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ABC MADRID 27-08-1987 página 3
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ABC MADRID 27-08-1987 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 27 DE AGOSTO DE 1987 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA NA noche del temprano otoño, año de 1937, un joven oficial del Ejército nacionalista viajaba en automóvil de León a Astorga. Al comienzo de la guerra civil había sido movilizado como oficial de complemento y esta circunstancia le ahorró presenciar los dolorosos acontecimientos que se abatieron sobre su casa. El viajero se llamaba Juan Panero, tenía veintinueve años y era católico y republicano. Por republicano y por liberal el padre fue sometido a largos interrogatorios y destituido de su cargo, director de la sucursal del Banco Mercantil. A Ángel Jiménez, llegado de Canarias para casar con Asunción, y a Leopoldo, el hermano menor, los llevaron presos a San Marcos. Una noche torvos fusiles sacaron a Ángel de la cárcel y le mataron en el monte de Estébanez; Leopoldo se salvó por intervención de doña Carmen Polo, a quien la madre recurrió en busca de ayuda. ¿Pesarían recuerdos y temores en el corazón del joven o el sueño le venció un instante? Nadie podrá contestar a esta pregunta. Un pretil se interpuso en el camino y Juan quedó muerto en el acto. Una vida truncada, se decía entonces de las tan intempestivamente rotas. Juan y Leopoldo Panero eran poetas, tan diferentes en poesía como en carácter. Poco antes de la guerra civil Manuel Altolaguirre publicó en la preciosa colección Héroe el primer libro de Juan: Cantos del ofrecimiento. Vivía entonces con Luis Rosales en una pensión de la calle Jorge Juan, en Madrid, y esa convivencia se reflejaba en su poesía. La imaginativa persuasividad de Luis operaba de manera extraordinaria en cuantos le rodeaban, especialmente si ejercían oficio de poetas, y Juan no fue una excepción. Residencia en la tierra le entregó a Pablo Neruda, aunque no estoy seguro de si llegó a sentirse de la misma estirpe. Quizá- e s sólo una hipótesis y, además, aventurada- tenían en común el amor a la poesía de Quevedo, por lo cual ambos viajaron siguiendo distintos caminos. Pero fue Rosales quien Je cambió, y en más de un aspecto. Juan era por naturaleza ondulante y diverso con un fondo de roca perceptible en sus relaciones con los demás, fir. me en los afectos y contradictorio en el modo de vivirlos. Como amigo, encarnación de la lealtad y la generosidad; como amante, constante en su amor por Laura, y cediendo cuando la ocasión llegaba a fugaces amoríos. No sé si los buscaba, ABC sé que los vivía intensamente, sin olvidar ni olvidarse de su amor primero. Escribió, ¿cómo no? poemas de amor, antes de conocer al dictum negativo del marinero esos poetas que escriben versos a la novia y alguno me leyó paseando entre Goya y Blanca de Navarra. Cuando (vivía yo en Soria) nos mandó a Luisa y a mí su libro reciente acompañado o seguido por larga carta el encuentro fue una sorpresa y una alegría. Luego nos cogió la guerra y la incomunicación. Alevosa llegó la muerte y con ella el olvido. Varias veces en la posguerra pudimos leer poemas suyos en revistas y antologías; algún crítico- José F. Montesinos, por ejemplo- hablaba de él con admiración y nostalgia, pero puede decirse sin faltar a la verdad que Juan Panero estaba olvidado. Esperábamos que Leopoldo reuniera en volumen los poemas de su hermano, pero no pudo ser: su muerte lo impidió. El acoso del tiempo y los trabajos se interpusieron en los propósitos editoriales de otro amigo. Por fin, coincidiendo con el cincuentenario de la noche triste, una joven profesora leonesa, Elisa Domínguez de Paz, publica hoy la Obra poética de Juan Panero Torbado (Biblioteca de Autores Astorganos) presentada por el infatigable editor Augusto Quintana y precedida de un estudio de la recopiladora. No tema el lector encontrarse con un libro inactual: tiene la actualidad de lo permanente y no la de la moda, siempre cosa de hace un día- l o dijo un gran poeta, José Hierro- Los poemas de Juan responden a sentimientos que ni mueren ni decaen: el amor, la muerte, Dios. Si parecen anacrónicos, de tales podrían tildarse los de Unamuno y Ma- REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN TALLERES- SERRANO, 61 28006- MADRID u RECUERDO DE UN OLVIDADO EDICION INTERNACIONAL Un medio publicitario único para transmisión de mensajes comerciales a ciento sesenta naciones chado, y por análogas razones. Amor de amante, amor filial, esperanza y temor, canto, queja, alabanza. El más reciente de estos, poemas cumplió ya los cincuenta años, pero, sin cosmética alguna, conserva frescor de cosa reciente. José García Nieto mostró, en espléndido artículo, el sentido de esta poesía henchida de emoción y de gracia artística. Leyendo Hombre sin palabras reconozco el acento de la pasión, que cuando dice ¡Amor! y lo repite, pone en la expresión virtudes creadoras. Dirigiéndose a la mujer, la inventa, y una vez inventada se inventa a sí mismo para explicar y explicarse lo que es el querer y el significado del silencio. Amada y amor se funden en el verso, testimonio de otra fusión, ideal cuando menos. Corazón abierto lentamente a la poesía, fue registrando una a una las intuiciones de la edad, contando estrellas, para más tarde transformar la vivencia en experiencia- e n poema- escuchan do en los ecos del olvido el son del recuerdo, el color del sueño y la fragancia de la nostalgia. No sé cómo fue, ni siquiera acierto a imaginar por dónde y cuándo llegó, pero la muerte, o su presentimiento se instaló un día, junio de 1935, en la poesía de Juan Panero. Cualquiera fuese la razón, el hecho está ahí, tanto más extraño cuanto que no había causas para ello: el hombre seguía viviendo en la esperanza de la vida mientras al poeta una voz, otra le hacía hablar de la esperanza de la muerte. Tintes de religiosidad, muy tenues, muy delicados, fueron acercándose a su poesía. Un poema, que la profesora Domínguez no encontró; un poema escrito en días de angustia, octubre de 1936, une á su propia madre con la Madre común, y clama en el dolor por la paz y por la fe. Pude copiarlo, y ahora la copia no quiere acceder a mi deseo de encontrarla pero si no las palabras, al menos recuerdo bien tono y sentido. Una tarde, en el campo alicantino, sentí la mano de Juan posándose en mi hombro y creí oír, casi un susurro, la palabra adiós ¿La oí, sentí la mano? ¿Fue alucinación? En 1956 ó 1957, en mi casa de Santander, leí a José Luis Aranguren las páginas en que quise preservar el incidente. Hasta hoy sólo él las ha visto. Y yo, que no creo en eso todavía me pregunto si de verdad sucedió o fue todo imaginación, y nada menos que imaginación. Ricardo GULLON

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