ABC MADRID 09-09-1989 página 51
- EdiciónABC, MADRID
- Página51
- Fecha de publicación09/09/1989
- ID0001703418
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9 septiembre- 1989 ABC TíTcrarío ABC VII Claudio Magris nació en 1939 en Trieste, una ciudad de frontera no sólo en el sentido geográfico en la que vivió Joyce y crecieron Svevo y Saba. Autor de siete libros y un drama, Stadelmann sobre un viejo criado de Goethe trastornado por los admiradores de la obra de su amo, lleva vendidos de su libro más importante, El Danubio más de doscientos mil ejemplares y ha sido traducido a trece lenguas. ABC Literario publica a continuación un articulo de Magris en el que glosa El Diccionario de los Jázaros uno de los grandes éxitos de la temporada literaria en Italia y Francia y que Anagrama editará próximamente en España. En una entrevista en páginas centrales, Magris revisa la situación cultural europea, y afirma que en España ha encontrado el mundo del que mi viaje es una metáfora Los demonios y los Jázaros L diablo no ve el futuro, se dice hacia el final del Diccionario de los Jázaros en uno de los tantos apéndices que, junto a las voces, fichas, notas y remisiones, componen la estructura móvil del libro, que se puede mezclar a placer como una baraja de cartas. Es una de las tantas intuiciones poéticas diseminadas con profusión en el tapete multicolor de esta novela, con una prodigalidad creativa que, a veces, corre el riesgo de esconder las propias joyas en el laberinto y de enterrarlas bajo la lluvia de la invención fantástica. Entre otras cosas, el fascinante libro de Milorad Pavic es un tiovivo de demonios, una enciclopedia de lo demoniaco y de todos los disfraces bajo los que se presenta, se camufla y se disipa: en el Diccionario de los Jázaros el diablo aparece bajo las más variadas vestiduras, como liutista, condottiero figura de sueño, un objeto cualquiera, lengua sin sentido. Pero aunque sea indestructible y proteiforme, y nazca de cualquier ceniza, el diablo, en el libro de Pavic, parece dotado sobre todo para una actividad, la de desaparecer. En el fondo es frágil, inconsistente, se desmorona fácilmente en polvo como los viejos pergaminos y los viejos libros disueltos en el olvido. Él, poderoso señor del mal, capaz de tantos tr. ucos vertiginosos, es débil porque no ve el futuro, no puede concebir la renovación de la vida, los nuevos cielos y las nuevas tierras prometidas por la fe y la esperanza; él confunde la eternidad con el pasado, imagina que lo que ha sido debe repetirse siempre, con innumerables pero irrelevantes variaciones. El diablo es conservador: es sutil e inteligente como lo son a menudo los conservadores en su lúcido desencanto, pero, como a ellos, le está negada la genialidad creativa. No por nada él es el anticreador. También los grandes diablos de la grandísima literatura son sarcásticos y melancólicos, conservadores, perseguidos por la realidad que se transforma: el Mefistófeles de Goethe que pierde la apuesta; el de Svevo que se mesa perplejo las barbas porque sus mercancías tienen poca demanda; el de Bulgakov, que da una mirada de adiós a Moscú; el. de Guimaraes Rosa, que no se presenta a la cita y no está; el de Cinger, que termina cuando ha roído la última letra del libro del que se alimenta. Pavic entra dignamente en esta demonología poética contemporánea, en esta literatura del. eclipse o la extinción del diablo. Ésta es sólo una de las tantas llaves posibles para leer el Diccionario de los Jázaros libro que, por otra parte- como ya la Novela léxica de Andreas Okopenko- niega poseer una llave y que, para el autor, no tiene siquiera un hilo conductor: exactamente igual que un diccionario, puede ser leído desde el principio al final, pero también partiendo desde cualquier página y continuando en la dirección que se quiera, inventar recorridos y sucesiones conectando una definición a otra, descubrir llamadas y remisiones internas, llegar a metas encantadoras y a revelaciones llenas de significado o perderse en una opatrastada por otras- e n realidad más débilestraducciones, según las cuales este