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ABC MADRID 25-04-1987 página 3
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ABC MADRID 25-04-1987 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 25 DE ABRIL DE 1987 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ORO y juego, dos g r a n d e s enigmas. Dos misterios inexcrutables. Nada más fácil, a primera vista. Jugar con el toro. Un hermoso espectáculo. Hombres vestidos de seda, de oro y de plata, luchan con el toro en la arena. Que es un círculo. En tiempos arcaicos fue un laberinto. Las más viejas historias del toro lo relacionan con un laberinto. Y con ese otro laberinto que es la mujer. Los sesudos investigadores no consiguen encontrar la salida de este laberinto. Probablemente a mí tampoco me será posible, una vez que me he atrevido a meterme en él. Mis recuerdos infantiles de las corridas de toros me llevan a sus entresijos: el patio de caballos, lleno de tristes jamelgos, encomendados a las diestras manos de Bautista. En época normal botero en el puerto de La Coruña. Después, en las fiestas, se convertía en el más ilustre monosabio, que lo mismo libraba a los pobres caballos de las astas afiladas que cosía y recosía sus heridas, con cordel y con paja. Asistía al encierro al sorteo y escribía a máquina para mi padre la reseña cuidadosa de los comúpetos. Muchos años después fui amigo de Juan Belmonte. No su médico, que este era el inolvidable Joaquín Mozo, sino su confidente. En esos secretos que sólo los médicos conocemos y que no podemos decir. Entre los centenares de personas insignes que he conocido ninguna impresionaba más que Juan Belmonte, hombre por los cuatro costados. Yo no era un aficionado ni un entusiasta. Pero en Juan Belmonte latía, impregnando su alma y su cuerpo, el grave, el insondable, el indescifrable mito del toro. Allí estaban los toros en el campo, desdeñosos, con la conciencia de su estirpe mágica. Que se burla de mitólogos, de psicólogos de las profundidades, de antropólogos, de todo lo que termina en lógica, en razón. El toro, irracionalidad pura. Y, por lo tanto, clave escondida de lo que es en la razón su entraña. Sólo dos hombres han conocido el misterio del toro, del juego con el toro: Juan Belmonte y Pablo Picasso. El primero lo llevaba en todo su ser; el segundo lo expresó en sus Minotauromaquias repletas de símbolos. Demasiados símbolos quizá. ¿Qué hacen allí, en la sobrecargada escena, esa multiplicidad de Arquetipos? ¿El puer eternus, el hombre sabio, la mujer destripada, en forma de caballo, patas al aire, los enamorados, la escalera angélica... Abrumados por tanto símbolo arquetípico, los discípulos de Juna no saben qué decir. ¿Habrá leído a escondidas Picasso a su maestro? Hipótesis inverosímil y tonta. El gran arte no tolera una composición racional. Junto a esta explicación superenigmática del enigma del toro, del toro hispánico se entiende, tenemos ese libro admirable, injustísimamente olvidado, que escribió ese gran amigo que fue Alvarez de Miranda: Ritos y juegos del toro. Los grabados de Picasso, Minotauromaguia, fueron dibujados dos años antes del Guerriica. Son el antecedente de Guernica, pero sin la intención acusatoria. Puro enfrentamiento del pintor con lo que los sabios llaman ahora el subconsciente Es decir, con el misterio de la vida. El libro de Ángel Alvarez Miranda tiene el empaque de una gran obra. Por desgracia no pudo terminarla, cogido él mismo ABC por el terrible toro de una enfermedad cruel, encerrado los últimos meses de su vida en el pulmón de acero. Cossío concluye uno de sus hermosos volúmenes con una meritoria Disertación final de los toros llena de sapiencia, de información. Pero el toro, el gran toro de lidia, nuestro hispánico toro, se salta de un brinco esa barrera de la erudición, del saber sobre los mitos. Siempre será un misterio, elusivo, inaprensible, lleno de resonancias que nunca se agotan. Alvarez de Miranda habla de cosas fascinantes. Ese obispo gallego, de mi tierra, que sospecharon sus colegas de sodomía y al que un buen toro, arrodillándose ante él y entregándole los cuernos libró de tan vil sospecha. Esa doncella que en nuestra Península Ibérica, para librarse de un novio al que no quería y que, además, asesinó al que realmente amaba, se enreda con otra mujer disfrazada de varón. O la que se mete en un toro de oro, del que sale sólo por las noches, para alimentarse. Desde su pulmón de acero, Alvarez de Miranda me aconsejó la lectura de esa gran figura de los estudios mitológicos que es Watter F. Otto. Un día vi en ese precioso museo que hay