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ABC MADRID 10-11-1989 página 3
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ABC MADRID 10-11-1989 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 10 NOVIEMBRE 1989 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA A República Democrática de Alemania se incorporó tardíamente a la ventolera del reformismo, o quizá regeneracionismo, de la Europa del Éste. Estaban los polacos y los húngaros tirando por la ventana todo su pasado comunista, pero la RDA daba la impresión de que se mantendría fuera del tumulto, bajo el patriarcado de Erich Honecker. Ningún líder comunista europeo podría presumir más que él de fidelísimo a la URSS y a la memoria de Stalin, continuando la tradición que había iniciado Walter Ulbrich. Y, de repente, los alemanes del Este se echaron a la calle, reclamando libertades y elecciones, y ahora mismo, sin un muerto, sin que se oiga una sirena de ambulancias, un millón de ellos, según se calcula, se dispone a abandonar el territorio de la República. El Gobierno, al fin, ha proclamado su política de pasaportes y visados libres, y el que quiera marcharse, que se vaya. Probablemente nos hallamos ante un acontecimiento sin precedentes en la historia. Toda una nación de 17 millones de habitantes ha tirado del tapón de la bañera, y agua abajo comienza a vaciarse. Hace unos días, vimos en un periódico berlinés un dibujo: una multitud estaba evacuando un lugar, y alguien decía: El último que salga, que no se olvide de apagar la luz. Por supuesto, el lugar era la República Democrática. Esa estampida de los alemanes del Este es rara. La gente suele aferrarse al mundo en que nació, por hostil que le sea. Uno se pregunta, a veces, cómo los sudaneses, o los libios, o los afganos, se pueden jugar la vida defendiendo lo que no son más que vastos arenales, o maniguas, o pedernales. Hace años, circulaba por ahí una viñeta en la que un jeque árabe mostraba el desierto a su hijo, y poniendo una mano sobre su hombro le decía: Piensa, hijo mío, que algún día todo esto será tuyo. Piensen ustedes, en cambio, en la Alemania del Este, con sus bellísimas ciudades, como Dresden o Leipzig, con sus grandes Universidades, con sus espléndidas orquestas sinfónicas, y un alto nivel de vida ligeramente inferior, en sólo 500 dólares de renta anual per cápita a la República Federal. Y piensen ustedes en las carreras, en las posiciones profesionales, en los derechos adquiridos de todas esas personas que con lo puesto han franqueado mil obstáculos, han viajado cruzando fronteras y se han plantado en la otra Alemania, a enfrentarse con todos los problemas que esperan siempre a un refugiado: conseguir una vivienda, encontrar trabajo y adaptarse a la libertad. No crean ustedes que es fácil adaptarse a la libertad. Ha habido gentes que después de huir de algún país comunista han regresado a él, porque no sabían vivir en libertad. Recuerdo haber leído un ABC libro, hace muchos años, de una tal Bárbara Grunert- Bronnen, que se titulaba Soy ciudadana de la RDA y vivo en la RFA Era un libro de lamentación de haberse ido de su tierra. Una inadaptada más, pero ciertamente no sola. En la década de los sesenta, tres millones y medio de alemanes del Este huyeron a la del Oeste, pero lo que sabe poca gente es que no menos de medio millón, en ese mismo tiempo, regresó a su origen, a sabiendas de las oportunidades económicas que habían abandonado y de los riesgos políticos. La huida de los alemanes del Este a la Alemania del Oeste no es cosa de ahora, pues. Esos tres millones y medio sólo para la década de los sesenta, debió de seguir aumentando en años sucesivos, pero por esa época ya las autoridades comunistas comenzaron a sospechar algo increíble: que su República muy bien podría despoblarse, al ritmo que llevaban las fugas. Comenzaron las restricciones, y toda la frontera que recorre el Elba, poco más