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ABC MADRID 10-12-1987 página 23
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ABC MADRID 10-12-1987 página 23

  • EdiciónABC, MADRID
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-Carta de Barcelona ABC! de ía arfes liberadamente o no, lo que se está haciendo es proyectar ese cargo de conciencia a la amplia dimensión colectiva a que dichas intimidad y vocación pertenecen. Hay, pues, aquí, como suele en los graffitti, mucha voluntad de insurgencia, de cancelación apremiante de algo, que ya se ve que importa mucho, pero también de rescoldo vivo de ese algo, en lo que éste no dejó de contribuir a hacer posible, precisamente, tan decidida voluntad de uno u otro sentido. Ciertamente, estos rescoldos de Twombly tienen, al pronto, demasiada calidad de sincopado atisbo para que, especialmente en sus épocas primeras, lleguen a cautivar, aunque a veces, en sus tan suscintas evocaciones de algo o alguien, pinte con ligeros relieves de blanco sobre el blanco del papel como modulando fervorosamente el in albis de su estremecido regreso a lo inicial. Es como si nos llamara hacia algún misterioso lugar donde nos dice que hay algo o está alguien que debemos conocer, pero llegados nosotros allí sólo puede mostrarnos el borroso y menesteroso rastro de su ausencia. Las entrecortadas formulaciones de ese rastro, las ateridas caligrafías de unos nombres como de sagradas sombras, llámense Safo, Virgilio o, más próximo en la lejanía del tiempo, el extraordinario poeta persa Rümi (gialalu d- Din Rüm, quien con Saadi y Hafiz forma la trilogía de los grandes líricos musulmanes del sufismo) nos dejan demasiado abandonados a nosotros mismos para que no experimentemos ante ellas cierta embarazosa sensación de desamparo, de desvalimiento. Pero quizá sí; quizá sea por ellos, por el desvalimiento y el desamparo, por donde debamos volver a empezar. Y no ahora, de una vez por todas, sino una y otra vez, porque de esas ausencias de las máximas transfiguraciones de la vida y del pensamiento está hecha nuestra realidad más profunda. Están hechas esas transfiguraciones mismas. Y esto debe saberlo muy bien Cy Twombly, a quien, acaso por ello, las abreviadas y soterradas hogueras de aquellos rescoldos se le encienden de pronto, entre ausencia y ausencia, como en esas bellísimas series de Gaeta que ha traído aquí, correspondientes a 1981 y 1986, y subtituladas Por el amor del fuego y del agua Un subtítulo que me hace pensar en Turner; en el viejo Turner, tan nostálgico también de los mismos lugares que desde hace años cautivan a Twombly. Un Turner en cuyas acuarelas últimas todo es, como en un glorioso crepúsculo, transfigurada fascinación infinita del agua y el fuego. Rafael SANTOS TORROELLA A B C 23 Un poeta llamado CyTwombly UEVAMENTE- resulta inevitable y casi diría que aquí, en Barcelona, es actitud tradicional ante lo diferentese acusará de literaria a una pintura como la del norteamericano Cy Twombly, que ahora, en una exposición espléndida, de unas ciento veinte obras sobre papel, ha traído por primera vez a Cataluña, desde el Künstmuseum de Bonn, el Centro Cultural de la Fundación Caixa de Pensions. En Madrid, donde ya en 1981 pudimos ver directamente unos primeros dibujos virgilianos de Twombly en la prometedora pero efímera galería de un joven alemán, Heinrich Ehrhardt, que fue su verdadero introductor entre nosotros de la mano del siempre avizor Juan Manuel Bonet, la retrospectiva que se le dedicó no hace mucho en el Centro Reina Sofía tal vez haya contribuido poderosamente a que se esté curado de espantos acerca de una acusación semejante. De todos modos, desautorizaciones así suelen ser obra más de pintores que de críticos o gustadores de pintura, sobre todo en aquellos casos en que, entre los primeros, lo que acucia es el temor de que por ahí, por lo literario en el sentido de no sé qué evasivas o vergonzantes infidelidades poéticas, pueda verse menoscabada la legitimidad de las estrictas prácticas del oficio. Pera ocurre que la impregnación de lo poético en la pintura, no como algo sobrepuesto o añadido, sino como emanado de su raíz misma, es algo propio de los mejores pintores actuales, en lo que para nada han entrado ni salido los escritores. Incluso me atrevería a decir que, en nuestro ámbito y de la generación del 27 para acá, posiblemente la poesía de mayor hondura es la que están haciendo los pintores, acaso con ventaja parecida a la que Lope, en su tiempo y por boca de Tomé Burguillos, venía a denotar en su emparejamiento del primer poeta barroco, el napolitano Marino, y el primer pintor de la plenitud del mismo estilo, Rubens, cuando en el fondo lo reducía todo a pintura en su famoso soneto dedicado al último: Dos cosas despertaron mis antojos, extranjeras, no al alma, a los sentidos: Marino, gran pintor de los oídos, y Rubens, gran poeta de los ojos Sin embargo, en trance hoy de un emparejamiento análogo para Twombly, no seria el nombre de un poeta el que, por contigüidad de su estro, se nos impusiera como más evidente, sino el de otro pintor, cuya obra tiene, si no de aspecto inmediato, sí de sentido- o de prospecto según hubiera podido decir Eugenio d Ors- no pocas cosas en común con la suya. Me estoy refiriendo, claro está, a Antonio Tapies, nacido como él en los años JUEVES 10- 12- 87 N Scenes from an ideal marriage 1987 Gatea set VIII 1986 veinte. Los dos han desarrollado siempre sus obras como sobre un muro, una pared, en los cuales todo está dicho y anulado a un tiempo, reafirmado en su temporalidad concreta y abandonado a la corrosión sugerida por su intemperie. En ambos parece plantearse, así, un sentimiento ambivalente de atracción y rechazo contra aquello mismo que los mueve a actuar como lo hacen, esto es, la propia pintura, a la que ponen en entredicho al llevarla a tales extremos de afirmación y negación pero a la que, en definitiva, salvan mejor que nadie, justamente, por la fe en ella que, dado lo irrenunciable de la vocación de uno. y otro, entraña ese su compartido empeño en someterla a un radical envite de todo o nada. Quien dijo que la verdadera cultura consiste en lo que queda cuando se olvida todo lo que se aprendió, estaba tan lejos de negarla como lejos están Tapies y Twombly de negar la pintura cuando la someten a una prueba de fuego como la del arriesgado y apasionado envite aludido. Y el hecho de que este último sea algo muy personal, con el acento de intimidad propio del planteamiento de un caso de conciencia, pero eligiendo para él como obligado soporte, real casi- aunque soporte pictóricamente imaginario- el de un muro o una pared de indudable referencia pública, denota que, de-

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