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ABC MADRID 05-06-1989 página 3
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ABC MADRID 05-06-1989 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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KPITADO PRENSA POR ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 5 DE JUNIO DE 1989 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ABC paña que terminaron como el. rosario de la aurora. El de Xiaoping ha seguido la misma suerte, como le pasó a la Revolución Cultural. Si bien se mira, así termina casi todo en China, es decir, en catástrofe y caos tras fulgurantes éxitos iniciales. Deng Xiaoping se había fabricado una gran reputación en Occidente, sobre todo en los Estados Unidos, que siempre han estado ansiosos de ver a China resolver sus eternos problemas. Le adoraban en Washington y comenzaban a adorarle en Moscú, después del reciente viaje de Gorbachov, que quizá ha puesto punto final al contencioso sinosoviético de cuarenta años. Mientras vivía Mao, a los rusos les fue imposible entenderse razonablemente con China. Cada vez que aparecía un líder chino en Pekín, sus encuentros terminaban mal. Ni Kruschev, ni Breznev consiguieron en su día sacar a Mao de su terrible ignorancia sobre la guerra nuclear y el poderío militar de los Estados Unidos. Mao no acababa de entender que no se pudiese hacer una guerra de exterminio de los EE. UU. atrayéndoles a China y golpeándoles allí con las armas nucleares soviéticas. Lo cuentan todos los viajeros rusos a China; lo cuenta Gromyko en sus Memorias, que acaban de publicarse. Como es lógico, los rusos abandonaban Pekín aterrados. Cuando a su regreso de China Kruschev informó al Politburó, dejó estupefactos a todos sus colegas diciéndoles: El camarada Mao cree sinceramente que los Estados Unidos son un tigre de papel. Quizá no hay razón alguna, ahora, para asombrarnos del trágico desenlace que ha tenido la revuelta estudiantil. Casi todas las grandes convulsiones políticas chinas, incluyendo la Revolución Cultural, por supuesto, han dejado un inmenso rastro de muertos. El propio Mao reconoció públicamente en 1957 que, entre los años 1949 y 1954, habían sido ejecutadas en China ochocientas mil personas. Sus adversarios REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN TALLERES- SERRANO, 61 28006- MADRID ARA una mentalidad o c c i dental, no es explicable el hecho de que un Gobierno fuerte tolere durante seis meses una revuelta estudiantil no violenta, apenas enseñando a sus soldados desarmados, para en un momento lanzar un ataque con ametralladoras y vehículos blindados contra una multitud cansada y somnolienta, dejando sobre el pavimento a varios miles de muertos y heridos. Esto, sin embargo, es lo que ha ocurrido en la Plaza Roja de Tienanmen, en Pekín, como salvaje remate de una explosión civil que sólo reclamaba democracia y libertad, y que en medio de la citada plaza levantó una estatua de escayola, lejana evocadora de la Estatua de la Libertad, a la entrada del puerto de Nueva York, a la que llamó Diosa de la Democracia. P PUNTO FINAL EN TIENANMEN Con la matanza de Tienanmen, han terminado diez años de cautelosas y lentas reformas económicas y políticas, iniciadas tras la muerte de Mao Zedong, y que han tenido como protagonista principal a un octogenario llamado Deng Xiaoping, poderoso y laberíntico cerebro en un cuerpo avellanado, cuya biografía política puede ser la más accidentada de este siglo, pues ha sido una continua sucesión de promociones y degradaciones, hasta que muertos los gigantes de la Larga Marcha se quedó sólo con todos los saberes y experiencias revolucionarias. La China de Deng Xiaoping se había hecho una gran reputación entre las naciones. En cierto modo, se la contemplaba como la contrafigura de lo que había creado Mao, purificada de sus embrollos ideológicos y de una historia de crueldades y de ensoñaciones faraónicas. Deng Xiaoping, un chino pragmático, había llegado a la conclusión de que el marxismo