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ABC MADRID 28-07-1987 página 37
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ABC MADRID 28-07-1987 página 37

  • EdiciónABC, MADRID
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MARTES 28- 7- 87 MARCEL DUCHAMP: SIEMPRE SE MUEREN LOS OTROS A BC 37 bía de publicar el famoso ensayo de Dalí titulado Dé ia belleza terrorífica y comestible de la arquitectura moderna style, que precisamente había de ir ilustrado por Man Ray con fotografías de elementos modernistas barceloneses. El viaje se hizo, al fin, ya bien entrado et mes de septiembre, cuyas dos últimas semanas pasaron Duchamp y Man Ray en la Ciudad Condal. Cuando nuevamente volvemos a encontrar a Marcel Duchamp en España fue en agosto de 1958, mes que pasaría en Cadaqués, donde el día 11 hizo una memorable excursión en barca con Dalí al cabo de Creus. Después, a primeros de septiembre, se marchó a pasar quince días en Madrid; pero nada sabemos de los contactos que pudo tener allí en aquella ocasión. Ya en lo sucesivo, sus veraneos en Cadaqués fueron constantes y prolongados, no faltando a su cita habitual sino en contadas ocasiones. Yo recuerdo especialmente la de 1961, cuando asistí junto a él- compartimos el mismo tendido, y aún conservo algunas de las fotos en color que le hice- a lá corrida de homenaje a Dalí en Figueras, el último toro de la cual, et séptimo toro o toro de fuego fue un descomunal artilugio de casi tres metros de alto- aunque, comido por la arena, en medio del ruedo vacío, parecía ridiculamente pequeño- que habían construido expresamente los escultores Jean Tinguely, suizo, y Niki- de Saint Phalle, francesa. Aquel toro condenado a auto destruirse en medio de una traca de fuegos artificiales, acabó mal, o así nos lo pareció al menos, porque se deshizo casi silenciosamente, sin pena ni gloria, en medio de ufla expectación general más bien defraudada. Duchamp observaba todo aquello impasible y como disimuladamente, sin que apenas nadie lo reconociese, con una tenue sonrisa en los labios que, si hubiera sabido entonces que todo aquello- l a intervención de la Saint Phalle y de Tinguely- era cosa suya, seguramente se me habría antojado un tanto maquiavélica. Pero quizá no hubo tal cosa, sino la sutil ironía, más aún que el escepticismo, de un hombre acostumbrado a concederle siempre un amplio margen de adhesión, no ya resignada sino pacíficamente exultante, a cualquier azar posible. Es decir, al azar que los surrealistas, con quienes tan afín se sintió siempre, llamaron azar objetivo Entre el comentarlo festivo de la Exposición de arte cubista celebrada en abrir de 1912 en las Galerías Dalmau, de Barcelona, y el perfil del alcalde de Cadaqués, Emili Puinau- último de los dibujos realizados por el pintor pocos días antes de su muerte- reproducidos en esta página, queda enmarcada toda la obra pública de Duchamp, en coincidencia con sus andanzas españolas Duchamp no parecía, así, al pronto, tener muchas cosas en común con Dalí. Y, sin embargo, ¿a qué podía deberse su fidelidad a Cadaqués, sino, aparte de lo bien que allí se sintiera- c a s i siempre metido en casa o como en cualquier otra parte, jugando al ajedrez en el bar Meliton- a la fascinación que Dalí ejercía sobre él? Tal vez su pintura no le gustara del todo, proque no podía soportar, según decía, el olor a aguarrás; pero él decía que sí, que Dalí era un buen pintor, y hasta seguramente e perdonase que anduviera diciendo por el pueblo que, como jugador de ajedrez, Duchamp era un verdadero desastre y que en toda su vida sólo había conseguido ganar un premio en un concurso de muy escasa importancia. La verdad es que, según me asegura Luis Marsans, los dos se profesaban una gran estima y, alguna que otra broma aparte, se trataron siempre con el mayor respeto. Pero ¿es que, por lo demás, no cabe rastrear