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ABC MADRID 18-08-1987 página 32
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ABC MADRID 18-08-1987 página 32

  • EdiciónABC, MADRID
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32 A B C ESPAÑA EN VACACIONES MARTES 18- 8- 87 Crónicas del verano -Pan y vino andan camino Intermedio portugués Han talado aquel bosque de chopos que yo veía ondularse bajo la brisa desde mi cuarto en el Parador de Benavente. Y ya no hay pájaros, aquellos pájaros que el amanecer cantaban tan escandalosamente. En el apacible paisaje de la vega del Tera que he mirado otras veces, queda ese hueco, esa mella que me entristece cuando acabo de despertar. Restan sólo unos gorriones atrevidos, huéspedes de los árboles del jardín, que buscan su desayuno en mi terraza. Benavente canaliza ahora el tránsito nervioso de las vacaciones. Al margen del ruido y la velocidad hay un pueblo tranquilo que empieza su jornada. Mujeres madrugadoras que van a la compra. Furgonetas que descargan mercancías. Hombres con prisa que entran en los Bancos y una pequeña cola esperando que abran en Correos. Yo me acerco a Santa María del Azoque, la gran iglesia de cinco ábsides románicos bajo una robusta torre donde las ventanas apuntan ya ligeramente. Voy luego a San Juan del Mercado, del siglo XII, como la anterior. Ante la portada me acuerdo de los versos de Agustín de Foxá: La catedral abría una tertulia de apóstoles románicos. Miro la fachada renacentista del Hospital de la Piedad y los soportales de la Plaza Mayor y atravieso por los arriates del parque, sembrados de petunias de distintos colores. Por la carretera general -sólo unos kilómetros, discúlpenme- busco la vieja muralla de Villalpando, la majestuosa Puerta de San Andrés, adornada de escudos, los enladrillados ábsides de Santa María la Antigua, las torres moriscas desigualmente conservadas. Camino de Villafáfila recobro mis amadas carreteras amarillas. Lástima que ésta necesite una urgente reparación. Villafáfila se asocia históricamente a la Concordia entre Fernando el Católico y su yerno Felipe el Hermoso sobre la gobernación de Castilla. El paisaje que nos rodea mientras rodamos hacia Tábara es un trigal interminable que poco a poco va dejando lugar a las encinas mientras la tierra llana empieza a removerse en lomas y repechos. En Tábara hay una iglesia importante, del XII, con una gran torre románica y un pórtico sobre columnas. Los ábsides cuadrados se habrán añadido posteriormente. En el interior escombros y andamios estorban la visita. Los muros tienen ese color tostado que tanto admiraba a algún viajero francés. Nuestro implacable sol tiene que producir esa mudanza en la profunda entraña de la piedra. En los indicadores de carretera la iglesia se llama de Santa Mana En el antiguo azulejo engastado sobre la puerta dice de la Asunción Desde allí, por Escober y San Martín de Tábara, nos perdemos por solitarios caminos marginados de humildes aldeas. Una carretera cortada confunde nuestro plan de viaje. Andamos, volvemos, preguntamos. La gente es amable y se esfuerza en ayudar. Aparece un camino recién hecho que aún no figura en los mapas. Y nos vamos por Gallegos del Rey y Bercianos de Aliste al encuentro de la vía principal por donde alcanzaremos Aleafíices y la frontera portuguesa. Estas rutas desiertas, donde no encontramos, a. nadie en bastantes, kilómetros, son el- contrasté que necesitamos los hombres de ciudad para conocer a fondo la tierra qué vivimos? Éstas aldeas campesinas por las que discurre el ganado y en las que un automóvil forastero se mira casi con sorpresa, con el humilde y oscuro soporte de nuestro pan de todos los días, el resignado esfuerzo sobre el que levantamos nuestras viviendas de veinte pisos, nuestras anchas e iluminadas avenidas. Si no nos diera vergüenza, pediríamos disculpas a estos ancianos labradores que nos miran pasar y nos tienden, cuando la necesitamos, una mano amistosa. El camino hasta Verín, a través del norte de Portugal, podría resumirse, en términos de música, de este modo: tema con variaciones Porque cruzamos la zona llana Tras os Montes y durante ciento treinta kilómetros, más o menos, seguimos curvas interminables entre pinos y castaños que a veces clarean para cerrarse de nuevo sobre nosotros. Cuando me propuse contarles a ustedes los paisajes de las sierras españolas no pensaba que