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ABC MADRID 12-07-1987 página 3
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ABC MADRID 12-07-1987 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 12 DE JULIO DE 1987 ABC guir hablando de Grecia basándose únicamente en el arquetipo clásico. Pero debo insistir en algunas razones de mi sorpresa como viajero. Sin menospreciar el valor de los frescos (a mi juicio demasiado restaurados en las visiones ideales del pintor Gillieron, gran colaborador de Evans) la mejor novedad del Museo me la aportó su cerámica, en la que pugna constantemente la pureza de la expresión popular con el refinamiento de un arte áulico, elevado a la perfección más rara. Desde los recipientes de boca puntiaguda del Minoico Antiguo, hasta las cráteras orientalizantes de la decadencia, esta cerámica se impone con una exquisitez que no tiene parangón en la expresión mediterránea de su época. Y, ciertamente, las reconoceremos, con toda su originalidad, en los frescos egipcios que reproducen a los cretenses keftiu transportándolas como presentes a faraón, en la época de tos grandes intercambios entre Creta y Egipto, como volveremos a encontrarlas en manos del famoso Copera, figura de una procesión que adornase, teóricamente, los propileos del palacio de Cnossos y que, durante las excavaciones de Evans, fue el primer retraso de un minoico que salía a la luz del sol después de cuatro mil años de ruina. (Por otra parte, han quedado ya suficientemente reconocidas las relaciones entre la pintura cretense y el llamado realismo amárnico impulsado por el faraón hereje Akenatón) REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN TALLERES- SERRANO, 61 28006- MADRID FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA Observamos continuamente esta cerámica que tiene, como motivos favoritos, las criaturas marítimas: pulpos, delfines, conchas, caballitos de mar... No hablo gratuitamente de excepcio- Todo ello parece natural en una talanalidad. La revelación de la cultura mi- socracia tan reputada (su fama llegó noica, como de las civilizaciones ciclá- incluso a las leyendas griegas) pero, dicas y micénicas, tiene el mérito in- al mismo tiempo, descubrimos crátecalculable de haber dado a nuestros res, pithoi y rithones en los que apareconocimientos del mundo egeo una cen con insistencia motivos de la tieamplitud que ha podido cambiar todas las perspectivas anteriores favoreciendo aproximaciones nuevas e inesperadas que harían vacilar al clasicista más empedernido. Como otro loco excepcional- e l señor Schlieman- -hiciese con el mundo micénico y las todavía hoy inciertas ruinas de las distintas EDICION INTERNACIONAL Troyas, sir Arthur Evans, en sus excavaciones cretenses, completó el anillo Para hacer llegar sus mensajes que conduce a una explicación raciocomerciales a todo el mundo. nal del prehelenismo. Lo importante es que hallándonos ya bien lejos de la historiografía romántica, como también de la arqueología aventurera, el hombre d e l s i g l o XX no p u e d e s e- cho tiempo, que la colección del Museo de Heraklion es única en el mundo, un verdadero prodigio en su género; pero yo diría, sin temor a exageración, que constituye un prodigio en su sentido más amplio, sin limitación a especializaciones. Como colección que permite aproximaciones concretas a la cultura minoica, no tiene igual; como muestra aislada de belleza e intetigencra es una revelación para la cual no llegan a prepararnos ni la lectura más concienzuda de cien volúmenes sobre el tema. En su mayor parte se trata de una gigantesca exhibición de cerámicas que abarcan desde el Neolítico hasta el período pos- palaciego, e incluye todas la manifestaciones del arte minoico, desde sus orígenes más puros hasta su período de corrupción bajo la huella de sucesivas invasiones. El itinerario es apasionante. En el extenso período de desarrollo, esplendor, decadencia y subordinación que recorrió el mundo minoico en menos de dos mil años, las gradaciones de su cerámica representan una valiosa aportación al conocimiento de una sensibilidad incomparable. En menor cantidad, una serie de estatuillas archiconocidas (la c a b e z a de t o r o el a c r ó b a t a l a s diosas- madres... así como los no menos célebres frescos palaciegos que se conservan en el piso superior, completan aquella visión en la medida, siempre insatisfactoria, en que es posible completarla. La exquisita perfección de numerosas muestras de artes menores- e n cuyo desarrollo destacaron los minoicos de manera asombrosa- añade excepcionalidad al Museo. s E ha escrito, y se escribirá durante mu- LA MAGIA DE CRETA (y IV) rra firme, incluso pequeños aconteceres de una vida de relación social que diríase el colmo de la sofisticación (Evans encontró tan moderna y sofisticada a una de las damas de los frescos de Cnossos que la llamó, asombrado, la Parisina apodo que se ha hecho tan famoso como el del Copero o el del Rey Sacerdote) La cerámica que podríamos llamar de motivos terrestres sigue las líneas primordiales del asombroso naturalismo minoico: flores a las que el artista ha dotado de milagroso movimiento, c a b r a s s a l v a j e s c a p t a d a s roagtstraímente en un instante de reposo, escenas de la caza de un toro (que se complementan con el célebre fresco de la corrida ritual) y, entre tantas otras muestras, el famoso rython de los pugilistas, que es una pequeña maravilla. El contraste entre ambas manifestaciones del universo físico factible- e l de mar, espacio a colonizar, y el de la tierra firme, espacio a cultivar- -es permanente en la civilización minoica. El mar fue la obsesión de los comerciantes de Creta y, a través de él, llevaron sus objetos a Egipto, al Asia Menor, a las Cicladas y a Micenas. La tierra y sus devaneos formó la idea motriz de sus obsesiones religiosas. No en vano el gran Zeus fue a nacer en una gruta de enormes profundidades y, allí, era adorado tnduso en avanzadas épocas históricas. No en vano una manifestación de la Gran Diosa Madre la sitúa en las entrañas de la tierra, y su ira puede provocar los temibles fenómenos sísmicos a que Creta es tan propensa. Y, por encima de todo, este universo de un hedonismo insólito, que no reproduce los sonoros acontecimientos militares, propios de otras culturas, sino los pequeños placeres de cada día, llevados a la culminación. Cualquier guía hace notar a sus clientes la ausencia de murallas en los palacios y ciudades minoicas. Contemplando sus obras de arte, esas crónicas sociales expuestas en los frescos, uno se pregunta si fue verdaderamente una civilización consagrada por entero a la paz, y de aquí la ausencia de las murallas, o bien un mundo tan pagado de su propio poder que no las necesitaba. En cualquier caso, el final debió de ser terrible. A una Edad del Bronce espléndida en realizaciones, sucedió una epopeya del hierro que, en manos del extranjero, dio un trágico golpe de gracia a la irreprochable felicidad minoica... y su elegancia casi sobrenatural. Terenci MOIX

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