pueblo se habría convertido al islamismo o al cristianismo. Pavic divide su relato en tres libros, o mejor en tres diccionarios, en los que recurren casi las mismas voces- personajes, problemas, historias- expuestas y narradas, respectivamente, según la versión cristiana, hebraica o musulmana; ya en este acercamiento- e n el que se mezcla realidad y ficción, erudición e imaginación- rebotan los ecos, se permiten o restringen concesiones, se encienden fuegos de elipsis fantásticas. El Diccionario de los Jázaros está repleto, quizá demasiado, de acciones que generan otras acciones; de figuras, anécdotas, leyendas, espejos velados, falsas ventanas... Sin embargo, sería un error celebrar este libro por ese molinillo de fantasmas que se desvanecen como se desvanece el vaho sobre un cristal. En la verdadera novela, no es la historia de los Jázaros, o de sus exegetas auténticos o apócrifos, sino la aventura del último exegeta, el yo que escribe este diccionario buscando en esas filigranas y en esos arabescos el propio rostro y el propio mundo. También Pavic- o mejor, el yo que escribe el libro y que no es idéntico al autor de Belgrado- descubre que la historia, las tradiciones, los comentarios antiguos son, como los montes, los árboles o los ríos, el pretexto para reflejarse en las cosas y reconocer en ellas la propia y variable imagen. También para él, como para mí, el universo danubiano- con su mezcla heterogénea de etnias, civilizaciones, lenguas, religiones y costumbres distintas y estratificadas- es el símbolo del oscuro y caótico florecer de la vida, que se recubre en vano de sus gestiones, fabulosas y preciosismo cultural. El lexicógrafo o el viajante que se aventura en aquel mundo construye castillos de papel con toda su cultura para protegerse de la visión del vacío, del opaco nada de la existencia, pero este último es más fuerte, y la verdadera, profunda historia que se narra, es la disolución de aquellas fábulas, de aquellos colores, de aquellos laberintos. El rocambolesco diccionario concluye con la nítida y sencilla imagen de un joven y una muchacha que comen, apretados el uno contra la otra, al borde de una carretera. Puede que El Diccionario de los Jázaros sea el canto del cisne y la liquidación de la narrativa hiperculta, de las novelas de cajas chinas, del infierno de los exasperados particularismos locales, la fascinante epopeya de una lengua muerta sobre cuyas cenizas nace, quizá, una nueva literatura, más clásica que anómala, más central que excéntrica. Claudio MAGRIS ca y enrevesada insensatez, quedar confusos y perdidos, ceder a la irritación y al aburrimiento o sentirse de pronto felices. El lector, llamado- como en cualquier libro, pero en este caso más que nunca- a convertirse en coautor y a llevar a término la obra devanando unos de los tantos hilos posibles de la madeja, es como un transeúnte en una calle o en una plaza llena de gente. A su alrededor fluye la multitud, rostros desconocidos, familiares o posiblemente ya vistos en otra ocasión, figuras que desaparecen un instante después tras la esquina y otras que reaparecen continuamente paseando de una acera a la otra, gente que se saluda y que se ignora, que choca accidentalmente, personas que acaban de salir del lecho común o que se ven por primera vez, historias que, en el mismo instante, comienzan, terminan o discurren paralelas. El transeúnte que quisiera contar ese mundo alrededor de él podría elegir entre las muchas anécdotas y las muchas conexiones que subsisten, en el interior de ese caleidoscopio, entre diversos personajes y grupos de personajes; tendría que seleccionar, descartar, conectar, ordenar, establecer secuencias y órdenes de sucesión. Algo parecido le ocurre al autor del Diccionario de los Jázaros Los Jázaros son un pueblo desaparecido, probablemente de origen turco, que se estableció entre los siglos Vil y XIX a orillas del Mar Caspio y que son relativamente conocidos sobre todo gracias al Rey de los Jázaros un diálogo filosófico- religioso escrito por Judas Levita en ocasión de su conversión al judaismo. Ésta última, sin embargo, está con-