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ABC MADRID 16-06-1990 página 72
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ABC MADRID 16-06-1990 página 72

  • EdiciónABC, MADRID
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VIH ABC I N sábado por la tarde en La WJ Salle Street, hace ya mut chos años, cuando yo era aún un niño, a eso de las tres la señora Shannon, aquella oronda irlandesa que llevaba siempre el delantal lleno de lamparones de sopa, abrió la ventana de su apartamento que daba a la parte de atrás y gritócon voz estentórea por el patio: ¡Eh, César, eh, que creo que estás saliendo en la televisión, te juro que eres tú! Cuando oí los primeros acordes de la sintonía del programa Te quiero, Lucy me puse nerviosísimo, porque me di cuenta de que se refería a un acontecimiento marcado por el sello de la eternidad, a aquel episodio en el que mi difunto padre y mi tío César habían aparecido haciendo los papeles de unos cantantes, primos de Ricky Ricardo, que llegaban a Nueva York procedentes de la provincia de Oriente, en Cuba, para actuar en el club nocturno de Ricky, el Tropicana. Todo lo cual no dejaba de ser una trasposición bastante fiel de sus vidas reales: ambos eran músicos, componían canciones y se habían venido de La Habana a Nueva York en 1949, el año en que formaron Los Reyes del Mambo una orquesta que llenó clubs, salas de baile y teatros por toda la Costa Este, e incluso- l o que constituyó el momento culminante de su carrera musical- hicieron un legendario viaje a San Francisco en un autocar pintado de color rosa pálido para actuar en la Sala de Baile Sweet, en un programa compuesto exclusivamente por estrellas del mambo, en una hermosa noche de gloria, ajena aún a la muerte, al dolor, a todo silencio. ESI Arnaz los había visto to- car una noche en un club nocturno que estaba en no sé qué sitio en el oeste de Manhattan, y tal vez porque ya se conocían de La Habana o de la provincia de Oriente, donde habían nacido tanto el propio Arnaz como los dos hermanos, lo lógico y natural fue que los invitara a cantar en su programa de variedades. Una de las canciones, un bolero romántico que ellos habían compuesto, le gustó especialmente: Bella María de mi alma Unos meses más tarde- n o sé cuántos exactamente, yo tenía entonces cinco años- empezaron a ensayar para la inmortal aparición de mi padre en aquel programa. A mí los suaves golpecitos que daba mi padre llamando a la puerta de Ricky Ricardo siempre me han parecido una llamada de ultratumba, ABC 16 jun Los reyes del mambo t como en las películas de Drácula o de muertos vivientes, en las que los espíritus brotan de debajo de losas sepulcrales y se deslizan por las rotas ventanas y los carcomidos suelos de lúgubres mansiones antiguas: Lucille Ball, la encantadora actriz y comediante pelirroja que- hacía el papel de esposa de Ricky, estaba limpiando la casa cuando oía a mi padre golpear suavemente con los nudillos a la puerta. -Ya -contestaba con voz cantarína. allí en la entrada aparecían dos hombres con trajes de seda blancos, pajaritas que parecían mariposas con las alas desplegadas, los negros estuches de un instrumento musical en una mano y sus canotiers en la otra: mi padre, Néstor Castillo, delgado y ancho de hombros, y mi tío César, corpulento e inmenso. Mi tío decía: ¿La señora Ricardo? Yo soy Alfonso y éste es mi hermano Manny... Y el rostro de la dueña de la casa se iluminaba con una radiante sonrisa y contestaba: -Ah, ustedes son los que vienen de Cuba, ¿no? ¡Ricky me ha hablado tantísimo de ustedes! Y luego, sin más preámbulos, se sentaban en el sofá y entonces entraba Ricky Ricardo y les decía algo así como: ¡Manny, Alfonso! ¡Pero bueno... qué estupendo que hayan podido arreglarlo todo y venir de La Habana para el programa! Y entonces mi padre contestaba con una sonrisa. La primera vez que vi el programa fue cuando lo repusieron en televisión y recordé muchas más cosas de él: cómo me sentaba en sus rodillas, el olor de la colonia que usaba, las palmaditas que me daba en la cabeza, la moneda de diez centavos que me ofre. cía jugando, las caricias que me hacía en la cara mientras silbaba, y los paseos que nos llevaba a dar a mí y a mi hermanita Leticia por el parque, y muchos otros momentos que acudieron atropelladamente a mi memoria, de forma que verle aparecer en el programa tuvo algo de portentoso, como si se tratara de la resurrección de la carne, como si Cristo hubiera salido del sepulcro e inundara el mundo con su luz- eso es lo que nos enseñaban en la parroquia del barrio, que tenía aquellas grandes puertas pintadas de rojo- porque mi padre estaba entonces otra vez vivo y se quitaba el sombrero y se sentaba en el sofá del salón de la casa de Ricky, con el negro estuche de su instrumento musical descansando en el regazo. Con el corazón latiéndome apresuradamente encendí el gran aparato de televisión en blanco y negro que tenía en el salón y traté de despertarle. Mi tío se había quedado dormido en la cocina- había trabajado hasta muy tarde la noche antes, actuando en un club social del Bronx, cantando y tocando la trompa con un grupo de músicos cogidos de aquí y de allá- y Óscar Hijuelos, un neoyorqi cubanas, es el autor de un libro editorial norteamericano. El éxit canciones de amor -que asÉ literaria de Hijuelos- viene a sa suscita todo lo relacionado con New York Times como el lii distinguido, además, con el pre ámbito hispano está, pues, ser narra la historia de los hermane llegan a Nueva York en 1949 otros. Tragedia, amor y muerte traducido ya a casi todos los; Siruela lo pondrá a la venta ONCABA, tenía la camisa había trabajado mucho la noche anabierta, pues varios boto- terior, cantando y tocando la trom s se le habían desabro- peta por espacio de siete u ocho chado a la altura del estómago. En- horas. Me refiero a una de esas tre los delicados dedos índice y co- fiestas de boda que se celebran en razón de su mano derecha tenía un locales llenos de humo- con las cigarrillo Chesterfield consumido salidas de incendios atrancadas con hasta el filtro y en la misma mano cerrojos- que duran desde las sujetaba aún un vaso medio vacío nueve de la noche hasta las cuatro de whisky de centeno, que es lo o las cinco de la madrugada, y en que solía beber como un loco, pues las que la orquesta toca una y hasen los últimos años venía padecien- ta dos horas seguidas cada vez. do pesadillas, veía apariciones y Pensé que lo único que necesitaba sentía que una maldición pesaba era descansar. ¿Cómo iba yo a sasobre él, y también porque, a pesar ber que cuando llegaba a casa, de todas las mujeres que se llevaba para relajarse se bebía un vaso de a la cama, su vida de soltero le pa- whisky y luego un segundo y un terrecía llena de soledad y de tedio. cer vaso, y así hasta que plantaba Pero en aquella época yo no sabía el codo en la mesa y lo empleaba a todo esto y creía que se había que- modo de soporte de la barbilla, dado dormido simplemente porque pues de otra manera le resultaba K s. yJANBO oí los primeros acordes de la sintonía del programa Te quiero, Lucy me puse nerviosísimo, porque me di cuenta de que se refería a un acontecimiento marcado por el sello de la eternidad, a aquel episodio en el que mi difunto padre y mi tío César habían aparecido haciendo los papeles de unos cantantes que llegaban a Nueva York procedentes de Cuba

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