nos revelará el hecho de que la crítica académica, erudita o sabia, aplicada a estudiar obras contemporáneas, tuvo su desarrollo inicial por reacción contra la llamada crítica impresionista esta otra especie de crítica que, por su parte, se limita a presentar un libro recién publicado y reseñar las espontáneas reflexiones que su lectura ha suscitado en el ánimo del comentarista. De que esto es tam- bién insatisfactorio, no hay duda. Cierto que el crítico no pasa de ser en todo caso un lector cualificado; pero su calificación debe poder habilitarle- l o que no siempre ocurre- para autorizar su juicio mediante apreciaciones de validez objetiva, pues al lector exigente un simple parecer personal no le basta. Ahora bien- y en ello quiero insistir enérgicam e n t e- la impresión en cuanto perfección del valor estético de la obra considerada, no sólo no es factor desdeñable, sino que resulta al contrario elemento esencial para el juicio crítico. Los estudios académicos de obras modernas o contemporáneas- excelentes algunos y otros deleznables- suelen llevarse a cabo en aplicación práctica del formidable desarrollo experimentado durante las últimas décadas por la teoría literaria, y tienen en consecuencia un carácter marginal, reducidos al ámbito de publicaciones especializadas. Nos encontramos, pues, en la alternativa entre una crítica científica a la que- cualquiera qué sea su mérito- no tiene acceso el público general, el lector

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