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ABC MADRID 03-05-1987 página 63
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  • EdiciónABC, MADRID
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DOMINGO 3- 5- 87- LA FIESTA NACIONAL -ABC, póg, 63 Niño de la Capea demostró la injusticia de quedarse fuera de los carteles de San Isidro Magistral faena del salmantino al cuarto toro de Domecq Duodécima corrida de la feria de Sevilla- -Ficha de la corrida Real Maestranza de Sevilla. Lleno hasta la bandera. Seis toros de Salvador Domecq, bien presentados, con genio, presentando serias dificultades. Cuarto, quinto y sexto resultaron los mejores. Niño de la Capea, de nazareno y oro, dos pinchazos y dos descabellos (silencio) En el cuarto, estocada (ovación, oreja y vuelta al ruedo) Ortega Cano, de rosa y oro, estocada (pitos) En el quinto, bajonazo (vuelta al ruedo) Víctor Mendes, de grosella y azabache, estocada tendida y descabello (palmas) En el sexto, estocada (ovación) Hado y muy presto al tornillazo. Ortega Cano eludió la pugna. Prefirió acabar pronto, entre el desencanto del público que se había hecho ilusiones por lo presenciado con el capote. La faena ai quinto se compuso de una escalera de pases, de continuos y frecuentes altibajos. El toro, con la fuerza justa, era llevado por el diestro de Cartagena con indudable interés de quedar bien; pero la faena no adquirió verdadera importancia hasta las últimas series, en las que se produjo un toreo rítmico, muy sentido, con un par de series de naturales muy al final, que resultaron de verdadera categoría. Se le fue la espada a los bajos en el volapié, y ahí perdió la oreja. Se la pidieron con insistencia. El presidente no la concedió. La vuelta al ruedo fue acompañada de fuertes ovaciones. Esta vez, por lo menos, Ortega Cano se asomó a Sevilla. Decir que ya ha entrado sería demasiado. Dejémoslo en que se le ha entreabierto la puerta. Ya ha, visto la Giralda, algo es algo... Sevilla. Vicente Zabala, enviado especial Enorme expectación, con los pasillos y vomitorios taponados a la hora de hacer el paseo las cuadrillas. Haga usted el favor, déjeme pasar, que no llego a mi localidad... o lo que es peor, ése que no sabe dónde está, que se asoma a la Maestranza como lo podría hacer al parque azteca de Chapultepec. Son los que van de un lado para otro, sin aclararse, entorpeciendo, buscando al acomodador como el que busca un guía que le enseñe el Museo del Prado... Desde que la empresa se ha inventado lo de las corridas matutinas, la Maestranza se ha convertido para mí en una especie de oficina. Sesión continua. Mañana y tarde sobre mi balconada, escribiendo contra reloj, no es que me queje, es que no puedo ver los toros con el regusto y reposo, que requiere este espectáculo. Me parece un contrasentido que yo pida que los diestros toreen despació, mientras yo escribo j. r 4 deprisa, contra reloj, J entre codazos, calores y agobios. Y a p r o p ó s i t o de Niño de la Capea agobios... Hay que tener en cuenta las fatigas que pasó el Niño de la Capea con su primero, un bien presentado toro de Salvador Domecq, que embistió al paso, con la cara alta, midiendo a cada instante las intenciones del torero, al que se lé hacía muy difícil burlar a un toro tan listo, dispuesto a no dejarse humillar. El salmantino pasó fatiguitas de muerte con la bronquedad, aspereza y largo sentido del toraco. Esta vez no le pudo al toro. El genio del animal era grande, y el maestro, pese a plantearle batalla, se dio pronto cuenta de que llevaba las de perder. Prefirió defenderse con el mayor decoro posible y matar de tres pinchazos y dos descabellos. El Niño de la Capea vio que el cuarto tenía alguna posibilidad de lucimiento, pese a que le costara entregarse. Se necesitaba mucho valor para bajar la mano, para llevar el engaño barriendo la arena, para esperar a que el toro metiera la cara en la muleta. La faena del