Archivo ABC
ArchivoHemeroteca
ABC MADRID 27-01-1990 página 54
ABC MADRID 27-01-1990 página 54
Ir a detalle de periódico

ABC MADRID 27-01-1990 página 54

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página54
Más información

Descripción

VI ABC ABC 27 enero 1990 -Viajes- El río delolvido Julio Llamazares Seix- Barral. Barcelona, 1989 189 páginas. 1.200 pesetas Viaje por España Hans Christian Andersen Traducción y edición de Marisa Rey. Alianza Madrid, 1989. 265 páginas. 550 pesetas E N 1946 Camilo José Cela publicaba Viaje a la Alcarria un libro de viajes que venía a descubrir una región poco frecuentada de la geografía española. Cela descubría el paisaje y a sus hombres andando por los caminos o en destartalados autobuses, como hizo también Josep Pía. Parte de esta literatura, deliberadamente realista y lírica, perfilaba los retratos, en trazo impresionista, de los habitantes de unos pueblos que dormían en el tiempo. Cela inauguró un género de claros antecedentes romántiJ u l i 0 Llamazares eos, de signo costumbrista. Y de aquellos viajes evocadores nacieron años más tarde otros de carácter denunciatorio y social: Juan Goytisolo, Antonio Ferres, Alfonso Grosso y alguno más. Pero el libro de viaje parecía haber perdido su vigencia. O, en todo caso, descubría nuevas posibilidades imaginativas en Julio Cortázar por ejemplo, viajero por las autopistas francesas, a la caza de los inéditos parajes de sus zonas de descanso. El río del olvido del escritor leonés Julio Llamazares (nacido en 1955) es un calco deliberado de aquel primer viaje de Cela, que más tarde se prolongaría, en la pluma del escritor gallego, por otras regiones del país, desde su Galicia natal hasta el Pirineo leridano. También Llamazares emprende su viaje a pie y recorre los diez o doce valles que atraviesa el río Curueño, a lo largo de cuarenta y cuatro kilómetros, dialogando con los aldeanos, comiendo en las ventas del camino y descansando en los pajares o en los andenes de las estaciones o, simplemente, al aire libre. Fruto de aquellas experiencias es un libro en el que paisajes y pueblos en vías de extinción, porque sus moradores han preferido una vida menos dura, reciben un tratamiento evocador y sugerente. Este viaje lo emprendió Llamazares en 1981 y hoy nos lo ofrece, una reelaboración de notas e impresiones, tras haber conseguido éxito de crítica y público con sus novelas Luna de lobos (1985) y La lluvia amarilla (1988) donde se mostraba como un escritor atento al estilo, a la prosa cuidada y seductora. Nadie va hoy a poner en duda la capacidad evocadora de Llamazares. Pero, en cambio, no resulta fácil justificar un texto de intencionalidad ambigua, casi arqueológica. Desde aquel 1946, y un Cela con la mochila, la literatura española ha discurrido por derroteros distintos e incluso contradictorios. ¿Es conveniente regresar al viaje, entendido como esa experiencia singular y descubridora? No sólo las tierras del Curueño constituyen un reducto por descubrir. Pero me pregunto si pertinentes que se descubran siguiendo las pautas del trillado y ya clásico viaje alcarreño de Cela. La fórmula utilizada es la misma. E incluso los rasgos estilísticos coinciden. Llamazares tiene perfecto derecho a considerar que aquel viaje de 1981 (no tan lejano, por consiguiente) se ha convertido, en la memoria y en el tiempo, en recuerdos y fantasmas, y hasta puede hacernos creer que desde 1981 hasta 1990 las notas de aquel viaje, abandonadas en un baúl, se han tomado amarillas fruto quizá del mal papel que entonces se utilizó; pero, en todo caso, signos evidentes de que el autor quiere aparecer ante nuestros ojos corno figura literaria más bien romántica e interpuesta. Llamazares recurre a las fórmulas expresivas de Cela, en realidad tics cuya reiteración empobrece el texto. Así, entre las páginas 11 y 15 se repite dieciocho veces la referencia al viajero Preferimos no seguir contando, pero el tic se mantiene hasta el final del libro. El siguiente diálogo, pretendidamente gracioso, ¿Tú sabes dónde se juntan los dos ríos? -Depende. ¿Cómo que depende? -P u e s eso, que depende. -Que depende ¿de qué? -Pues de que le pregunte a uno de Barrio o a uno de Ambasaguas (página 14) no es de Cela, como a primera vista pudiera parecerle al lector, sino de, Llamazares enfundado en el corpachón del escritor gallego. Otros hábitos, como el niño (o lo que sea) repetidos una y otra vez, son también celianos. El lector se ve necesariamente obligado a defenderse del paralelismo