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ABC MADRID 31-10-1987 página 55
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ABC MADRID 31-10-1987 página 55

  • EdiciónABC, MADRID
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31 octubre- 1987 XCELENTÍSIMO señor don Alfonso de la Serna Embajador de España Querido y admirado amigo: Si siempre escribo esta serie de artículos a título personal, como anuncié en el primero, el presente debería tener carácter confidencial, pues responde a tu carta del día 10, y trata de la cuestión difícil que en eíla me planteas. Sin embargo, apelo a ABC y no al correo para contestarte, porque esa misma preocupación me la han comunicado no pocos lectores, existe en muchas otras personas que callan, y, ai asumirla tú, tan ardíante y autorizado paladín del idioma, casi adquiere naturaleza pública. Sustancialmente, me manifiestas tu desazón por el decaimiento acelerado del español en los usos de nuestra patria; reconoces que ta lengua debe evolucionar según las necesidades de los hablantes; pero que esa evolución puede ser buena o mala, hacia el progreso, la calidad y el brillo, o hacia (a decadencia y la pobreza Según tu opinión, que comparto, por ese último camino anda la nuestra. Y, ante tal hecho, te preguntas qué hace la Academia para remediarlo. Estimas, en efecto, que no debe ir a la rastra del uso; que, limitándose a registrar en su Diccionario, de tiempo en tiempo, vocablos ya consolidados, cumple su misión de fijar, aunque sea poniendo la basura sobre la alfombra; y que falta a su deber de limpiar y, por tanto, de dar esplendor. Tendríamos que cambiar de táctica, me dices. La Academia debería estar atenta al fluir diario del idioma, no para estorbar sus progresos, sino para impedir los descarríos y el deterioro. Y ¿cómo? Recomiendas una relación más activa con el público, mediante boletines mensuales muy difundidos, intervenciones en radio y televisión, conferencias y mesas redondas, sugerencias a las Redacciones de los periódicos, a la Administración del Estado, al Parlamento... En suma, un programa de combates en todos los frentes donde el idioma sufre asedio. No se te ocultará que esa preocupación es intensamente compartida por la Academia, y puedes sospechar que todas esas soluciones han sido y son allí frecuentemente consideradas. Pero, sin dejar de reconocer su conveniencia, siempre he manifestado escepticismo acerca de su oportunidad, si no van acompañadas de otras medidas. Dices que éstas por ti apunjadas, y tan familiares a ta Corporación, constituirían una verdadera política del idioma Discúlpame si no pienso eso mismo, y las juzgo poco más que un parcheo de escasa eficacia, destinado a confortar a convencidos, tal vez a orientar a pocos, y a la desatención mayoritaria. Ni de lejos, mis dardos que publica medio centenar de periódicos en España y América, poseen la autoridad que un comunicado académico tendría. Parece, no obstante, que podrían ser leídos por quienes escriben en las mismas páginas. Y que, de hallarlos desacertados, deberían expresar su disensión. Nada de esto ocurre: al día siguiente siguen apareciendo, hasta en titulares (muchos lectores me lo hacen notar o me envían recortes) jugar un papel, santuario (por sagrado) de ETA, restar por faltar, praxis, impulso motriz, la maratón, ignorar (por desatender o no hacer caso) y tantas cosas así. No es actitud hostil; cuando no se debe a desatención- tan justa para m í- obedece, simplemente ABC TíTcrafío Calle de Felipe IV ABC III en las pruebas de Estado, replicaba a un examinando que había ido a protestarte un suspenso: Ha resuelto usted el problema matemático; pero había otro más importante: el de expresarse, y, en ese, ha fallado. Si no se ordena la exigencia idiomática en todos los grados y variedades de la enseñanza; y si- cosa más importante- tal exigencia no se ampara en la escuela y en el Bachillerato con planes de métodos que promuevan en todos los