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ABC MADRID 13-12-1987 página 79
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ABC MADRID 13-12-1987 página 79

  • EdiciónABC, MADRID
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13 diciembre 1987 RAFAEL ALBERTI, OCHENTA Y CINCO AÑOS ABC V Espacio de sombras que se hacían luz L A irrupción de Rafael Alberti en la poesía española fue un fenómeno que difícilmente olvidarán quienes, desde lejos, asistieron a él. Una gracia ligera, alada, un ímpetu fresco y juvenil renovaba desde la tradición popular y desde la invención artística los esquemas impuestos a la lírica por Antonio y Manuel Machado, por Juan Ramón Jiménez. No tardaron los mayores en descubrir que el menor crecería tan deprisa que pronto se acercaría a su estatura. Don Antonio desde el Jurado del Premio Nacional y Juan Ramón desde el periódico saludaron con alborozo al recién llegado. Andaluz como ellos, el marinero gaditano se desprendía de lo cotidiano para trascenderlo en la fulguración de la palabra. Cuando digo andaluz no estoy refiriéndome solamente a la geografía, sino a una aptitud para recibir y transmitir la gracia artística que venía de muy lejos y desde muy cerca: de los tres poetas con quienes acabo de asociarle, y de Bécquer. t No recuerdo dónde ni cuándo, pero sí la- voz a quien escuché leer, por vez primera, las chuflillas al Niño de la Palma: fue la de Leopoldo Panero, quizá en un café de la glorieta de Bilbao, la q üe produjo la cristalina experiencia de oír desgranar aquellos versos que eran puro ritmo, movimiento, luz. Y es la palabra quien, en el impulso natural de la escritura, trae la clave de aquella poesía: luminosa, fulgurante y bella. Un poco más y mi novia me regaló un ejemplar de Sobre los ángeles, recién publicado. Era una variación extraordinaria en lo que hasta entonces había escrito Alberti: el marinero descendiendo a los abismos del ser para encontrar en la sombra las figuras de una pasión dramática, de una pasión que apenas podía asociarse con lo que yo sabía o imaginaba del poeta: allí había un silencio, una penumbra, una inmovilidad de la sangre en la noche, que sobrecogían al lector: Ni sol, luna, ni estrellas ni el repentino verde del rayo y el relámpago, en el aire. Sólo nieblas. Rozaba la mano de Bécquer y Bécquer le entregaba su palabra, la luz amortiguada por la bruma se hacía penumbra, se hacía dolor, coraje, alma que dejaba de ser torre de Dios para convertirse en torre sin mando en medio de la nada. Una voz lírica diferente había cuajado en este libro extraordinario, en este libro que me pareció entonces y me parece ahora una cumbre de la poesía, una mano tendida hacia Rilke, hacia Rimbaud, hacia hermanos extraños que posiblemente ignoraba el creador andaluz. Poesía creación, poesía que convocaba a sus recintos estos entes misteriosos que son sus ángeles, variados, sorprendentes, no para ser rezados ni reclamados como intermediarios, sino para ser convividos en la sorpresa que su aparición causaba. Espacio de sombras que se hacían luz más allá del cuerpo deshabitado, del ser quemado por los ángeles de la cólera: palabras esperables funcionaban como signos de una inspiración diferente, de una inspiración que le llegaba al poeta sin que acaso él mismo se diera cuenta de que estaba obedeciendo sus dictados. Decía Shelley que la poesía es involuntaria en el sentido de que nadie puede proponerse escribir un poema si no está impulsado por alguna invisible influencia, que él comparaba con un viento inconstante. Ya se entiende que la imagen sirve perfectamente a quien cuanto más hondo llegaba más vigorosa sentía el ansia de volar. Huésped de las nieblas inventariaba los ángeles del acoso, el bueno y el perverso, el que miente y el que trae la verdad en su mensaje. Desterrado del mar y de la tierra, el poeta vive su prehistoria y la del mundo, vive antes del tiempo y en espacios por los cuales nadie transita: Todo, anterior al cuerpo, al nombre y al tiempo. Vivir exige abandonar el paraíso. Si lo hubo, está remoto, en el pasado de los sueños indecisos que apenas pueden rememorarse. Quiere recordarse lo que sólo fue o sólo es en la memoria vaguedad, incertidumbre. Se acercaban los años treinta y con ellos y en ellos nuevos acentos para esta poesía. Sermones y moradas, y una tenue conexión con el surrealismo, pues en las elegías a Fernando Villalón y a Garcilaso el verso lúcido y claramente significante de lo que quiere significar, se distancia de las divagaciones irracionales. No es que la razón las rija, sino que la conciencia nunca está ausente de la invención. Y de las elegías ninguna tan bella, tan triste y tan persuasiva como la dedicada a Ignacio Sánchez Mejías, el torero muerto cuando cumplía la ceremonia de la sangre- Lo mejor de Alberti, su verso limpio y escultórico tejiendo en la gracia de la invención otras cosas, preguntas, exclamaciones, voz del torero y voz del poeta, presencia del toro y de la arena con sangre, con sangres separadas, río de la pena final. Rafael asiste a la guerra civil como partícipe, no como testigo. Su participación queda marcada sobre todo en Capital de la gloría, donde se canta a Madrid, al hombre español, luchando en aquella triste hora de desgarramiento y dolor. Poesía civil se la llamó erv su tiempo; poesía política se la llama hoy, y las dos calificaciones le convienen. No son sus mejores versos, pero sí tan sinceros como cualesquiera otros. El exilio despertó en Alberti la nostalgia. Escribió A la pintura como poema del color y la línea, más no estoy seguro de si al propósito explícito se unía la exigencia subliminal de recordar lo que había sido su vida en las salas del Museo del Prado, las visiones de Goya, las fantasías del Bosco, la Venus de nácar y el diseño de Rafael. En todo caso, cuando escribe su mejor libro del destierro. Retornos de lo vivo lejano, es evidente que está viviendo lejos de las tierras donde su pie se asienta. Poemas de la libertad adolescente, de las primaveras vividas en la orilla de su tierra andaluza. Creo recordar que fue González Lanuza quien observó, comentando este libro, que Rafael Alberti nunca había arraigado en Argentina, y no sé si como respuesta a lo que alguien pudiera tomar como reproche tejió el poeta su corona de baladas al Paraná que es seguramente el homenaje más bello ofrecido por él a la tierra que le diera asilo. Ricardo GULLON

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