el trayecto portugués iba a enredarse de este modo. Pegados a los flancos de los montes giramos y giramos, interminablemente, hasta el aburrimiento y el cansancio. De los que nos defiende la continua belleza que acompaña al camino. Los castaños, sobre todo. A veces son bosques enteros que se han conjurado para florecer unánimemente. Son la riqueza, el lujo, el esplendor del paisaje. Con el espectáculo de los castaños parece que la Naturaleza quisiera lucirse, presumir. Es como si nos dijera: miren ustedes de lo que soy capaz Braganza es una hermosa ciudad compuesta en diferentes planos y generosamente salpicada de verde. Su nombre está unido a nuestra Historia, ya que fue un Braganza el que, coronándose rey, rompió el dominio español sobre Portugal. Estaba casado con una Medina Sidonia, más ambiciosa, al parecer, que su marido, amante de las letras y devoto de la música. El castillo que debió pertenecerles aún tiene una soberbia estampa y las copas de ios árboles desbordan los muros por los que el tiempo no parece haber pasado. Vinhais se reparte sobre las colinas, alegrándolas con el blanco de las casas. Es una villa dispersa, centrifugada, que no se acaba nunca de traspasar. El final del camino es un gozoso descenso hasta el valle y una larga recta- y a era hora- hasta el límite fronterizo. Entre pinares, por una carretera mejor que la vecina, alcanzamos el Parador de Verín, sobre la fértil vega regada por el Támega, frente al impresionante castillo de Monterrey. No sería honesto quejarse ahora de las dificultades del camino. La verdad es que fue una delicia recorrerlo y que las sierras de Portugal han sido una revelación emocionante. Cayetano LUCÁ DE TENA JORNADA LUSO- ESPAÑOLA Las Pousadas portuguesas constituyen un empeño estatal semejante al de nuestros Paradores. A veces se han instalado en edificios históricos como el castillo de Estremoz, bautizado ahora como Pousada da Rainha Isabel en memoria de la española Reina Santa esposa de don Dionís e hija de Pedro III de Aragón. Esta posada de Braganza ocupa un moderno edificio sobre una colina de la ciudad, frente al estillo de los duques. En el luminoso comedor no existe carta sino un menú del día en que elegimos cabrito asado y conejo a la cazadora ambos con generosas guarniciones. La cocina portuguesa se acredita en esta elección, porque el cabrito está bien hecho, tierno y sabroso, pero el conejo entra ya en el capitulo de lo extraordinario. Yo aseguro formalmente que no he probado otro igual en toda mi vida. Como compartimos los platos, mi ración me supo a poco. Si no hubiera tenido que seguir el vieje hubiera solicitado del amable camarero una segunda edición del estupendo guiso. El postre consistió en budim de ovos y torta de laranja Que como ustedes deducirán fácilmente, eran un pudding aceptable y un buen bizcocho de naranja. La cuenta fue razonable en proporción a la calidad. Y el servicio era sumamente atento. El mozo hacía esfuerzos considerables por hablar español mientras yo estrujaba mi memoria para expresarme en portugués. Sin vanidad puedo decir que yo vencí en el versallesco torneo lingüístico. A la noche, en el Parador de Verín, una cena liviana y agradable: crema fría de aguacates, que en la preparación aparecen desposeídos de su grasosa densidad, aligerados, espiritualizados, si cabe la expresión, y merluza a la ajada es decir, a la gallega con su poquito de pimentón y sus patatas cocidas. Sería estúpido por mi parte, con lo que me gusta el pescado, no pedirlo cuando me encuentro en sitios donde tiene todas las posibilidades de ser excelente. En Galicia, como en Asturias, en Santander o en las Vascongadas la merluza bien fresca es un verdadero regalo que yo no voy a descubrir ahora. Como tampoco intento descubrir el valor de las patatas gallegas que, de humildes acompañantes de un plato cualquiera, pasan a ser coprotagonistas en virtud de su naturaleza mantecosa y su fino sabor. Lamento de veras que esta vez mi paso por Galicia será breve. Me gustaría prolongar hasta el infinito este amoroso encuentro con la patata. Las nueces adornan las natillas que tomamos de postre. Ya he dicho alguna vez que los postres llamados caseros me son particularmente gratos. Tal vez me condicionan los recuerdos infantiles y busco en cada mesa a la que me siento el sabor de la antigua niñez. C. L. T.

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