estilístico, característica que nace de una dependencia casi absoluta del modelo, e ir deslindando lo que en justicia le corresponde al joven escritor, que precisa la fecha del viaje, 4 de agosto de 1981 (página 26) Personajes como Eufemiano Díaz González, quien permaneció diez años escondido y en- A El río del olvido del escritor leonés Julio Llamazares, es un calco deliberado de Viaje a la Alcarria de Cela. Nadie va hoy a poner en duda la capacidad evocadora de Llamazares. Pero, en cambio, no resulta fácil justificar un texto de intencionalidad ambigua, casi arqueológica terrado en una casi tumba en los corrales de su casa al finalizar la guerra civil, ¿mantienen su interés literario en 1990? En cambio, el señorito de Otero resulta más cercano. Se ha convertido en señorito y criado (página 65) En Cerulleda, apenas quince casas alineadas junto al río el autor intenta descubrir las huellas de Jesús Fernández Santos. Llamazares nada aporta al libro de viaje sino la materia narrada. Sigue los raíles de una fórmula ya celebrada. Al viajero de 1990 le exigiríamos algo más que sensibilidad (nuestro autor la tiene a espuertas) y un excelente dominio del lenguaje (no importa advertir en él a un estilista) El río del olvido fue un ejercicio de estilo que, al no ser publicado en su día, merecería otra suerte: convertirse, por ejemplo, en el escenario de una novela idílica. Joaquín MARCO Hans Christian Andersen le fascinaba España. O, al menos, le fascinó hasta que viajó por ella. A Andersen debía pasarle eso con la mayoría de sus experiencias, aunque él nunca lo hubiera reconocido expresamente. Prefería seguir viviendo el cuento de su vida y hasta tituló de ese modo, El cuento de mi vida su obra autobiográfica, ya publicada en España, y reseñada en estas mismas páginas. La capacidad del escritor danés para ver las cosas de la manera en que debían ocurrirle, y no de otra, la pone de relieve muy acertadamente la traductora al español de dicho libro, Pilar Lorenzo, advirtiendo al lector que no es oro todo lo que reluce en la vida de Andersen. Y hubiera sido imposible, porque fíjense qué joya: Mi vida es un bello cuento, tan rica y dichosa. Si de niño, cuando salí a recorrer el mundo, solo y pobre, me hubiera salido al paso un hada prodigiosa que me hubiera dicho: Escoge tu camino y tu meta, que yo te protegeré y te guiaré... no pudiera mi suerte haber sido más feliz. Lo que caracteriza a Hans Christian Andersen es su inmensa capacidad para la fábula. Pero, como decíamos, a este espléndido cuentista le fascinaba España. El origen de tan romántica atracción se encuentra en su más tierna infancia, cuando, a la edad de tres años, un soldadito español- d e un regimiento que andaba por allí colaborando en correrías napoleónicas- lo alzó y apretó en sus brazos. Desde entonces, Andersen empezó a buscar ese sur de ojos negros, nobleza y pasión que pensaba España. Y España empezó a aparecer en su obra y a convertirse en el objetivo soñado de sus viajes. Al fin, en 1862- Andersen contaba cincuenta y siete años- el sueño se hizo realidad y nuestro escritor llevó a cabo la visita a España, de cuatro meses de duración, cuyas peripecias e impresiones se relatan en nuestro libro de hoy. Andersen nos presenta un viaje instructivo, bastante placentero a pesar de las diligencias y de ciertos alojamientos, lleno de mujeres y de lugares bellos y de cónsules del norte cuyos salones se abren a Andersen a la par que sus corazones. Como nuestro admirado fabulador no hablaba la lengua del país y, por tanto, no le era fácil hacer amistad con los españoles, lo antes dicho no era poco. Y hay que reconocer además que, ante las tribulaciones propias de todo viaje a territorios subdesarrollados, Andersen muestra el talante del más valiente y sufrido expedicionario. Tan sólo deja traslucir cansancio y tristeza en Madrid. En Madrid, Andersen, todo un chicarrón del norte, pasó más frío que en ninguno de sus inviernos daneses. Los amigos de sus amigos no estaban en casa y en la Plaza Mayor se sintió oprimido como en el patio de una cárcel Para colmo de los colmos, en Madrid nadie conocía su obra y los escritores no le hacían caso. Claro que él no lo cuenta exactamente así, pero la autora de esta bien realizada edición, Marisa Rey, demuestra con otros textos lo que ya al simple lector le parece adivinar: que tal vez la fascinación de Andersen por España murió en España. Ana SALADO

Te puede interesar

Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.