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ABC MADRID 14-06-1987 página 75
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ABC MADRID 14-06-1987 página 75

  • EdiciónABC, MADRID
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DOMINGO 14- 6- 87 CULTURA Un congreso entre llamas- A B C 75 STÁBAMOS en París en 1937 y lo principal era preparar un congreso de escritores antifascistas de todas partes del mundo. Un congreso que se celebraría en Madrid. Fue allí donde comencé a conocer a Aragón. Lo que me sorprendió inicialmente en él fue su capacidad increíble de trabajo y organización. Dictaba todas las cartas, las corregía, las recordaba. No se le escapaba el más mínimo detalle. Cumplía largas horas seguidas de trabajo en nuestra pequeña oficina. Y luego, como es sabido, escribe extensos libros en prosa y su poesía es la más bella del idioma de Francia. Lo vi corregir pruebas de traducciones que había hecho de rusos e ingleses, y lo vi rehacerlas en el mismo papel de imprenta. Se trata, en verdad, de un hombre portentoso y yo comencé a darme cuenta de ello desde ese entonces. Me había quedado sin el consulado y, en consecuencia, sin un centavo. Entré a trabajar, por cuatrocientos francos antiguos a mes, en una asociación de defensa de la cultura que dirigía Aragón. Delia del Carril, mi mujer de entonces y de tantos años, tuvo siempre fama de rica estanciera, pero lo cierto es que era más pobre que yo. Vivíamos en un hotelucho sospechoso en el que todo el primer piso se reservaba para las parejas ocasionales que entraban y salían. Comimos poco y mal durante algunos meses. Pero el congreso de escritores antifascistas era una reaSdad. Siempre me he considerado una persona de poca importancia, sobre todo para los asuntos prácticos y para las altas misiones. Por eso me quedé con la boca abierta cuando me llegó una orden bancaria. Procedía del Gobierno español. Era una gran suma de dinero que cubría los gastos generales del congreso, incluyendo los viajes de delegados desde otros continentes. Docenas de escritores comenzaban a llegar a París. Me desconcerté? Qué podía hacer yo con e) dinero? Opté por endosar los fondos a la organización que preparaba el congreso. -Y o ni siquiera he visto el dinero que, por E La vanidad de Huidobro lo demás, sería incapaz de manejar- l e dije a Rafael Alberti, que en ese momento pasaba por París. -Eres un gran tonto- me respondió Rafael- Pierdes tu puesto de cónsul en aras de España, y andas con los zapatos rotos. Y no eres capaz de asignarte a ti mismo unos cuantos miles de francos por tu trabajo y para tus gastos elementales. Me miré los zapatos y comprobé que efec- tivamente estaban rotos. Alberti me regaló un par de zapatos nuevos. Entre noruegos, italianos, argentinos, llegó de México el poeta Octavio Paz, después de mil aventuras de viaje. En cierto modo me sentía orgulloso de haberlo traído. Había publicado un solo libro que yo había recibido hacía dos meses y que me pareció contener un germen verdadero. Entonces nadie lo conocía. La madre del cordero era lo siguiente: mi compatriota Vicente Huidobro había llegado a París para asistir al congreso. Huidobro y yo estábamos enemistados; no nos saludábamos. En cambio él era muy amigo de Vallejo y aprovechó esos días en París para llenarle la cabeza a mi ingenuo compañero de invenciones en contra mía. Todo se aclaró después en una conversación dramática que tuve con Vallejo. Vallejo y Huidobro estaban en alguna parte del tren. André Malraux se detuvo un momento a conversar conmigo, con sus tics faciales y su gabardina sobre los hombros. Esta vez viajaba solo. Antes siempre lo vi con el aviador Corton- Mogliniére, que fue el ejecutivo central de sus aventuras por los cielos de España: ciudades perdidas y descubiertas, o aporte primordial de aviones para la República. Recuerdo que el tren se detuvo por largo tiempo en la frontera. Parece que a Huidobro se le había perdido una maleta. Como todo el mundo estaba ocupado o preocupado por la tardanza, nadie se hallaba en condiciones de hacerle caso. En mala hora llegó el poeta chileno, en la persecución de su valija, al andén donde estaba Malraux, jefe de la expedición. Este, nervioso por naturaleza, y con aquel cúmulo de problemas a cuestas, había llegado al límite. Tal vez no conocía a Huidobro ni de nombre ni de vista. Cuando se le acercó a reclamarle la desaparición de su maleta, Malraux perdió el pequeño resto de paciencia que le quedaba. Oí que le gritaba: ¿Hasta cuándo molesta usted a todo el mundo? ¡Vayase! Je vous emmerdeí Presencié por azar este incidente que humillaba la vanidad del poeta chileno. Me hubiera gustado estar a mil kilómetros de allí en aquel instante. Pero la vida es antojadiza. Yo era la única persona a quien Huidobro detestaba en aquel tren. Y me tocaba a mí, chileno como él por añadidura, y no a cualquier otro de los cien escritores que viajaban, ser el exclusivo testigo de aquel suceso. Cuando prosiguió el viaje, ya entrada la noche y rodando por tierras españolas, pensé en Huidobro, en su maleta y en el mal rato que había pasado. Le dije entonces a unos jóvenes escritores de una república centroamericana que se acercaron a mi cabina: -Vayan a ver también a Huidobro que debe estar solo y deprimido. Volvieron veinte minutos después, con caras festivas. Huidobro les había dicho: No me hablen de la maleta perdida; eso no tiene importancia. Lo grave es que mientras las Universidades de Chicago, de Berlín, de Copenhague, de Praga, me han otorgado títulos honoríficos, la pequeña Universidad del pequeño país de ustedes es la única que persiste en ignorarme. Ni siquiera me han invitado a dictar una conferencia sobre el creacionismo. Decididamente, mi compatriota y gran poeta no tenía remedio. Pabio del libro Confieso que he vivido PARKER BELLAS ARTES EXPOSICIÓN POEMAS AUTÓGRAFOS Sala Goya- A! cala; 42

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