en el castillo de San Antón, en La Coruna, una maza ornada con una cabeza de toro. Walter F. Ottq estudia un mito griego que ilumina la participación del toro en el origen de la agricultura. El sacrificio del toro en la Dipolieia, en la fiesta del dios Polieus, que los griegos celebraban en la Acrópolis. La llamada bufonia, esto es, la muerte del toro, se verificaba por un mazazo. Pero el que ejecutaba este rito sagrado, una vez muerto el toro, salía corriendo, perseguido a pedradas por el pueblo. Escudriña Otto este misterio y descubre su origen en la herida que sufre la Madre Tierra al ser arada por primera vez. Esto es, al perder su virginidad celosamente guardada. Toda tierra virgen libera, al ser hendida, gérmenes misteriosos. El violador ha de huir en castigo ritual por haber transgredido las leyes naturales, aunque esto naya dado origen a la fecundidad de los campos. Alvarez de Miranda piensa que, más o menos, todos los ritos del toro, todos los juegos del toro se refieren a su fecundidad, a su poder genésico. Pero más allá del poder genésico del semental está la potencia genésica de la Tierra. Todos los mitos del toro van unidos a la mujer, a lo femenino. REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN TALLERES- SERRANO, 61 2 8006- MADRID T EL JUEGO DEL TORO Asegura, en su gran libro Arquetipo y Zodíaco, el sabihondo Julius Schwabe que las toreras famosas de Knosos, en la vieja Creta, nada tienen que ver con las corridas de toros españolas. La mujer, creadora de vida, no gusta de la sangre, no puede matar al toro. Por eso ya desarmada. Se limita a saltar sobre él, a jugar. ¿Es realmente el juego con el toro, el juego a muerte, cosa de hombres Siempre que se presume de varonía hay que sospechar que hay gato encerrado. Los atuendos del torero brillan con sedas y coloridos gratos a la mujer. Y los mitos hispánicos profundísimos sobre el toro hablan con insistencia de cambio de sexo. Los últimos capítulos del libro de Alvarez de Miranda, sobre el juego del toro en la cultura egipcia, son iluminadores. Parece importante, importantísimo el que el toro sea un símbolo de poder sexual, de la fecundidad. Lo vemos bien claro en el tema, tan admirablemente estudiado por Alvarez de Miranda, del toro nupcial En muchos pueblos de Extremadura- y no hace demasiados años de ello- los mozos iban a visitar al recién casado llevándole un toro sujeto con una cuerda para que bendijese mágicamente los esponsales. Pero esta explicación de que el toro, de manera mágica y secreta, trasmite a los hombres la fertilidad y el poder genésico es demasiado sencilla. Esta virtud mágica del toro, su poder fecundante, ¿no viene de más lejos? ¿No aparece aquí, cambiando de representación la vida, de lo vegetal a lo animal, la fuerza fecunda de la Madre Tierra? Y entonces empezamos a entrever el gran misterio que nace que el varón huya de todas estas explicaciones de la fiesta del toro. En Asia Menor y en el Mediterráneo prehelénico encontramos vasijas, cilindros, dibujos, representaciones variadas de la asociación del toro con la mujer. El antiquísimo culto al toro, como deidad poderosa, que culmina para nosotros en Creta, porque nos es más accesible que se refleja en el mito de Europa y Pasifae, tiene una resonancia actual de formidable importancia. Ej verdadero poder genésico, creador de la vida y creador del espíritu, no lo detenta sólo el varón. El hombre alardea de ello, quizá demasiado. Pero el rejuvenecimiento de su fuerza creadora viene de capas muy profundas de su persona que sólo se agitan cuando las conmueva esa mujer eterna que está en el comienzo de todas las cosmogonías. En el principio del mundo. El espectador de las corridas de toros asiste a un gran espectáculo, a un juego en el que resuenan armónicamente los más lejanos misterios. Entre ellos el que debió producir estupor y espanto al hombre primitivo cuando vio brotar del vientre de la mujer una nueva vida. Nada ligaba entonces el erotismo, el disfrute carnal con la procreación. Esta era cosa de los dioses. Necesitada por tanto de tributo, de veneración. Irrumpía la vida, inexplicablemente, tanto de la tierra arada por ese cuerno que es el arado, como del vientre de la mujer o de tos demás seres vivos, con sagrada violencia. La conmoción en el último fondo de las entrañas del hombre era tal que forzaba al sacrificio ritual. Tenía que existir una víctima, el toro o el hombre. Alguien debía morir. La tragedia siempre ha nacido paralela a todo lo que existe. Juan ROF CARBALLO de la Real Academia Española

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