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ABC MADRID 17-10-1987 página 59
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ABC MADRID 17-10-1987 página 59

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página59
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17 octubre- 1987 Se llama La Estrella, por la estrella de David, ¿te das cuenta? Me impresionaron el afecto y las atenciones que Mascarita prodigaba a su padre, un anciano curvo, sin afeitar, que arrastraba unos pies deformados por los juanetes en unos zapatones que parecían coturnos romanos. Hablaba español, con fuerte acento ruso o polaco, y eso que, me dijo, llevaba ya más de veinte años en el Perú. Tenía un aire socarrón y simpático: Yo, de chico, quería ser trapecista de circo, pero la vida acabó metiéndome de mercachifle, vea usted qué decepción. ¿Era Saúl su único hijo? Sí, lo era. ¿Y la madre de Mascarita? Había muerto a los dos años de trasladarse la familia a Lima. Hombre, qué pena, a juzgar por esa foto, tu. mamá debía ser muy joven, ¿no, Saúl? Sí, lo era. Bueno, por una parte claro que a Mascarita lo apenaba su muerte. Pero, por otra, tal vez hubiera sido mejor para ella cambiar de vida. Porque su pobre vieja sufría muchísimo en Lima. Me hizo señas de que me acercara y bajó la voz (precaución inútil, porque habíamos dejado a don Salomón profundamente dormido en una mecedora del comedor y nosotros conversábamos en su cuarto) para decirme: Mi mamá era una crtollita de Talara, que el viejo se levantó al poco tiempo de llegar como refugiado. Parece que la tuvo arrejuntada, nomás, hasta que nací yo. Sólo entonces se casaron. ¿Te imaginas lo que es para un judío casarse con una cristiana, con lo que llamamos una goie? No, no te lo imaginas. LLÁ, en Talara, la casa no había tenido la menor importancia, porque las dos familias judías del lugar estaban medio disueltas en la sociedad local. Pero al instalarse en Lima la madre de Saúl tuvo múltiples problemas. Extrañaba mucho su tierra, desde el calorcito y el cielo sin nubes, de sol radiante todo el año, hasta sus parientes y amistades. Por otra parte, la comunidad judía de Lima nunca la aceptó, por más que ella, para darle gusto a don Salomón, se había dado el baño lustral y se había hecho instruir por el rabino a fin de cumplir con todos los ritos de la conversión. En realidad- y Saúl me guiñó un ojo travies o- la comunidad no la aceptaba no tanto por ser una goie como por ser una criollita de Talara, una mujer sencilla, sin educación, que apenas sabía leer. Porque los judíos de Lima se habían vuelto unos burgueses, compadre. Me decía todo esto sin asomo de rencor ni dramatismo; con ABC Horario Andando por la calle con Saúl se descubría lo molesto que tenía que ser su vida, por la insolencia y la maldad de la gente. Se volvían o se plantaban a su paso, para mirarlo mejor, y abrían mucho los ojos, sin disimular el asombro o j a repulsión que les inspiraba su cara ABC VII una aceptación tranquila de algo que, por lo visto, no hubiera podido ocurrir de otra manera. Yo y mi vieja nos llevábamos como uña y carne. Ella también se aburría como ostra en la sinagoga, y, sin que don Salomón se diera cuenta, para que esos sábados religiosos se pasaran más rápidos, jugábamos disimuladamente al Yan- Ken- Po. A la distancia. Ella se sentaba en la primera fila de la galería y yo abajo, con los hombres. Movíamos las manos al mismo tiempo, y a veces nos venían ataques de risa que espantaban a los piadosos. Se la había llevado un cáncer fulminante en pocas semanas. Y, desde su muerte, a don Salomón se le vino el mundo abajo. -Ese viejito que has visto ahí, durmiendo la siesta, era hace un par de años un hombre entero, lleno de energía y amor a la vida. La muerte de mi vieja lo demolió. Saúl había entrado a San Marcos, a seguir abogacía, para dar gusto a don Salomón. Por él se hubiera puesto más bien a ayuda, lo en La Estrella, que le daba muchos dolores de cabeza a su padre y le exigía más esfuerzo de los que se merecía a sus años. Pero don Salomón fue terminante. Saúl no pondría los pies detrás de ese mostrador. Saúl jamás atendería a un cliente. Saúl no sería un comerciante como él. -Pero, ¿por qué, viejitp? ¿Tienes miedo de que con esta cara te ahuyente a la clientela? -M e decía esto entre carcajadas- La verdad es que, ahora que ha podido ahorrar unos solcitos, don Salomón quiere que la familia se vuelva importante. Ya me ve llevando el apellido Zuraías a la diplomacia o a la Cámara de Diputados. ¡Pa su diablo! Volver ¡lustre el apellido familiar, ejerciendo una profesión liberal, era algo que a Saúl tampoco le ilusionaba mucho. ¿Qué le interesaba en la vida? No lo sabía aún, sin duda. Lo fue descubriendo en esos meses y años que fueron los de nuestra amistad, en la década de los cincuenta, en ese Perú que iba pasando- mientras Mascarita, yo, nuestra generación, nos volvíamos adult o s- de la mentirosa tranquilidad de la dictadura del general Odría, a las incertidumbres y novedades del régimen democrático, que renació en 1956, cuando Saúl y yo estábamos en el tercer año. íARa entonces, sin la menor duda, ya había descubierto lo que le interesaba en la vida. No de manera relampagueante, ni con la seguridad que después, pero, en todo A r

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