ABC MADRID 23-05-1987 página 56
- EdiciónABC, MADRID
- Página56
- Fecha de publicación23/05/1987
- ID0001597439
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IV ABC ABC- Reedición 23 mayo- 1987 Luciano De Crescenzo HISTORIA DE LA FILOSOFÍA GRIEGA (DE SÓCRATES EN ADELANTE) Me imagino que mucha gente, al leer los agradabilísimos libros de De Crescenzo, se dará cuenta de que los filósofos también eran seres humanos y sentirá el deseo de conocer mejor sus ideas Umberto Eco Pepita Jiménez Juan Valera Introducción de Andrés Amorós Espasa- Calpe, S. A. Madrid, 1986 Desde su aparición- 1 8 7 4- saboreó Pepita Jiménez una extraña fortuna. Periódicamente reeditada, traducida a varios idiomas, considerada como obra interesante, pasó a ocupar un puesto fuera de las clasificaciones y empadronamientos al uso. Pepita Jiménez por un curioso fenómeno de desencaje en los gustos de la época, fue asimilada a la imagen que se tenía del autor. Don Juan Valera comenzaba por ser uno de los escritores a los que es difícil concebir sin la anteposición del título. Algo que poco Juan Valera ha tenido que ver con valoraciones intrínsecas de orden intelectual. Por ejemplo, no imaginamos a Espronceda o a Bécquer como don José o don Gustavo Adolfo. A Valera, en cambio, resulta casi incomprensible despojarle de la dignidad respetuosa del don Aunque en su vida de hombre de sociedad, ingenioso poblador de salones y embajadas, adquiriera cierto renombre escandaloso por sus aventuras donjuanescas es evidente que no le vino por esa vía la inseparabilidad del título. Señorito primero- señorito andaluz para mayor precisión- y gran señor siempre, Valera no dejó de pensar, al correr de su existencia, en la conquista de la fama. La persiguió por distintos caminos y escenarios diversos. Corto de hacienda, emprendió- e n las filas moderadas, teñidas de progresismo- -el juego azaroso de la política, llegando a ser, a la sombra del general Serrano, diputado, director general, consejero de Estado y subsecretario. Andanza meteórica, con pronto abandono. O frustración. Sus intermitentes servicios en la diplomacia- s u medio de vida más establecido- obedecieron, en gran medida, a razones económicas. Su primer destino fue en Ñapóles, acompañando al duque de Rivas, que desempeñaba la jefatura de misión; a Rusia parte a las órdenes del legendario y deslumbrante duque de Osuna; Río de Janeiro representaría su calvario y el germen de su matrimonio; para culminar sus actividades diplomáticas, tras variados albures e interrupciones, y su paso por Washington y Bruselas, de embajador en Viena- l a Viena de los valses y de Francisco José- donde cumpliría los setenta años y percibiría el avance de la pérdida de visión, que concluiría en ceguera total. La breve enumeración de los más destacados puestos diplomáticos que ejerciera don Juan no atiende a meras razones biográficas. Quizá la inteligente perspicacia de Valera, donde encontró su aplicación más continuada fue en el campo epistolar. Volcado en su abundante y sagaz correspondencia, a través de cartas de todo tipo no sólo levantó el monumento epistolar más acabado de nuestro siglo XIX, sino que ellas representaron claros ventanales abiertos a la información y sensibilidad del ancho mundo. Con el agregado- que es lo que ahora importa- de que Pepita Jiménez significa la coronación de este arte comunicativo, ya que su obra maestra, clásica frente a las corrientes del tiempo, es una novela postal Valera la escribe pensando ganar dinero y ayudarse a salir de ahogos. Después de sus primeros y habituales pasos líricos, la vocación literaria del autor de Juanita la Larga ha cultivado- y mariposeado- siempre con agudeza, diversidad de predios intelectuales: crítica, ensayos de entonación filosófica- con participación en la polémica provocada por la expansión del Krausismo- estudios históricos, etc. Y aunque parezca extraño, la ideología de don Juan se verá reflejada en el transfondo de Pepita Jiménez Andrés Amorós, con su usual sutileza, adelanta la cuestión. Pepita Jiménez es no sólo una novela deliciosa sino un entrecruce, a veces un compromiso solapado, de problemas insinuados astutamente. Tenían razón quienes en la pérdida de la vocación sacerdotal del protagonista veían bastante más que la capitulación ante las leyes y las seducciones del amor humano. Valera era un zorro viejo, curtido en sus escepticismos, que planta cara a las tesis de Donoso Cortés; se revuelve, pese a su amistad, contra las afirmaciones de Menéndez y Pelayo. Manuel Azaña- e n uno de los trabajos que dedicó a Valera- reproduce el resumen de la postura de don Juan con sus mismas palabras: Error es afirmar que un catolicismo intolerante y austero haya sido el germen fecundado de la grande y propia civilización española... Con los años y el abandono de cualquier esperanza, se nota que baja la guardia y los miramientos. El racionalismo desalentado de don Juan hace acto de presencia. Pepita Jiménez consuma su alborotada aparición un decenio antes que las dos grandes novelas españolas del XIX: La Regenta y Fortunata y Jacinta Dato de situación, pero menos significativo de lo que pudiera parecer. Pepita Jiménez y su autor corren por otros caminos y con intenciones distintas. Valera dice adiós al romanticismo, pero no se deja envolver por el oleaje realista ni por el contumbrismo trivializante. Escribe su obra máxima en los lindes de la cincuentena. Concebida bajo preocupaciones estéticas- materia analizada por amorós- su desarrollo sugiere, entre habilidades y regateos, contemplaciones benévolas y distantes. Várela detestaba tanto la invasión positivista como la sectaria. Por eso se las arregló para que la belleza fuese deseable y verosímil. José María ALFARO LA NUEVA MREATIVA DE MONDADORI MONDADORI Narrativa