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ABC MADRID 04-08-1987 página 69
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ABC MADRID 04-08-1987 página 69

  • EdiciónABC, MADRID
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MARTES 4- 8- 87 ESPECTÁCULOS Marilyn Monroe, de espaldas a la cámara ABC 69 Hagamos un doblez de veinticinco años en el papel de la historia. Hecho. Faltan tan sólo unas horas para que Marilyn Monroe acabe con su carrera de actriz y comience su carrera de mito. Puede que en estos momentos se beba en el fondo de una copa de martini la decisión de matarse. Puede que no. Quizá lo único que encuentra allí sea un presentimiento de grandes titulares anunciando su muerte; o una mezcla de hielo y gin en donde bucea una aceituna empapada de amargor etílico; o el reflejo de una preciosa sonrisa que se desdibuja y estrella en un clink de cristal. Es el negativo semivelado, semilavado, de una mujer cuya historia la han confeccionado los ojos de los hombres, el último, el médico forense que le realizó una comprometida autopsia. Es, en positivo, el recuerdo de la única actriz que ha sido capaz de entrar en escena mientras se alejaba de espaldas a la cámara. LOS HOMBRES DE MARILYN (I) El último hombre de Marilyn fue, sin duda, el médico forense Thomas Noguchi, encargado de realizar la autopsia de los restos mortales de la estrella, de la rubia más sexy ofrecida al mundo por el cine americano. Noguchi sería el último nombre de una larguísima lista que comenzó, hundida en el misterio, en el progenitor de Norma Jean Mortensen, bautizada para la gloria, veinte años después de su nacimiento, como Marilyn Monroe. Marilyn sigue siendo todavía uno de los símbolos sexuales del siglo XX, la quintaesencia de una femineidad a la vez agresiva y tímida, hecha de exageraciones anatómicas y de vestuario, y de complejos de inferioridad y miedos irreprimibles, el ejemplo más evidente del erotismo en versión americana, es decir, pecador y pérfido en una medida inocente e ingenuo en la otra. Veinticinco años se cumplen ya de la trágica desaparición de la estrella. Y con ligeros altibajos, su popularidad no ha menguado prácticamente. Sigue viva en el recuerdo de los muchos millones de espectadores que contemplaron sus películas, que vieron su imagen en periódicos y revistas, y que no han olvidado todavía el extraño aura que la rodeaba. Celebrar con un baño de actualidad renovada ese vigésimo quinto aniversario de su desaparición es una prueba evidente de su vigencia. De entre las múltiples facetas de Marilyn Monroe, acaso la más sustancial sea la que liga su historia y su recuerdo al de una serie de nombres, más o menos conocidos entonces y ahora, que la acompañaron, siquiera de forma incompleta, desde su más temprana juventud. Nombres que, en su mayoría, pertenecen todavía a ese misterio que rodea la existencia íntima de la actriz, que provocó o ayudó a provocar su muerte y que acaso sirva de antorcha para mantener iluminada su imagen. Hoy Marilyn Monroe tendría sesenta y un años. Su muerte temprana- acaso todas las muertes lo sean- nos la ha conservado fresca y rozagante, sinuosa y tentadora, con su cabello rubio platino, sus labios como autopistas sensuales cargadas de peligro y sus ojos gris- azulados dominando un soberbio conjunto anatómico que no ha pasado de moda quizá porque ingresó directamente en la relativa inmortalidad de la memoria humana, por encima de modas más o menos pasajeras y de arquetipos estéticos. ciones y en sus horizontes, que no podía satisfacer su enorme ambición de ser la mujer más fascinante de su país. Se calcula, y en estos cálculos son determinantes las investigaciones de Anthony Summers- Las vidas secretas de Marilyn Monroe- que Marilyn tuvo relaciones íntimas con no menos de un centenar de hombres; relaciones que en unos casos revistieron una cierta importancia y que en otros no fueron sino la expresión del miedo a la soledad y de la inseguridad que Marilyn padeció durante toda su existencia. Acompañantes de una semana, de quince días o de un mes. Después de Dougherty, otro hombre fundamental en su vida fue Ben Lyon, el buscatalentos que consiguió, por indicación