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ABC MADRID 31-05-1987 página 82
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  • EdiciónABC, MADRID
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82 A B C VIH CENTENARIO DE LAS HUELGAS DOMINGO 31- 5- 87 La construcción de la iglesia de la abadía La fundación y primeros pasos del monasterio de Las Huelgas o, para ser más exactos, las gestiones y contactos que para su promoción mantuvo entre 1187 y 1189 Alfonso VIII con el Capítulo General de la Orden del Císter, han sido correcta y unánimemente considerados por los historiadores- y esto desde hace ya bastantes años- como trascendentales en el largo proceso de incorporación de las religiosas a aquel Instituto, fundado, como bien es sabido, en 1098. El notable, conjunto de dependencias que componen el complejo de Las Huelgas, por el contrario, no ha gozado entre los investigadores del favor que su espectacularidad y, en algunos aspectos también, su singularidad reclaman. En efecto, mientras otras abadías peninsulares- n o muchas, ciertamentecuentan ya con sólidas monografías actualizadas, el cenobio burgalés necesita todavía un estudio que ponga al día pesquisas tan meritorias, en buena medida aún en vigor, como las realizadas por E. Lambert o L. Torres Balbás, por citar únicamente a dos de los mejores conocedores de la más antigua arquitectura de nuestro monasterio. No voy a examinar en este artículo, como es lógico suponer, todos los problemas que, desde un punto de vista específicamente constructivo, plantea el análisis de las estancias que integran el recinto de Las Huelgas. Mi única intención, en la presente ocasión, es reflexionar sobre algunas particularidades de su iglesia, que o no han sido comentadas o, cuando menos, no han sido suficientemente destacadas hasta el momento, valorándolas fundamentalmente en el co ntexto genera! de las creaciones auspiciadas por la Orden del Císter. Un buen punto de partida, á ese respecto, nos lo ofrece ia fecha de comienzo del edifició, considerablemente posterior, como se dirá más abajo, a la de arranque de la Casa. Nada tiene de anómalo este hecho en un cenobio masculino, pues es habitual que entre la instalación de los religiosos blancos en e! lugar elegido y el inicio de los trabajos de construcción definitiva transcurran varios años, de treinta a cuarenta, por término medio, en el caso de Fundaciones cistercienses en sentido estricto. Más extraña resultaría esta demora en un centro femenino, toda vez que, de acuerdo con una pauta relativamente común en la Orden, el templo y las otras dependencias necesarias para la vida comunitaria debían estar completamente terminadas o, como mínimo, suficientemente avanzadas antes de que se produjera la aceptación de su integración en el Instituto. Este principio, causa de que las obras destinadas a monjas respondan con extraordinaria frecuencia a fórmulas usuales en la arquitectura del país en que se asientan, sin deber nada o casi nada a las premisas típicas de la Orden, se observó también en Las Huelgas. zan, en la abadía burgalesa, en la zona nucleada por el claustro denominado las Claustrillas Unidas a los donativos ad opus efectuados por Alfonso VIII, justifican plenamente que el mismo Monarca y su esposa, Leonor- -y en ello coinciden los escritores coetáneos (Lucas de Tui, Jiménez de Rada... y sus inmediatos sucesores en el Trono (Fernando III y Alfonso X) -se considerarán reiteradamente como constructores del cenobio, conceptuacíón que con asiduidad hay que interpretar en esta época- conviene recordarlo, aunque no parezca ser éste el caso- como sinónima de fundadores del mismo. De su tiempo, sin embargo, no procede la iglesia que vemos hoy, que tuvo que a Oriente por un muro común plano. El alzado, por el contrario, rompe con las pautas del pasado, incorporando resueltamente ya principios y soluciones que caracterizan de manera rotunda e inequívoca a la nueva arquitectura gótica. Arquitectura cisterciense El levantamiento de la abacial de Las Huelgas, por más que el tono de austeridad que en ella domina convenga perfectamente a una creación cisterciense, supone dentro de los límites hispánicos, el punto