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ABC MADRID 28-08-1989 página 3
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ABC MADRID 28-08-1989 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO PRENSA POR ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 28 DE AGOSTO DE 1989 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ABC no le pido ni le deseo a ningún joven que lo entienda, porque para entenderlo tendría que padecerlo, y yo no puedo desear a nadie que sea crucificado. En mi exilio, como en todos los exilios de verdad, hay algo sacro, algo inefable, el tiempo y las circunstancias en que me ha tocado vivir y a lo que no puedo renunciar. Salimos del presente para caer en el futuro desconocido, pero, sin olvidar el pasado, nuestra alma está cruzada por sedimentos de siglos, son más grandes las raíces que las ramas que ven la luz. Es en la obra del amanecer, trágica y de aurora, en que las sombras de la noche comienzan a mostrar su sentido y las figuras inciertas comienzan a desvelarse ante la luz, la hora de la luz en que se congregan pasado y porvenir. DOMICILIO SOCIAL S E R R i í L N 0, 6 1 OO ¿á O 0 0 6- MADR I D M- 13- 58. PAGS 80 DL: AMO MI EXILIO H ACE ya bastantes años que escribí en La tumba de Antígona que la patria es el mar que recoge el río de la muchedumbre Esa muchedumbre en la que uno va sin marcharse, sin perderse, el Pueblo, andando al mismo paso con los vivos, con los muertos. Y ai salirse de ese mar, de ese río, sólo entre cielo y tierra, hay que recogerse a sí mismo y cargar con el propio peso; hay que juntar toda la vida pasada que se vuelve presente y sostenerla en vilo para que no se arrastre. No hay que arrastrar el pasado, ni el ahora; el día que acaba de pasar hay que llevarlo hacia arriba, juntarlo con todos los demás, sostenerlo. Hay que subir siempre. Eso es el destierro, una cuesta, aunque sea en el desierto. Esa cuesta que sube siempre y por ancho que sea el espacio a la vista, es siempre estrecha. Y hay que mirar, claro, a todas partes, atender a todo como un centinela en el último confín de la tierra conocida. Pero hay que tener el corazón en lo alto, hay que izarlo para que no se hunda, para que no se nos vaya. Y para no ir uno, uno mismo, haciéndose pedazos. No hay que arrastar el pasado, ni tampoco olvidarlo. Nos falta a los españoles, por muchas apelaciones que los retóricos hagan al pasado y por mucho ahincamiento tradicionalista a los que así se llaman, la imagen clara de nuestro ayer, aun el más inmediato. Existe una cierta rebeldía para reconocer en esta nuestra forma de vivir de hoy que hace que no se haya hecho sentir con más fuerza y claridad la necesidad y el deseo de recordar, de hacer memoria y con ella, cuentas de nuestro pasado. No es extraño: todo nuestro pasado se liquida con la actitud trágica de España. Es siempre y para todo pueblo, imprescindible una imagen del pasado inmediato, como examen de los propios errores y espejismos. El presente es siempre fragmento, torso incompleto. El pasado inmediato completa esa imagen mutilada, la dibuja más entera e inteligible. Hay ciertos viajes de los que sólo a la vuelta se comienza a saber. Para mí, desde esa mirada del regreso, el exilio que me ha tocado vivir es esencial. Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido. El exilio ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez que se conoce, es irrenunciable. Confieso, porque hablar de ciertos temas no tiene sentido si no se dice la verdad, confieso que me ha costado mucho trabajo renunciar a mis cuarenta años de exilio, mucho trabajo, tanto que, sin ofender, al contrario, reconociendo la generosidad con que Madrid y toda España me han arropado, con el cariño que he encontrado en tanta gente, de vez en cuando no duele, no, no es que me duela, es una sensación como de quien ha sido despellejado, como San Bartolomé, una sensación ininteligible, pero que es. Creo que el exilio es una dimensión esencial de la vida humana, pero al decirlo me quemo los labios, porque yo querría que rio volviese a haber exiliados, sino que todos fueran seres humanos y a la par cósmicos, que no se conociera el exilio. Es una contradicción, qué le voy a hacer; amo mi exilio, será porque no lo busqué, porque no fui persiguiéndolo. No, lo acepté; y cuando se acepta algo de corazón, porque sí, cuesta mucho trabajo renunciar a ello. Yo he renunciado a mi exilio y estoy feliz, y estoy contenta, pero eso no me hace olvidarlo, sería como negar una parte de nuestra historia y de mi historia. Los cuarenta años de exilio no me los puede devolver nadie, lo cual hace más hermosa la ausencia de rencor. Mi exilio está plenamente aceptado, pero yo, al mismo tiempo, María ZAMBRANO FRAGMENTOS DE DIARIO D ÍA 21 de julio. He decidido no irme a la Universidad de Nueva York durante un semestre a enseñar. Dos cursos, uno de ellos en inglés, de dos horas a la semana cada uno, son agotadores para un hombre como yo que toma medicinas para bajar la presión y con ello pierde mucha vitalidad. La verdad es que, sintiéndolo mucho- Nueva York es una ciudad que quiero y con la que me relaciono muy bieny reteniendo mi decisión hasta el último momento posible para discutirlo conmigo mismo y con mi mujer y mi médico, la decisión sabia era el no, no por ahora. Lo mío, francamente, es escribir, no hacer clases y relaciones públicas- n o siento que en verdad tenga mucho que enseñar- aunque esto