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ABC MADRID 05-06-1987 página 3
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ABC MADRID 05-06-1987 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 5 DE JUNIO DE 1987 FUNDADO EN 19O5 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA UANDO la Virgen pronunc i a ante e l ángel las palabras, plenas de aceptación, del excelso compromiso que el Padre ha decidido para ella: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lucas 1.38) se inicia el más grandioso y trascendente suceso del Univereso: la presencia de Dios en la Tierra. María va a ser la pieza humana fundamental de este inmenso misterio, enriquecida con la suprema unción y dignidad de ser madre del Hijo de Dios y por ello hija predilecta del Padre y también Sagrario del Espíritu Santo Lumen Gentium Desde Nazareth a Belén, desde el templo de Jerusalén al taller de carpintero, desde las bodas de Caria hasta el Góigota, la historia de la Redención ha sido colocada en el plan eterno de Dios sobre esa roca de virtudes. Avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz. Lumen Gentium En su plan salvífico, Dios encomienda a la Virgen Santísima tan extraordinaria misión, que si bien empieza en la Anunciación, no termina en Pentecostés (Hechos 1.14) cuando la Iglesia de Cristo, infundida por el Espíritu Santo, rompe las murallas de Jerusalén para expandirse por el mundo. El devenir de la Iglesia de Cristo es impensable sin la presencia y la influencia constantes de María, sin el vínculo irrenunciable en la vida del cristiano que va del hombre a María, de María a Cristo, de Cristo a la Santísima Trinidad. Para iniciar esos caminos, los ins o n d a b l e s d e s i g n i o s d i v i n o s han configurado desde la eternidad la presencia de la Virgen en la Redención, que se consagra en la Cruz cuando Cristo asocia a María con la Humanidad: Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba que estaban allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo af discípulo: He ahí a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. (Juan 19.26- 27. ABC MARÍA ñar una madre y, en el apogeo de su Pasión, ofrece al hombre su último regalo de amor, su propia Madre. Así María se proyecta sobre e! hombre de manera constante, tierna y plena, y así el hombre que, turbado por los respetos humanos, se acobarda hasta marginarse del camino de Cristo, no siente la menor aprensión ante su entrega pública, confiada y aun desafiante al amor de la Virgen. Por eso las advocaciones marianas florecen en todos los países cristianos y especialmente en nuestra patria constituyen ese inmenso caudal que va desde Montserrat al Rocío, desde la Santina a ia Fuensanta, desde Guadalupe a los Desamparados, desde la Almudena a Begoña, desde Torreriudad a las Angustias, y mil más que giran como estrellas de gloria alrededor del Pilar. Todas son expresiones implícitas de fe en las que el hombre, liberándose de su timidez humana se entrega a la confianza de María como camino para llegar a Cristo: Cor Mariae ducissimum, iter para tutum. Juan Pablo II ha declarado cómo esa atracción humana de la Virgen en sus distintas advocaciones está ordenada por Dios: La Iglesia sabe y enseña que todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres... dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo... y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta. Redemptoris Mater Mañana, en que se abre e) Año Mariano que Juan Pablo II ha decretado para colmar de amores a María en conmemoración del bimilenario de su aproximado nacimiento, no debe bastarnos a los cristianos españoles la celebración de la decisión papal, sino que en nuestros corazones, en nuestras conductas, en (as devociones que seamos capaces de ofrecer- -el rosario fundamerrtalamerrte- -debemos apoyar sólidamente nuestra decisión de entrega a María. No se trata de amontonar ñoñamente devociones huecas, sino de la voluntad de ir convirtiéndolas en parámetros de nuestra vida; habituarnos a hablar con la Virgen como si estuviera viva- -porque está viva- ya que, después de la ascensión del Hijo, su maternidad perma- REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN TALLERES- SERRANO, 61 28006- MADRID C nece en la Iglesia como mediación materna, intercediendo por todos sus hijos, la madre coopera a la acción salvífica del Hijo, Redentor del mundo. Redemptoris Mater Asombra y enternece contemplar su vida diaria, normal, vulgar si se quiere, de madre de familia humilde, limpiando, cocinando, yendo por agua, lavando y cosiendo la ropa... Todo eso tan insignificante que ni siquiera tiene proyección en los relatos evangélicos, pero que constituye el más entrañable ejemplo de docilidad y servicio que María podía ofrecernos: hacer lo más sencillo, lo menos importante, lo más pequeño... pero hacerlo bien. Está de propia voz de Cristo en la parábola de los talentos: Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho -quia super pauca fuistis fidelis- (Mateo 25.21) Es la respuesta de Tomás Becket al Rey cuando éste le acusa de no amar nada: Yo amo una sola cosa, mi príncipe. Y de ello estoy seguro; hacer bien lo que tengo que hacer. (Anouhil: Becket o el honor de Dios Pues este inmenso valor de las cosas pequeñas fue durante su vida el ejemplo que María nos ofreció y al que nos invitó con su conducta Llenar en frase de Kipling, de trabajo cumplido, el inexorable minuto de sesenta segundos La Iglesia ve a la Bienaventurada Madre de Dios (y volvemos a la bellísima Redemptorts Mater en el misterio salvífico de Cristo y en su propio misterio; la ve profundamente arraigada en la historia de la Humanidad, en la eterna vocación del hombre según et designio providencial que Dios ha predispuesto para él; la ve maternalmente presente y partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la vida de tos individuos, de las familias y de las naciones; la ve socorriendo ai pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal para que no caiga o, si cae, se levante Apoyados en Ella, podremos soñar, esperanzadamente, con la visión apocalíptica de San Juan (12.1) Apareció en et cielo una señal grande; una mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies y sobre la cabeza una corona de doce estrellas. Juan Manuel FANJUL Cuando el cristiano busca la salvación tratando de depurar su propia y difícil conducta en la más difícil complejidad de la vida del mundo; cuando tropieza y cae o se rebeta o duda; cuando le faltan las fuerzas y todo le falla en derredor, hasta el olvidado camino de la penitencia, sólo la ternura de la Madre, su comprensión y su misericordia pueden devolverle a la luz. Dios, en su infinita sabiduría, supo que esa misión sólo la podía desempe-

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