ciudadanos el interés por expresar su pensamiento en un castellano correcto, sencillo y transparante; que ayuden a delatar los malos usos; que acostumbren a sospechar que, en la expresión, (a primera ocurrencia no es siempre la mejor; que im- E Real Academia a desdén por la cuestión, a que se pasa de tales minucias. ¿Correrían mejor suerte las advertencias académicas? Probablemente; pero cabe también pensar lo contrario; y aunque, dado el todavía vigente prejuicio antiacadémico- tal vez justo en tiempos de Rubén: hoy, meramente desinformado- tales consejos incitara a muchos a burlarlos. ¿Convendrían, a pesar de ello? Me asaltan dudas, situaciones que propicia la abstención. Es una verdadera política del idioma lo que hace falta, a la cual sirva la Academia; ella sola no puede acometerla. Sobre la necesidad de realizarla, no hemos de discurrir, dilecto amigo, pues estamos acordes, y ambos podríamos aducir cien argumentos relativos a la precisión urgente de combatir la ramplonería mental que se ha generalizado en nuestro país, solidaria de su penuria expresiva; ambas, con las excepciones que se quiera. Pero no se trata de eso ahora, sino de salirte al paso con remedios más eficaces que unas correcciones mensuales de azaroso destino. La política idiomática, como toda política de alcance nacional, debe plantearla e Estado, y demandársela no constituye una de las socorridas apelaciones a su próvida mano, tan frecuentes hoy. Se trata de un asunto trascendental. Corresponde al Estado la regulación de la enseñanza; y es en su sistema todo, desde la escuela a la Universidad, donde la acción en pro de la pulcritud idiomática puede ejercerse con rigurosa eficacia. Justo, donde se han aflojado las exigencias y se ha impuesto, en zonas amplias al menos, la pasividad. ¿Recuerdas nuestro examen de ingreso en Bachillerato, cuando tres faltas de ortografía lo impedían inexcusablemente? Pues con más me llegan hoy a examinarse- muchísimas más, contando acentos y signos de puntuación- abundantes alumnos en el último curso de Filología española. ¿Que qué hago? Rendirme, porque no cabe una batalla solitaria o con pocos aliados. He visto abrir el camino a una cátedra universitaria- no digo de qué, para no aumentar tu escándalo- aunque esta vez retirándome del tribunal, a un opositor que escribió incapié. Pasaron los tiempos en que un. profesor salmantino de Química, buya en todos que una buena posesión de) idioma propio constituye el fundamento de los demás saberes, cualquiera que sean; que los persuada de que tal posesión es el instrumento más eficaz para su instalación y su actividad social; de que, en suma, el aprendizaje de su lengua es e más importante de cuantos hagan en sus años de formación, si eso no se hace, insisto, cualquier intento paliativo resultará vano. Sólo- y no habría que esperar mucho para recoger fruto- si se generaliza la. preocupación por e) idioma (y ia conciencia, ¡no se olvide! de que pertenecemos a una comunidad arrancada a la dispersión de Babel) los consejos académicos, admirado amigo, caerán en buen terreno. No se puede deformar en e origen para corregir después; la planta debe estar ya bien trazada en el plano. ¿Qué ocurre hoy, y desde hace mucho? Despreocupación, indiferencia, dejamiento, incluso en quienes tienen por oficio o como medio para ejercerlo la voz pública. ¿Y el Estado? El mismo se expresa con leyes y decretos de redacción alucniante. Ni atisba la necesidad de una política idiomática (aunque el Rey la apunte magistralmente en sus discursos) Ni siquira se ha puesto a introducir orden en la difícil convivencia lingüística en Ja nación. Gracias por tu carta, querido Alfonso. Me ha tocado una fibra del alma que tengo al descubierto. No por el idioma, su pureza y sus esplendores, sino por el presente y el futuro de España. Como tú, sin duda. Un fuerte abrazo. Fernando LÁZARO CARRETER de la Real Academia Española

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