múltiples afinidades entre ellos- hijos de notario los dos, lo mismo que Matisse y que Cocteau- desde la pasión por los artefactos, las máquinas y los objetos de funcionamiento simbólico, hasta el erotismo, convertido éste- como Duchamp quería y como Dalí, en su particular versión del mismo, el cledalismo, llegó a teorizar- nada menos que un ¡smo definidor de toda una época, la nuestra, como el Romanticismo o el Realismo lo fueron en la primera mitad del XIX? Y ello, pasando, además, por sorprendentes coincidencias, como la de que la figura de San Sebastián, tan importante en la época lorquiana de Dalí, fuera el único tema religioso abordado por Duchamp en su juventud, o como la de que las famosas imágenes dobles de Dalí vinieran a tener como contrapartida, técnica y lúdicamente, los juegos de palabras de Duchamp, en virtud de cuyas asociaciones por contigüidad fonética creaba, asimismo, inesperadas imágenes dobles del lenguaje... Pintura de ideas la de ambos, a veces pienso que, pese a las respectivas y contrarias mitificaciones de que se les ha hecho objeto, los dos hicieron cuanto pudieron, el uno (Duchamp) por carta de menos, y eJ otro (Dalí) por carta de más, para auto destruirse en sus propias obras. Y, claro, el recuerdo de aquel toro de fuego de la plaza de Figüeras, el 12 de agosto de 1961, en el que tan activa parte tuvo Duchamp, no deja de acudir a mi memoria. Rafael SANTOS TORROELLA creador arte -aunque sin intentar, por supuesto, llegar a una definición. Lo que estoy pensando es que el arte puede ser malo, bueno o regular, pero, sea cual fuera el adjetivo que se emplee, debemos llamarlo arte; y el arte malo no deja de ser arte, del mismo modo que una emoción nefanda es siempre una emoción. Así pues, cuando me refiera al coeficiente artístico deberá entenderse que no estoy intentando describir el mecanismo subjetivo que produce arte en el estado crudo- a l état brut- sea este arte malo, bueno o regular. En el acto creador, el artista va desde la intención hasta la realización a través de una cadena de reacciones totalmente subjetivas. Su lucha para conseguir la realización es una sucesión de esfuerzos, penas, satisfacciones, rechazos, decisiones- las cuales tampoco pueden ni deben ser totalmente conscientes, al menos en el plano estético. El resultado de esta lucha es una diferencia entre la intención y la realización; pero de esta diferencia el artista no está consciente. Falta un eslabón, por tanto, en la cadena de reacciones que acompañan el acto creador. Y este vacío, que representa la incapacidad del artista para expresar plenamente su intención, esta diferencia entre lo que pensaba realizar y lo que efectivamente ha realizado, es el coeficiente artístico personal contenido en la obra. Dicho de otra forma, el coeficiente artístico personal es como una relación aritmética entre lo pensado pero no expresado y lo expresado involuntariamente. A fin de evitar malentendidos, debemos tener presente que este coeficiente artístico personales una expresión personal del arteá l état brut, es decir ¡todavía en estado crudo- y que debe ser refinado como en et caso del azúcar y la melaza, por el espectador; el dígito de este coeficiente no tiene absolutamente nada que ver con el fallo de éste. El acto creador asume otro aspecto cuando el espectador experimenta el fenómeno de la transmutación: a través del cambio que va desde la materia inerte hasta la obra de arte ha tenido lugar una verdadera transubsanciación, y lo que incumbe al espectador es determinar et peso de la obra en la escala estética. En resumen, el acto creador no se efectúa por el artista solo; el espectador pone la obra en contacto con el mundo exterior descifrando e interpretando sus características internas, y así añade su aportación al acto creador. Marcel DUCHAMP

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