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ABC MADRID 05-12-1987 página 60
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ABC MADRID 05-12-1987 página 60

  • EdiciónABC, MADRID
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VIH ABC N algún rincón de este mundo vive un filósofo excepcional, una chica que se llama Florie Rotando. El otro día, en una revista que recopila redacciones de colegiales, di con una de sus reflexiones. Decía así: Si pudiese hacer lo que quisiera, me iría al centro de la Tierra, nuestro planeta, y buscaría uranio, rubíes y oro. Intentaría encontrar Monstruos Perfectos. Después me iría a vivir al campo. Florie Rotondo, ocho años. Florie, cariño, sé muy bien a qué te refieres, aunque tú misma no lo sepas: ¿cómo podrías saberlo, con sólo ocho años? Porque yo he estado en el centro de la Tierra. O, en cualquier caso, he padecido las tribulaciones que un. viaje de ese tipo puede infligir. He buscado uranio, rubíes, oro y, por el camino, he observado a otros que buscaban lo mismo. Y escúchame, Florie, ¡he encontrado Monstruos Perfectos! Y también Imperfectos. Aunque la variedad de los Perfectos sea rara avis, como lo son las trufas blancas comparadas con las negras y los espárragos silvestres frente a los de la huerta. Lo único que no he hecho ha sido irme al campo. De hecho, estoy escribiendo esto en las cuartillas del YMCA de un YMCA de Manhattan donde he estado viviendo este último mes, en una celda sin vistas de la segunda planta. Habría preferido la sexta, ya que si decidiera tirarme por la ventana la diferencia sería vital. Quizá me cambie de habitación. Quizás ascienda. Aunque es probable que no lo haga. Soy un cobarde, pera no lo bastante cobarde como para dar el salto decisivo. Me llamo P. B, Jones, y no sé qué hacer, si hablarles de mí ahora mismo o esperar e ir intercalando la información en el desarrollo de la historia. También podría no contarles nada, o muy poco, ya que en este asunto me considero más un reportero que un participante, pues como participante casi no importo. Pero quizá sea más fácil si empiezo por mí- mismo. Como digo, me. llamo P. B. Jones. Tengo treinta y cinco o treinta y seis años. El motivo de esta incertidumbre es que nadie sabe cuándo nací ni quiénes fueron mis padres. Todo lo que sabemos es que fui un bebé abandonado en el gallinero de un teatro de variedades de St. Louis. Esto ocurrió el 20 de enero de 1936. Me criaron unas monjas católicas en un austero orfanato de ladrillo rojo levantado sobre un terraplén que da al río Mississippi. Yo era el preferido de las monjas, ya que era un muchacho brillante y muy guapo. Nunca se percataron de lo perverso y traicionero que yo era, ni de cuánto despreciaba su monotonía y su aroma a incienso y agua de fregar, a cirios y creosota, ABC UTtvmo a sudor inmaculado. Le tomé bastante cariño a una de ellas, la hermana Martha, Enseñaba inglés y estaba tan convencida de que yo tenía cualidades para la literatura que hasta me convenció a mí mismo de que así era. A pesar de todo, cuando dejé el orfanato, cuando me escapé, no le dejé ninguna nota ni volví a ponerme en contacto con ella: algo típico de mi naturaleza indolente y oportunista. Aunque viví varios meses con él, no me acuerdo del apellido de Ned. ¿Ames? Era masajista jefe de un gran hotel de Miami Beach, una de esas guaridas de judíos inactivos de color pastel y nombre francés. Ned me enseñó el oficio, y después de abandonarle me gané la vida como masajista en una serie de hoteles de Miami Beach. De ese modo tuve un buen número de clientes particulares, hombres y mujeres a quienes daba masajes y les enseñaba ejercicios corporales y faciales, aunque los ejercicios faciales sean todos una estafa. Chupar pollas es el único eficaz. No es ninguna broma. No hay nada como eso para dar firmeza a las mandíbulas. 5 diciembre- 1987 E E puse a hacer auto- stop sin tener pensado ningún destino en particular. Me cogió un hombre que conducía un Cadillac blanco descapotable. Un tipo robusto con la nariz partida y la tez enrojecida y pecosa de un irlandés. Nadie lo habría tomado por un RACIAS a mi ayuda, Agnes marica, y sin embargo lo era. Me Beerbaum mejoró admirapreguntó adonde me dirigía, y yo blemente sus líneas faciame limité a encoger los hombros. les. Mrs. Beerbaum era viuda de un Quiso saber mi edad y le dije die- dentista jubilado de Detroit que se ciocho, aunque en realidad tenía tres años menos. Con una sonrisa forzada me dijo: -Bueno, no quisiera corromper la moralidad de un menor. Como si yo tuviera alguna moraii- dad. Después, de un modo solemne había ido a vivir a Fort Lauderdale, dijo: -Eres un muchacho bien pareci- donde sufrió enseguida una fatal trombosis. No era rica, pero tenía do. Y era verdad. De baja estatura, dinero, además de dolores en la esuno setenta (y al final uno setenta y palda. La primera vez que entré en dos) pero fuerte y bien proporcio- su vida fue para aliviarle los espasnado, con el pelo castaño claro riza- mos vertebrales, y, una vez dentro, do, ojos pardos y un rostro especta- me quedé el tiempo suficiente para cularmente anguloso. Observarme acumular, mediante regalos que en el espejo me resultaba siempre complementaban mi tarifa normal, una experiencia reconfortante. De una cantidad superior a los diez mil modo que cuando Ned se lanzó al dólares. Fue en ese momento cuando deataque, pensó que tenía fruta fresca bería haberme ido al campo. Sin embargo, compré un billete de autobús que me llevó a Nueva M nunca se me ha ido de la memoria el resplandor ds Manhattan en octubre conforme se aproximaba mi autobús a través de los malolientes pantanos de Nueva Jersey. Como Thomas Woife, ídolo antaño admirado y ahora olvidado, habría escrito, ¡oh, cuántas promesas albergaban aquellas ventanas! Frías y ardientes bajo el brillo rizado de un sol de otoño que se desploma. Desde entonces me he enamorado de muchas ciudades, pero táh sólo un orgasmo que durase una hora podría superar el éxtasis de mi primer año en Nueva York. Por desgracia, decidí casarme. G Q UIZA lo que yo quería por esposa era la ciudad en sí misma, la felicidad que allí sentía y la sensación de fama, la fortuna, eran inevitables. Pero, ¡ay de mí! me casé con una chica: una amazona exangüe, pálida como el entre sus manos. ¡Ja! ¡Con lo temprano que había empezado yo! A los siete u ocho años, más o menos, ya había conocido toda la gama, desde numerosos chicos mayores hasta varios curas, pasando incluso por un guapo jardinero negro. En realidad, yo era una especie de puta barata. Había pocas cosas que no hubiese hecho por cinco centavos de chocolate. York. Mi equipaje era una maleta con muy pocas cosas, únicamente ropa interior, camisas, una bolsa de aseo y un montón de cuadernos con borradores de poemas y unos cuantos relatos cortos. Tenía dieciocho años, era el mes de octubre y

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