o. menos, fue erizándose de púas, alambre de espino, torres de vigilancia y perros pastores, recibiendo los centinelas órdenes de disparar a matar, y vaya si disparaban y si mataban. Por último, en 1961, de la noche a la mañana, que es lo que por lo visto el demonio tardó en construir el acueducto de Segovia, en Berlín levantaron un regimiento de albañiles el famoso muro, que llamamos de la vergüenza, pero del que hombres como Honecker parecía que estaban más bien orgullosos. Según ellos, el muro lo habían construido no para que los alemanes del Este huyesen al Berlín Oeste, sino para que ¡los alemanes del Oeste no se pasasen ai Berlín del Este! Delante de este muro, desde una tribuna improvisada, los hombres más ilustres de este tiempo han pronunciado discursos memorables. Desde allí, gritando al Este, dijo Kennedy aquello de Ich bin ein Berliner y mucho más recientemente Reagan rogó a Gorbachov: Por favor, señor Gorbachov, derribe ese muro. Era, pues, como eso: Como hablar a una DOMICILIO SOCIAL S E R R ANO, 61 2 8 0 0 6- M AD R I D DL: M- 13- 58. PAGS. 120 L EL ÚLTIMO, QUE APAGUE LA LUZ EDICIÓN INTERNACIONAL, Un medio publicitario único para transmisión de mensajes comerciales a ciento sesenta naciones pared. No hay sordera comparable a la de un buen comunista. Los Ulbricht, los Honecker y demás camaradas han permanecido absolutamente sordos a lo largo de más de cuarenta años, y sólo ahora parecen haber oído voces, seguramente no saben dónde, todavía. Como ya dije, se calcula que quizá un millón de alemanes se vaya de la República Democrática en los próximos meses. Pero nadie podría predecir si los huidos se van a parar en ese número, o si van a continuar buscando refugio en la RDA. Pueden imaginarse ustedes las consecuencias si la estampida continúa hasta los dos, o tres, o cuatro millones. Absorber semejante cantidad de gente que tiene que partir de cero, o casi, no creo que pueda hacerlo ni siquiera un país tan rico con esa RFA, y cuyo genio nacional es la capacidad de organización. El impacto de semejante masa humana podría volcar cualquier otro país europeo. Ahí tenemos a Francia, que no ha podido digerir bien su población norteafricana, o a Gran Bretaña, que en cuanto China hizo la pirula de Tiannamen despachó corriendo a sir Leslie Howe a Hong- Kong, para disuadir a aquellas gentes de sus proyectos de establecerse en Inglaterra, cuando China se hiciese cargo de la colonia, en 1997. Tan catastróficos podrían ser los efectos de una migración alemana en masa que estamos autorizados a pensar que a lo mejor esa generosidad de dar a voleo pasaportes y visados lleva dentro algo más que buenas intenciones. Apenas podría pensarse en algo más perturbador de la vida de Alemania federal, es cierto. Pero si las autoridades germanas del Este creen que con eso le crean un problema agobiante a sus vecinos del Oeste y que los ciudadanos que opten por quedarse van a seguir siendo dóciles y disciplinados camaradas, han leído mal el mensaje. Esa Alemania que se ha abierto las venas de su población, que se va a quedar sin los más laboriosos y los mejor preparados, como país se ha descalificado. Su breve historia de menos de medio siglo ha llegado a un abrupto final. El rescate de un país así volcado, que primero ha humillado y castigado a sus gobernantes, y que después se ha vaciado, sólo podría hacerlo, en su día, la reunificación de Alemania, el gran tema que hasta hace unas semanas nadie se atrevía a abrir porque era la caja de Pandora de una Europa arrepentida de lo que Quevedo llamaba sus locuras, temorosa siempre de Alemania, pero admiradora siempre de ella, y más necesitada de ella ahora que nunca. Sigamos, pues, contando, hasta que alguien nos diga algo parecido a esto: En el día de hoy ha salido de la ex República Democrática Alemana el último ciudadano que quedaba. Manuel BLANCO TOBIO

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