de partida, y, a la vez, paradójicamente, la culminación de un proceso que conducirá fatalmente a la pérdida de identidad, a la asimilación de la genuina arquitectura cisterciense por las directrices de la coetánea, de la que prácticamente no se diferenciará desde entonces. Esta evolución, empezada en las regiones de origen de la Orden a finales del siglo XII, se irá consolidando durante los años en que las tierras de Burgos ven surgir a nuestra Iglesia. Por tal motivo, resulta especialmente oportuno invocar aquí, como paralelos de esa misma situación, sin que tal recurso tenga otras implicaciones que las puramente evolutivas, a templos como los pertenecientes a los monasterios de Longpont, Royaúmont, Maubuisson, etcétera. Al igual que aconteció en estas empresas francesas, y en consonancia con la cesura que desde ese punto de vista señalan todas ellas en el panorama constructivo de la Orden, también en la abacial de Las Huelgas hay que contar, para explicar su filiación estilística, con la participación en su erección de un taller laico, ajeno por completo al organismo monástico y, por tanto, a sus específicas tradiciones; un taller de procedencia y formación ultrapirenaica- e n lo esencial francoborgoñón, según indicó Lambert, si bien no puede olvidarse tampoco el impacto aquitano, sobre todo en la cabecera- cuya actividad, decisiva para comprender la introducción del gótico pleno en la Península Ibérica, se documenta asimismo en las catedrales de Cuenca y Sigüenza- tal vez también en la de Burgo de Osma- en el cenobio, igualmente cisterciense, de Santa María de Huerta. La entidad de las cuestiones comentadas en los párrafos precedentes no debe impedir reseñar, finalmente, otra nota sobresaliente de nuestra Iglesia: la envergadura de su fábrica. La exacta significación de este hecho se evidencia con absoluta nitidez ai comparar sus dimensiones, verdaderameí grandiosas. Construcción de la abacial Estas primeras dependencias, que tanto por sus rasgos estructurales y decorativos como por los criterios anteriormente expuestos, en modo alguno pueden catalogarse como provisionales, carácter que, según es notorio, suelen poseer las edificaciones iniciales en las comunidades masculinas, se locali- contar, obligatoriamente, con una antecesora, con toda probabilidad, ella sí, concebida como transitoria. La ejecución de la abacial que al presente persiste, tal como sostuvieron, entre otros, los dos autores, Lambert y Torres Balbás, se acomete con posterioridad al fallecimiento de los Reyes fundadores. El comienzo de este templo, a tenor de lo que cabe deducir de la convergencia de argumentos de signo muy diverso, imposibles de enumerar en su totalidad ahora, debió de haberse producido hacia finales del primer cuarto del siglo XIII, en una fecha próxima a 1220, poco antes, pues, de la apertura del chantier de la espléndida y cercana catedral gótica. La datación reseñada tiene una importancia capital al enfrentarse estilísticamente con el edificio, cuya planta, no obstante, apenas ofrece variantes con respecto a modelos susceptibles de ser definidos como típicos de la Orden. En efecto, si exceptuamos la configuración de la capilla mayor- poligonal- la iglesia se supedita tipológicamente al conocido esquema bernardo: planta de cruz latina, con tres naves en el brazo longitudinal, crucero marcado y cabecera compuesta por cinco capillas, la central, ya vista, y las laterales- -dos por cada lado- rectangulares, cerradas Las especiales circunstancias que concurren en el nacimiento y consolidación del monasterio de Las Huelgas, estrecha y decididamente apoyado por unos Monarcas que llegan a convertirlo durante algún tiempo, el de mayor relieve para la conformación de sus dependencias, en Panteón Real, explican a la perfección esa monumentalidád, tan anómala, en particular en el ámbito hispánico, como innovadoras y extrañas a los ideales de la Orden del Císter, fueron, tal como se ha insinuado en más de una ocasión, la elección de su emplazamiento y los cometidos y atribuciones con que se quiso dotar al cenobio desde el momento mismo de su fundación. José Carlos VALLE PÉREZ

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