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ABC MADRID 03-10-1987 página 55
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ABC MADRID 03-10-1987 página 55

  • EdiciónABC, MADRID
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3 octubre- 1987 ABC ABC VII Femando del Paso: Noticias del Imperio Con Noticias del Imperio, la tercera de sus obras, Fernando del Paso quiere dejar tras de sí una huella firme y profunda. La novela, denso y caudaloso torrente verbal que viene a confirmar a un autor que deslumbre con su Palinuro de México, lleva adherida a sus páginas la etiqueta de acontecimiento. Con Noticias del Imperio nos muestra Fernando del Paso un mural caleidoscópico de un agitado episodio de la Historia de México y de los días de su Emperador Maximiliano. Ofrecemos a continuación un anticipo de esta novela, que publicará próximamente la editorial Mondadori Corrido del tiro de gracia Año del sesenta y siete, presente lo tengo yo: en la ciudad de Querétaro nuestro emperador murió. Un diecinueve de junio que el mundo nunca olvidó se ejecutó la sentencia que el presidente ordenó. Carlota estaba muy lejos y no vio la ejecución. Además estaba loca: no supo lo que pasó. Año del 67, cómo lo voy a olvidar. Si parece que nada más para eso nací, para llegar a ese año y a ese día del 19 de junio, con un fusil en la mano y una bala en el fusil. Si parece que nada más para eso me hice hereje y después soldado y aprendí a apuntar las armas y apretar el gatillo y volarle a tiros las cabezas a tos santos de las iglesias. Me pregunto ahora por qué la revelación no la tuve antes, por qué el Señor no me lo dijo cuando me fui con la chinaca roja a robarle a los sanjoseses sus. trapos de brocado y no sólo por obedecer las órdenes del generaf y para que él se diera el gusto de calentar las ancas de su caballo con gualdrapas sacrosantas y de adornar sus zapatillas de terciopelo con las perlas que yo mismo, con mis propias manos, arranqué de las tres potencias de un Jesús Nazareno, sino también porque me gustaba hacerlo, porque nada me gustaba más que desvestir vírgenes y arrancarle a los sanmiguelarcángeles sus túnicas de seda. Año del sesenta y siete, cómo 1o voy a olvidar, cómo voy nunca a olvidar la ciudad de Querétaro con sus casas y sus iglesias blancas que vi por primera vez desde la punta del cerro dei Cimatario cuando llegué con las tropas del general Escobedo para iniciar el sitio. El fusil me quemaba las manos, y sentí como, cosquillas en el dedo índice de tantas ganas que tenía de dispararlo para matar como moscas a esos mochos traidores a la Patria, como les decía yo, para matar al usurpador, como lo llamaba yo entonces. Y lo disparé una vez más, la última, en el. cerro de las Campanas. Muy temprano en la mañana despertó el emperador, y al padre de sus confianzas sus pecados confesó. Luego al salir del convento de todos se despidió, y dijo qué bien que muero en un día lleno de sol. Al cerro de las Campanas el cortejo se marchó. Cuando llegó estaban listos los hombres del pelotón. Y si pudiera olvidar. Sí me fuera posible olvidar ese año y ese día. Si por algún milagro mi memoria se pusiera en blanco, estoy seguro que mi mala conciencia me haría inventarlo, todo de nuevo como se inventa una historia o un. cuento, con todos los detalles exactos, y que yo mismo acabaría por creer que fue verdad, que así sucedió. Inventaría yo una mañana limpia y asoleada del mes de junio. Inventaría yo que a la hora en que me estaba levantando, al toque de diana, el emperador se confesaba con el padre Soria. Que a la hora en que yo me iba tras unos magueyes a descargar el cuerpo, el emperador, vestido con su levita negra, escuchaba misa con Miramón y Mejía en la capilla del convento de las Teresitas. Que. a Ja hora en que yo estaba desayunando una taza de café con un cigarro, sentado en la cureña de un cañón, el emperador salía del convento donde había estado preso desde que lo habían juzgado como traidor a la Patria y a la Constitución, y miraba al cielo, que no tenía ni una sola nube y que prometía mucho calor, y decía siempre había querido yo, Maximiliano, morir en una mañana así. Y pasaban, por arriba, unos patos verdes que graznaban. Y me convencería de que todo eso fue verdad. Los tres carros negros enviados por la Presidencia de la República que lo esperaban a él, junto con Miramón y Mejía. El cortejo que desfiló por las calles de Querétaro en síleneíoraiatiora en que me entregaban el arma, escoltado por un batallón de infantería y un escuadrón de caballería. El cortejo que llegaba a las goteras de la ciudad a la hora en que yo terminaba de. sacarle brillo al cañón- del fusil. La mujer del general Mejía que corrió, llorando, tras los carros negros, con un niño de pecho en los brazos. Inventaría yo que, a eso de las diez para las siete de esa mañana tan limpia y tan azul, el cortejo llegó a las faldas del cerro de las Campanas y que allí estaban ya esperando los hombres que del batallón de Nuevo León habían escogido para que los fusilaran. Inventaría que yo era uno de ellos. Inventaría yo, después, muchos años de arrastar por e mundo un sufrimiento muy hondo. Al coche negro en que iba la puertS se le atoró, y él salió por la ventana por su propia decisión.

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