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ABC MADRID 03-07-1987 página 3
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ABC MADRID 03-07-1987 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 3 DE JULIO DE 1987 ABC MODESTO DESENLACE de particularismo; en suma, de insolidaridad. Y no puede pasarse por alto- a menos que quiera uno engañarse- el crecido voto estrictamente negativo, más aún, destructor, en muchas regiones, el voto contra todo, excepto la arbitrariedad y la violencia. Los estímulos favorables a la convivencia, la libertad, la coherencia nacional, no eran lo bastante fuertes para contrarrestar la inercia, las ventajas ofrecidas por el poder, el enorme influjo de la propaganda oficial, con los más eficaces recursos en la mano, usados sin la menor limitación. Dadas las condiciones objetivas, no podía esperarse mucho más. Pero esto quiere decir que el problema son, precisamente, esas condiciones; dicho con otras palabras, que hay que ir, más allá de la política en sentido estricto, al estado de la sociedad. Lo grave es la ignorancia, la falta de información, la información tendenciosa, la confusión generalizada en que vive una gran fracción de nuestro pueblo. Cada vez que en la televisión se presenta una discusión sobre cualquier cuestión importante, el alma se cae a los pies: en primer lugar, porque, con muy pocas excepciones, las personas que acuden a debatirla no son las adecuadas; en ocasiones se cuentan entre las menos adecuadas y representativas; en segundo lugar, cuando se hace participar a personas desconocidas, escogidas con cualquier criterio, el resultado es casi siempre desolador: rara vez tienen ni la más remota idea del alcance de la cuestión ventilada; por lo general, no tienen opinión o ésta es de una elementalidad pavorosa que roza con el primitivismo; casi siempre están en disposición de aceptar cualquier cosa que se les sugiera con una pregunta tendenciosa. Incluso cuando se trata de una discusión entre personas cultivadas y competentes, me asombra el número de cosas obvias que no se les ocurren, o que se callan si se les han ocurrido. Hace poco, se reprochaba a los Bancos que ganan dinero; nadie respondió que es su derecho y su deber, y que responde a una gestión competente, que falta en otros sectores, y que esas ganancias pertenecen a una buena porción de la población española. Se habló mucho del fraude fiscal, pero a nadie se le ocurrió preguntar si no es fraude que la Hacienda pretenda cobrar lo que ya ha cobrado, contando con la ignorancia, la pasividad o el temor de los contribuyentes. Pero hay algo todavía más interesante, y que se refiere a lo que llamo el desenlace de las elecciones: la distribución del poder municipal y autonómico. Creo que los políticos han estado fascinados por el temor al ¿qué dirán? Antes de tomar una decisión han estado imagi- REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN TALLERES- SERRANO, 61 2 8006- MADRID FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA unas semanas de expectativa e indecisión se han despejado las incógnitas sobre cuáles iban a ser los resultados reales de las últimas elecciones. Dejando de lado las del Parlamento Europeo, las internas (Ayuntamientos y Comunidades autónomas) despertaron bastantes esperanzas. Se tenía la impresión de que las cosas empezaban a variar y animarse. Pocos días antes de las elecciones hablé de El despertar de una nación y expresé mi esperanza de que se recordara lo que en los últimos años se había perdido, se advirtiera el error de una democracia sin liberalismo y se viera que no hay motivos para el retroceso. Pero advertía: No quiero exagerar: todavía estamos lejos de recobrar la salud política, de tomar plena posesión de nosotros mismos y de nuestro país. Creo que el estado de ánimo más generalizado después de las decisiones finales de los partidos es la decepción. Los que siguen en el poder saben que lo van a ejercer precariamente, y más por impotencia o indecisión de los demás que por fuerza propia. Los que no lo han alcanzado han visto desmentidas sus expectativas, en unos casos, y en otros tienen la impresión de haber renunciado a sus posibilidades, de haber limitado su propio éxito, con la sospecha de haber aguado el entusiasmo que habían conseguido despertar. Temo que este mes de julio se inicia con una oleada de descontento. ¿Era evitable? Piense el lector cuál sería el estado de ánimo de innumerables españoles si el desenlace, no de las elecciones, sino de su resultado, hubiera sido otro. Estoy seguro de varios descontentos, algunos muy fuertes, que habrían acogido otras decisiones de los partidos. Y no sólo en una dirección, sino en varias, contrapuestas. Me parece que lo más útil que puede hacerse en este momento es reflexionar sobre las causas de esta situación, evidentemente no muy feliz, sobre el descontento justificado que lleva consigo y que puede destruir en parte la alegría y confianza con que se recibieron las noticias de las elecciones. En primer lugar, éstas fueron insuficientes. Significaron un comienzo de reacción del país, un principio de liberación de la inercia, una inequívoca voluntad de volver a tomar posesión de la dirección de las cosas públicas. Pero nada más. Hubo más despego que apego; más desconfianza que confianza; más malestar que entusiasmo. No puede uno desconocer que gran parte del voto era negativo: contra el partido que está en el poder, desde luego; pero el incremento de los partidos regionales, que en sí mismo podría ser positivo, tenía un fuerte elemento de desentenderse de los problemas nacionales, de provincianismo, D LESPUES de nando lo que al día siguiente iban a decir los periódicos, los comentaristas de radio y televisión, los representantes de los otros partidos. Han estado, probablemente, temblando de las descalificaciones que iban a caer sobre ellos. Se dirá que esto es perfectamente natural y justificado. ¿Hasta qué límite? Y ¿han imaginado también lo que iba a decir después de las decisiones tomadas o de la falta de decisión? Repetiré una vez más la norma que me parece decisiva para la vida privada, la vida pública y la internacional: No hay que intentar contentar a los que no se van a contentar. Y esto es lo que se hace una vez y otra, en todos los campos y siempre en pura pérdida. Lo hacen los políticos, pero igualmente los escritores, los artistas, los que de una manera u otra tienen que contar con la opinión. Yo los invitaría a contar con otra opinión: la opinión propia. Creo que hay que hacer lo que, por lo menos a uno mismo, le parezca bien: verdadero, valioso, justo. Siempre he compadecido a los que producen obras que no les gustan, porque son aplaudidas por los críticos o los órganos de opinión. En las decisiones políticas ese temor o esa debilidad tienen grave alcance y pueden destruir un éxito merecido. Perq dije antes que, si el desenjace de las últimas elecciones ha producido decepción, otros desenlaces posibles también la hubieran engendrado. Ciertamente, pero la cuestión que se plantea es qué volumen e importancia tiene una u otra decepción, y más aún, qué nivel de justificación les pertenece. Esto es lo que debería ser decisivo. Y, en todo caso, echo de menos algunas declaraciones autorizadas, explícitas, inequívocas de cuál es la decisión adoptada y cuáles son sus motivos. Con ello se conseguiría, por lo pronto, una cosa: la eliminación de la ambigüedad. Para esto, todavía se está a tiempo. En España hablan mucho los que tienen poco que decir; los que tienen posibilidad de hablar con autoridad tienen una extraña tendencia al mutismo, a las medias palabras o a hablar por intermediarios. La democracia se ha nutrido siempre del uso adecuado, fecundo, de la palabra; ya fue un desastre que se autorizara a leer, no hablar, en las Cortes. Creo que hay, además, un extraño temor a decir lo que se piensa; sin duda es la consecuencia de que haya sido difícil y más o menos peligroso hacerlo desde hace más de medio siglo, especialmente los que no han hecho la experiencia de la libertad no han perdido el miedo: hay que ver cómo dicen lo poco que dicen y cuánto callan de lo que habría que decir. Julián MARÍAS de la Real Academia Española

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