de Howard Hawks- del que no existe testimonio alguno que pruebe algún tipo de relación con la estrella, pero que indicó la conveniencia de que se le sometiese a una prueba- que en los estudios de la Fox, que entonces manejaba el todopoderoso Darryl F. Zanuck, rodasen dos rolíos del rostro y la imagen de la aspirante a estrella. Lyon consiguió igualmente el primer contrato de la actriz con la Fox y eligió para ella la primera parte de su nombre artístico, Marilyn, añadiendo después ella misma el apellido Monroe en recuerdo de su abuela materna, a la que nunca conoció. El padre perdido Muchas son las suposiciones existentes sobre la personalidad del padre de Norma Jean- Marílyn. Durante un cierto tiempo se dio por cierto el hecho de que fuese un tal James Baker que, efectivamente, estuvo casado con su madre, Gladys, y con el que tuvo dos hijos anteriores, a los que raptó a poco de producirse el divorcio. Después de Baker, Gladys, que siguió llamándose Baker, para los biógra- fos de Marilyn, durante toda la existenia de la actriz, casó con otro James, de apellido Mortensen y de ascendencia noruega. Pero según los últimos indicios, Mortensen se había divorciado de Gladys tiempo antes de que naciera Norma Jean. La existencia de un individuo llamado Stanley Gifford, vecino de Gladys, pero casado y con su vida hecha, ha hecho suponer a los investigadores últimos de la vida de la actriz que bien pudiera tratarse de su progenitor. Pero nada resulta todavía claro. Ella misma, incluso, fingió en más de una ocasión estar al corriente de la identidad de su padre, aunque con el acento melodramático de no llegar nunca a encontrarse con él. Lo más que consiguió, según manifestaba a una de sus más íntimas amigas, la profesora de arte dramático Natasha Lytess, fue hablar con Gifford por teléfono y encontrarse con que éste, por persona interpuesta, la enviaba a hablar con su abogado si es que tenía alguna reclamación que hacer Jim Dougherty es, por todo lo anteriormente expuesto, el primer hombre fundamental en la vida de Marilyn. Con él, por no regresar al internado de huérfanos del condado de Los Angeles, se casó Marilyn a los dieciséis años. Y de él, con el intermedio de las ausencias de Dougherty forzadas por la Segunda Guerra Mundial y su destino en alta mar dentro de la Marina americana, se divorció casi tres años después, cuando estaba a punto de iniciar su carrera como imagen pública deseable, carrera que la llevó inicialmente a ser chica de portada de revista y de calendario antes de ingresar en el mundo mágico de las luces y las sombras, del tecnicolor y los vestidos ajustados de la pantalla grande. Dougherty fue su primera conquista, y el escenario de sus primeros ensayos de esposa integrada en una sociedad reducida, en sus ambi- Karger y Hyde, amores opuestos Una vez convertida en Marilyn Monroe, y después de haber pasado por la prueba de fuego del fracaso continuado, de la rescisión de su contrato y de la búsqueda de una oportunidad, fue Fred Karger, director musical del estudio, quien fascinó a Marilyn con su apostura, sus modales elegantes y su refinada dicción. Karger fue su amante, y nada más que esto, porque no quiso casarse con Marilyn. La estrella, en una especie de memorias apócrifas publicadas en 1974, bajo los auspicios del fotógrafo Milton H. Greene, que fue su socio y vicepresidente en la Marilyn Monroe Productions, cuenta cómo Karger, con su desprecio por la inteligencia y la capacidad moral de Marilyn- me casaría contigo, pero pienso en mi hijo y, si yo faltase, que tú te encargases de su educación es algo que me horroriza, algo que no podría hacerle nunca le dijo poco antes de su separación- sirvió a ésta de revulsivo para seguir adelante y también de prueba de maduración cómo mujer, aunque esta maduración resultase incompleta hasta el final de su vida. La familia de Karger fue una de las múltiples familias en las que Marilyn intentó ingresar a base de detalles de delicadeza y generosidad. Su amistad con la madre de Fred Karger duró muchos años, incluso cuando había llegado a convertirse en una estrella de dimensión universal. Pedro CRESPO

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