maestro era pintiparada para una afición capaz de entender cómo se llevan a los toros embarcados en el engaño. El animal no veía más que el lienzo rojo que Pedro le llevaba a un dedo del morro, jugando la muñeca perfectamente al final del muletazo para sacar el trapo por debajo de la pala del pitón. Eso es torear. El salmantino parecía que estaba brindando a Domingo Ortega, a un Domingo Ortega que ya no puede desplazarse hasta Sevilla, pero que sostiene una y mil veces que el arte de torear consiste en llevar a los toros por donde no quieren ir, que fue lo que hizo e joven maetro de Salamanca con aquellos largos, larguísimos, eternos pases naturales en los que el toro, aun a su pesar, se veía obligado a obedecer al gran torero. No tiene perdón de Dios, que, cualquiera que sean las razones que obliguen a ello, la afición madrileña se quede sin verlo en la ya anunciada feria de San Isidro. Da la casualidad que nos hemos tenido que tragar al Niño de la Capea durante muchos años, precisamente cuando era un torero acelerado y zapatillero. Y ahora, en su mejor momento, se nos queda fuera de la programación. En mi opinión, es un rotundo disparate. Cortó la oreja cuando acabó con su enemigo de una estocada. Dio la vuelta al ruedo entre el beneplácito general de un público que comprendió que a ese toro son muy pocos los diestros de hoy capaces de obtener un triunfo con él. Con la mejor intención Ortega Cano se embragúete con el capote en cinco ceñidísimas verónicas a su primero. Venía a sacarse alguna vieja espina de actuaciones incoloras. El quite a la verónica le resultó muy bueno, ceñidísimo, echando el percal adelante, para- llevarlo muy toreado, pasándoselo cerquísima, que levantó grandes oles y frenéticas ovaciones, porque los lances resultaron buenos de verdad. El portugués Víctor Mendes se ajustó en unas chicuelinas de grandes cercanías, a las que replicó de nuevo Ortega Cano con unas gaoneras, esta vez más espectaculares que artísticas. Todo hacía presagiar que la faena de muleta iba a resultar lucida; pero Ortega Cano no había visto al toro, hasta el punto de que brindó al público una labor preñada de indecisiones. El toro probaba, miraba al cuerpo y se comportaba con enorme listeza. Todo eso se le había pasado inadvertido al maestro cuando se fue al centro del ruedo para ofrecer al público una faena que no existió. Daba respeto encontrarse con un toro mirón enga- Entregado El portugués Víctor Mendes lanceó movidillo a su primero. Las embestidas eran altas, sin humillar. En un- intento de quite por navarras no logró tampoco que los antiguos lances le salieran con cierta armonía en los giros. Banderilleó atlético y espectacularísimo, con unos saltos tremendos a la hora de las reuniones, pero con el beneplácito de un público que ha olvidado, a fuerza de no verlo, que la suerte de banderillear tiene también su temple y su encanto. Un mal día un torero mexicano llamado Carlos Arruza rompió en mil pedazos los cánones del segundo tercio. Trajo lo del salto, y ahí se ha quedado... Con la muleta no hubo manera. El de Salvador Domecq se defendió con dureza, cor, el derrote rápido cada vez que el torero remataba un pase. En ese instante el toro le ganaba la acción at portugués, que salvó la piel de puro milagro. Mató de estocada tendida y un descabello. Escuchó palmas. En el sexto, después de haberlo banderilleado entre enormes aclamaciones (hubo un par de dentro afuera realmente importante) llevó a cabo una pésima faena de muleta. Victo no se decide a adelantar el engaño. Cita con la muleta detrás de la cadera. Así no se torea. Una cosa es la voluntad, la espectacui ¿tuiad, y otra el bien torear. Mi respeto para e tarioso torero lusitano, pero por lov os cimeros de la tauromaquia hay que vn otras hechuras toreras. ¿NECESITA ALQUILAR UN APARTAMENTO? Consulte las páginas de Anuncios por palabras de

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