me convenga enormemente como en este caso, cuando sale un libro mío en otoño, en Widenfeld and Nicolson, y los honorarios de la Universidad son generosísimos. Siento que ahora, pese a ser tan aficionado a la vida urbana como soy, mi imaginación tiende a buscar refugio en el silencio de una aldea lluviosa en el sur de Chile, donde me gustaría pasar un tiempo tranquilo bajo árboles que sean árboles en serio- robles, encinas, tilos, castaños, fresnos- no remedos de árboles como los de nuestra zona central, eucaliptos, acacias, aromos, y caminar por los bosques autóctonos si me quedo en mi país. O tal vez por las calles de un pueblo junto a un río. Pero claro, en Chile, grandes ríos no hay, esos ríos que significan historia y tradición y civilización, ríos que conectan los puntos más distantes de un continente, por donde viajaron las culturas enriquecedoras y las ideas fertilizantes que dieron prodigiosos frutos cuando fueron puestos en contacto por estas maravillosas aguas movilizadas: el Rin, el Mississippi, el Río de la Plata, el Danubio entre los ríos que conozco... ciudades y barcos y canoas y cargas y pueblos de hablas distintas, el río como viaje para Mark Twain y García Márquez, el río como transformador del lenguaje, como descarga de energía, como madre y como padre. Me gustaría ver otros grandes ríos: el Indus, el Congo de El corazón de las tinieblas, de Conrad, y el Nilo Blanco y el Nilo Azul rodeado de la enigmática historia que rodeó su descubrimiento por Richard Burton y Speke. Dicen que en Valdivia, que no conozco, en el río Calle- Calle, encontraré una respuesta aproximada y chilena a estas ansiedades hidrográficas que sobre todo cuando me he negado un gran placer como pasar tres meses en Nueva York, me asedian. Dicen que en Valdivia hay lluvia y árboles. Sé los nombres de algunos de nuestros árboles, porque me gustan las palabras y gracias al admirable libro de Adriana Hoffman puedo reconocer sus siluetas, el bellote, el peumo, los molles, el canelo, e incluso detecto el olor a ñipa de los lluviosos bosques sureños. Supongo que este sueño de lluvias se debe al hecho de haber estado sometidos a un invierno dotado de un cielo y un sol africanos, implacable, durante meses y meses, en que no hemos divisado ni una gota de agua, ni las brumas y los plateados propios de la estación. La polución atmosférica oculta la cordillera, seca, gris- azul, desprovista de la nieve que ordinariamente la cubre en invierno. Pienso en los castaños de Mme. de Renal, en la avenida de plátanos junto al lago de Como por donde se paseaban Fabrizi con la Sanseverina (es obvio que estoy leyendo da capo todo Stendhal) el tilo de Adrián Leverkün en el Doktor Faustus de Thomas Mann, en la varilla de fresno en la mano de Sigfrido, en los olmos de las escenas de jardín inglés en Henry James... en fin, son los nombres de árboles literarios que me pasan por la memoria al escribir, y refuerzan mi nostalgia porque en Chile prácticamente nó existen. En Chile, me aseguren sin que yo lo dude porque conozco algunos, hay árboles bellísimos y son muy fragantes. Pero claro, carecen de una vestidura literaria, de una silueta cultural con la que los otros, los árboles imaginados por novelistas y poetas, adquieren una realidad trascendente. Me aconsejan, con razón, que favorezca a esta vegetación aliteraria. ¿Pero cómo? ¿Cuál es el acceso, si no la literatura? Tengo que aprovechar la importante ventaja que me aproxima naturalmente a estos árboles que pueblan una parte real pero casi desconocida y oscura de mi ser; pero es esa parte que me hace sentirme ligado, parte de, enraizado en mi país: la historia mía y la de mis mayores es inconfundiblemente de aquí y el lazo permanece pese a los viajes y exportaciones. Como todos los grandes amores- o por lo menos así me ha sucedido a m í- este amor, este lazo con la tierra, se me da de manera característica: polemizado, puesto en entredicho, analizado, polemizado, incluso vapuleado. ¡Pero ay de algún extraño que levante su voz para criticar esta tierra cuyos defectos conozco! Pero guardo en mi conocimiento que este país, hasta hace poco, señalaba a los señores políticos no sólo con desdén, sino culpándolos a ellos de los dramas que vivía el país. Hay que decir que uno de los grandes fracasos de este régimen es el intento de desprestigiar, destruir y diezmar a los políticos involucrados en el continuado diálogo de la política chilena. Esta destrucción fracasó porque todos los chilenos nos sentimos demasiado comprometidos con el acto de gobernar, aunque sea muy remotamente. Algo tan ajeno a nosotros como el rechazo a los partidos políticos no les resultó a las autoridades y fracasaron en este intento. Nos encontramos que la política, el diálogo político, los partidos políticos, han estado clandestinamente tan vivos durante todos estos años de autoritarismo que de la fricción inteligente y positiva del continuado diálogo ha resultado esta suerte de hermandad, o semejanza de ideales de partidos muy opuestos, que desemboca en el hecho de que prácticamente todo el mundo, hoy por hoy, se- dice moderado Pero la moderación es el grito de batalla de gran parte de los chilenos. Y resulta difícil creer que bajo esta consigna general de moderación se esté fraguando una renovada violencia. ¿Nos han despojado de todo, en estos años, salvo de moderación y cordura? José DONOSO

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