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ABC MADRID 19-04-1987 página 28
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ABC MADRID 19-04-1987 página 28

  • EdiciónABC, MADRID
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28 A B C IBEROAMÉRICA Argentina cambia de capital DOMINGO 19- 4- 87 Viedina, la aventura austral del presidente Raúl Alfonsín La nueva ciudad, ochocientos kilómetros al sur de Buenos Aires WWM Una metrópoli en medio de la nada Buenos Aires es oficialmente capital de la República Argentina desde 1880, cuando, tras largos años de luchas entre federalistas y unitarios, el Congreso Nacional zanjó definitivamente esta eterna disputa mediante la ley del 20 de septiembre. La primera fundación de Buenos Aires se remonta a 1536, cuando Pedro de Mendoza, investido con el título de adelantado del Río de la Plata asentó sus campamentos sobre las barrancas del Riachuelo, que pronto se llamaría La Matanza. El segundo adelantado, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, instaló en Asunción su base de operaciones en el camino hacia el Perú. Buenos Aires fue despoblada y abandonada. Finalmente, el vasco Juan de Garay, a las órdenes del tercer adelantado, Juan Ortiz de Zarate, decidió cumplir el viejo anhelo de repoblar Buenos Aires. En 1580 reunió en Asunción un grupo de sesenta soldados, muchos de ellos criollos, y se embarcó llevando animales y útiles de trabajo. El 11 de junio de aquel año fundó por segunda vez la ciudad de Buenos Aires, distribuyó los solares entre los nuevos vecinos y constituyó el Cabildo. A finales del pasado siglo, ya constituida oficialmente en capital de la República, Buenos Aires conoció una extraordinaria explosión demográfica, en gran parte debido al aporte de la emigración Actualmente, la capital federal y su provincia acogen a más de la tercera parte de la población total del país. De esta manera, Buenos Aires se ha transformado, en feliz imagen de un escritor norteamericano, en una especie de metrópoli en medio de la nada figura del primer ministro y reducir el mandato presidencial de seis, a cuatro años) y con toda una serie de medidas para modernizar y descentralizar el anquilosado aparato estatal, que en Argentina controla más del cincuenta por ciento del Producto Nacional Bruto. De esta manera, se puso en marcha hace unos meses un holding de empresas estatales, no sólo para racionalizar su trabajo, sino para encarar un progresivo programa de privatizaciones. Y, aunque el ritmo es mucho más lento de lo que algunos desearían, ya se advierten tímidos intentos liberalizado, como en la compañía de aviación Austral (pronto será privada) en Ferrocarriles Argentinos o en otros sectores. Con el cambio de la sede de la capital, el presidente pretende, asimismo, dar el espaldarazo definitivo a la federalización del país, algo que hasta el momento era tan sólo un vago enunciado, puesto que los Gobiernos provinciales tienen que pasar indefectiblemente por Buenos Aires a la hora de sacar adelante sus proyectos y sus planes. Pero, como señalan las voces críticas, ¿es necesario cambiar la capital para acabar con el centralismo? O, lo que es más, ¿el mero cambio de la capital servirá para darle el golletazo? lililí VIEDMA EDIFICIO DEL PARLAMENTO PUENTE PEATONAL CASA DE GOBIERNO PUENTES PARQUES ZONA DE MINISTERIOS 7 7 1 T vy ¿FERNANDO RUBIO A mí se me hace cuento que exista Buenos Aires. La juzgo tan eterna como el agua y como el aire. Si e! Parlamento argentino tiene a bien sancionar una ley propuesta por el Ejecutivo- l o que ocurrirá sin duda en estos días- Buenos Aires podrá seguir siendo borgianamente eterna, pero dejará de ser la capital el país. El presidente Raúl Alfonsín decidió hace un año trasladar el centro político de la nación a ochocientos kilómetros hacia el sur. En tiempos de crisis, no hacer mudanza aconsejaba el sabio. Alfonsín, posiblemente uno de los políticos más audaces de Iberoamérica, sugirió al pueblo argentino, hace ahora un año, todo lo contrario. Como el Juan Dahlmann del borgiano Sur el presidente convocó a sus conciudadanos a ir adonde la Argentina no ha ido antes. A la Patagonia, la frontera final En un histórico discurso televisado, anunció el traslado de la capital a la ciudad de Viedma, en la provincia de Río Negro, allí donde la Pampa húmeda abandona sus suntuosos ropajes de tierra prometida para convertirse en páramo olvidado, con tan sólo un habitante por kilómetro cuadrado. ¿Se trataba de una cortina de humo? ¿De un sueño por la razón? ¿O tan sólo de una utopía? En una Argentina atribulada por la mayor crisis económica del siglo (cincuenta mil millones de dólares de deuda externa) el presidente hablaba de un proyecto tan aparentemente inalcanzable que sonaba, de entrada, a cánticos celestiales. Uno de cada cuatro jóvenes argentinos quiere emigrar dijo el presidente al presentar su proyecto ante el Parlamento. Queremos ofrecer a nuestro, pueblo nuevas fronteras mentales. Es preciso alzar la mirada y ver algo más que el debate por un aumento de salarios del diez por ciento. La primera reacción fue de pasmo y escepticismo. Los hubo que esgrimieron la palabra demagogia La respuesta fue tajante. El propio Alfonsín los tachó de enanos mentales en un discurso público. No se trata de un pequeño cambio, o de una mera evolución. Queremos una verdadera ruptura con el pasado dijo el presidente en la mencionada intervención. Ciertamente, la idea de acabar con la todopoderosa megalópolis porteña, donde vive casi el cuarenta por ciento de la población argentina y que absorbe, como un voraz agujero negro, las fuentes económicas y humanas de las otras veintidós provincias, es una idea tan antañonamente debatida como generalmente aceptada. Fuera de Buenos Aires, con excepción de algunos puntos (como Córdoba, Rosario o Tucumán) no hay más que cabecitas negras que es como denominan despectivamente los altivos porteños a sus compatriotas del interior del país. Pero el poblema es otro. ¿Cómo se puede plantear seriamente semejante cuestión cuando estamos con el agua al cuello? venían a decir las críticas de la oposición. Mejor hacerlo cuando hayamos recobrado el aliento. Guido di Telia, una de las pocas voces sensatas del peronismo, señalaba que tal idea no es más que un acto principesco, un proyecto descolgado, excéntrico y temperamental Los radicales desplegaron todas sus velas para cantar a los cuatro vientos que esta iniciativa era algo más que un mero antojo presidencial. Alfonsín lo había dejado bien claro en su discurso. Se trata de crear lo que él denominó la segunda República con nueva capital, con una Carta Magna reformada (se habla de suprimir la Cámara Alta, crear la

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