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ABC MADRID 05-12-1987 página 57
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ABC MADRID 05-12-1987 página 57

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página57
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5 diciembre- 1987 N una entrevista de 1978 José María Guelbenzu declaraba a Isaac Montero: Renovar nunca significa podar raíces, sino cortar la hojarasca. Este objetivo parece centrar la actividad del novelista, que desde la publicación de El pasajero de Ultramar (1976) avanza hacia la perfección de El río de la luna (1981) -hasta hoy su mejor novela- y en su labor depuradora persigue con La mirada una novela claramente intelectualizada. Preocupado por alcanzar un tiempo, un espacio y una acción, reduce aquí la novela a unos elementos mínimos. El tiempo de La mirada es una noche; el espacio, una habitación y algunas calles; la acción se reduce al análisis de la conciencia de un personaje que acaba de cometer un asesinato. No se trata, sin embargo, de una novela de intencionalidad policiaca como las que hoy invaden el panorama narrativo hispánico. Guelbenzu va a plantearnos una novela de introspección, de autoanálisis, heredera de las atormentadas almas de los personajes de Dostoievski, pero con tan escasos elementos, eliminando los factores dramáticos, que los mecanismos del relato (abundantes saltos atrás, primera o tercera persona etcétera) no serán suficientes para mantener el interés del lector. El esfuerzo para alcanzar el final de la novela (corta, por otra parte) sólo se verá alentado por un estilo lírico- narrativo que Güelbenzu domina a la perfección. La novela comienza tras los hechos: el estrangulamiento de una vieja novia universitaria (página 61) por el protagonista. Desconocemos los motivos y el narrador sólo nos ofrece los resultados. El asesino manifestará toda clase de signos físicos: espasmos, sudor, dolor de estómago, dolor de vientre, hipo, dolor en la columna y en las nalgas (página 55) oquedad en el estómago, fobia a la oscuridad (página 63) etcétera. Parece un catálogo de psiquiatría o de medicina, pero es el resultado de una técnica objetivista que Güelbenzu aplica con entusiasmo. Paralelamente narra los efectos psicológicos. El protagonista piensa en dormir, en quedarse en la habitación, en escapar, en ignorar lo sucedido y en deducir las posibles razones que le han llevado hasta su crimen. Parece querer descubrir de nuevo el objetivismo que tan mal sentó a la novela francesa de los años cincuenta. Pero su acción de novelar tampoco respeta aquellos mecanismos. Es capaz de adivinar lo que piensa su héroe y aún va más allá y io introduce con ABC riTcrarío ABC V ción, por otra parte, no la entenderemos como un requisito de los cánones de la realidad, sino de la propia novela. Güelbenzu ha sido, en su producción narrativa, un excelente analista del amor. Pero aquí ha prescindido de una fácil derivación. No se trata de un crimen pasional. Y ello lo manifiesta con la ausencia de sentimiento. La mujer asesinada se designa como la amiga querida o como apuntábamos como vieja novia universitaria (expresión poco feliz, no sé si por lo de novia, lo de vieja o lo de universitaria) A lo largo del inquieto y dolorido monólogo sabemos que su relación no era, como ahora se dice, estable. Se veían sólo ocasionalmente. Y cayendo en su habitual sentenciosidad el novelista concluye que la suerte huye de los vencidos como la agudeza de la costumbre Sí, el protoganista de La mirada es un vencido, como lo era el de La colmena. Como otro héroe existencialista, vencido, aunque no sabemos por qué, llegamos con ello a la intelectualización, al corte de hojarasca solicitado desde hace años. Todo parece conducir de nuevo hacia el análisis existencial, dónde el drama interior es justificado con escasos medios exteriores. Si el descubrimiento de un guijarro producía la angustia a los héroes de Sartre ¿qué no producirá un cadáver, si, además, el asesinato conduce al castigo y a la exclusión social? Utilizando toda clase de artilugios narrativos, como un significativo desdoblamiento, el personaje parece dar en la clave de los propósitos del autor: En todo este asunto hay falsedades y superposiciones. Cada puerta da a otra puerta. No hay perspectiva, no hay criterios en su mente, no hay lógica en sus pasos. (página 104) El relato es, por otra parte, circular. El asesino huye de su casa. Pasea por las calles. Retorna a ella. Finalmente, el tiempo vuelve hacia atrás y los hechos parece que no se han producido. Todo puede haber sido una ensoñación. Antes que vivir los hechos, el personaje puede haberlos imaginado como si fueran reales. Porque su capacidad de mirón no reside simplemente en ver, sino en imaginar que ve. Este es el juego ingenioso de La mirada, llegar hasta él supone viajar en un penoso ejercicio narrativo durante más de cien páginas. El novelista imagina a un personaje que, a su vez, imagina lo que hubiera podido suceder. Joaquín MARCO E La mirada José María Güelbenzu Alianza Tres. Madrid, 1987. 132 páginas expresiones como dijo o gritó (página 25) o balbuceó (página 31) cuando éste se encuentra en la soledad de la habitación. En muy pocas ocasiones se produce un salto atrás y describe algunas situaciones de la infancia. Son breves anécdotas que pretenden fcfa flflCftfl 1630 HÚS HIHOS CUNWfílS tú: LA KlARCA SUPREMA retrotraernos a los orígenes, pero que aluden oblicuamente al personaje. Con tan escasos elementos que se prolongan a lo largo de la primera, de las cuatro partes, en las que se divide el relato alcanza casi la narración abstracta: No teme a sus pensamientos, erráticos o temblorosos, discontinuos, sino a todo cuanto se encuentra fuera del espacio luminoso que le aproxima al televisor, le mantiene dentro de las únicas vibraciones que alientan en una habitación solitaria como una tumba. (página 48) La novela resulta desprovista totalmente de ideología e incluso de sentimiento. En ningún momento el narrador o el personaje se mueven por consideraciones humanitarias. La mirada hacia cuanto rodea al asesino es tan sólo una mirada hacia dentro, un ejercicio de autocompasión. El estrangulamiento se produce por un simple click de la mente (página 90) Se trata, pues, de abordar el crimen como accidente, como fallo mental y traducir el conjunto en un discurso aparentemente coherente de un ser mentalmente predipuesto a cometerlo. Güelbenzu nos ofrece para ello muy pocos datos. Hemos de aceptar su omnisciente anáfisis. Sabemos tan sólo que el personaje es un voyeur Se detallan un par de anécdotas escasamente significativas, pero a las que se otorga trascendencia narrativa. Un coito entrevisto (página 129) ya casi al final del relato, donde éste crece en intensidad y la fugacidad de la imagen de una mujer desconocida contemplada casi al azar, cuando se desnudaba, desde un vagón de ferrocarril. Todo ello se traducirá más adelante en una norma erótica propuesta a alguna que otra aventura (página 49) pero no parece que todo ello justifique una acción criminal y la subsiguiente desesperación. Tal justifica- trance TU PUEDES. TEL (91) 24728 25

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