se había agotado, o que en todo caso no tenía soluciones para los problemas de su país. No vaciló en reconocerlo así y en ensayar fórmulas de economía capitalista en regiones especiales, abriéndole paso a la iniciativa privada, a la propiedad y los incentivos salariales. Al principio, el sistema funcionó. Aumentó la producción y el nivel de vida de la gente. Pero en seguida surgieron los problemas y el tinglado se vino al suelo. Nos dicen que el principal factor del fracaso fue la corrupción, tanto pública como privada. Quizá China no estaba preparada para sostener una economía colectivista, pero está claro que tampoco lo estaba para el capitalismo, aun controlado. Como por otro lado el ensayo capitalista convivía con una no abolida economía centralizada, al final nadie sabía dónde terminaba una y comenzaba otra, de forma que el propio Deng Xiaoping optó por poner fin al experimento. Pasó lo que con el Gran Salto hacia adelante, de 1958 a 1960, una de las genialidades de Mao, entre otras igualmente fracasadas. La historia del comunismo chino, en el que los soviéticos jamás han confiado, está liena de experimentos con cham- multiplicaron esas cifras horrendas por dos o tres. Pero, ¿acaso no había sido el mismo Mao el que hablando de guerra nuclear con Kruschev había dicho con desparpajo qué aunque muriesen la mitad de los chinos, aún quedarían quinientos millones? La diferencia con otras orgías de sangre está en que las manifestaciones en la plaza de Tienanmen se hicieron ante las cámaras de la televisión. Esto añade a cualquier estallido social e incluso a cualquier acontecimiento deportivo una cierta plusvalía. Las cámaras de la televisión excitan y mueven a las multitudes, radicalizan las actitudes y dramatizan los hechos. En Tienanmen estaban todos los grandes cámaras y los grandes corresponsales de los países occidentales informando en directo, y eso produjo un impacto tremendo en la pública opinión del mundo entero, primero de admiración por la actitud prudente del Gobierno chino, y, finalmente, de horror por la matanza. Cuando el Gobierno se dio cuenta de dicho impacto, trató de bloquear la información para el extranjero. Pero era demasiado tarde. En millones de hogares alrededor del mundo se seguía con ansiedad y expectación, durante semanas, el drama que se estaba representando en el gran escenario de Tienanmen, y al final todos sabíamos que lo que se preparaba como traca final era la salvaje represión. EDICIÓN INTERNACIONAL Un medio publicitario único para transmisión de mensajes comerciales a ciento sesenta naciones En una palabra, hemos visto la verdadera cara de China y, por qué no decirlo, la verdadera cara de un régimen comunista. ¿Acaso no partió del Gobierno central ¿ie Moscú la orden de disparar en Tiflis conVa los manifestantes y de gasearlos? Las escenas de la salvaje represión en la capital georgiana no son fáciles de olvidar: las víctimas no murieron por armas de fuego, sino literalmente a palos. Y si esto ocurrió en Tiflis, calculen ustedes en China, donde es evidente que la vida humana sigue valiendo muy poco. A partir de la tragedia de Tienanmen, la clase política china, con Deng Xiaoping a la cabeza, ha perdido el respeto de las naciones civilizadas y la posibilidad de seguir engañando al mundo con sus reformas democráticas. Hemos estado distinguiendo, hasta aquí, a los líderes liberales del PC chino, como Zhao Zhiyang, de los que llaman conservadores, como el premier Li Peng. ¿Quién los distinguiría ahora y qué objeto tendría hacerlo? El poder chino, llámese como quiera, ha enseñado su puño de hierro en Tienanmen, ante la impávida estatua de la Diosa de la Democracia, y eso va a ser inseparable de la historia de la China comunista. En este mundo que creemos que está cambiando en la Europa del Este y en China aún hemos tenido la oportunidad de verle el rostro a un régimen comunista detrás del disfraz para mixtificar a los demócratas de todo el mundo. Manuel BLANCO TOBÍO

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