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ABC MADRID 16-04-1987 página 91
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ABC MADRID 16-04-1987 página 91

  • EdiciónABC, MADRID
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Luis Fraile Novart Monte Esquinza, 46 Hasta el 25 de abril Precio pinturas: 95.000- 350.000 pesetas Alvarez, Seguiri y Trawóger Galerías Egam, Seiquer y Buades Villanueva, 29; Gral. Arrando, 12; C. Coello, 45 A obra de Melquíades Alvarez (Gijón, 1956) tiene algo de tránsito. Puertas, ventanas, pájaros en emigración... Hay un tono oscuro general, pero la paleta recorre todos y cada uno de los colores del arco iris, como si tampoco quisiera fijar un momento, un humor demasiado excluyente. También hay luces y sombras, pero, sobre todo, una escalera cuyo fondo es un mar en el que se refleja la luna. Se siente en todo ello un grado de indefinición que dijera: pero, sino más bien virtud, el he No. parece lo que es una etapa eho de que los cuadros, aun somantes de llegar al simbolismo ro- bríos, posean virtudes decorativas. mántico de David Friedrich. Y es La ausencia de personajes permite que, seguramente, los tiempos lo intimar con esos espacios, hacerlos son de tránsito. Tiempos donde la tan nuestros e inaprensibles como materialidad de las cosas, una cier- aquel bargueño de la abuela, tan ta esencia- metafísica, claro- se melancólicos como el recuerdo del esconde tras miles de reflejos colo- primer beso, tan inquietantes como reados, como en el caso de Mel- una novela de Maigret. Cuadros de quíades Alvarez. No es ningún tránsito, inmutables. L UIS Fraile (Albacete, 1952) es un caso raro. Con una sola exposición en Barcelona y seis entre París, Toronto y Nueva York su obra vuelve a su tierra sin apenas referencias previas, como caída del mismísimo cielo. Así, pues, resulta doblemente complicado plantarse ante uno de sus cuadros y situarlo correctamente en el propio devenir del artista. Pero todo es empezar y lo que encontramos aquí es una figuración cuyos antecedentes se encuentran en Picasso, Miró o Klee. En general personas de sexo aparente, apenas contorneadas y destinadas a servir más como emblema que como expresión o representación. Una austera gama de grises y ocres le proporciona una cierta sobriedad clasicista y el tema recurrente del libro abierto puede encontrarse en cualquier diccionario de símbolos con pocas variantes de significado. Son cuadros reflexivos, lo cual se agradece como L descanso y también poco pretenciosos, lo cual se agradece aún más. En cualquier caso, poseen dignidad y parece adecuado acoger a quienes regresan aunque lo hagan discretamente, sin relumbrón. Tal vez aquí puedan crecer. J. M. C. L María Robles Estudio Peironcely Don Ramón de la Cruz ECORDÁBAMOS de esta pintora un gran desnudo, rotundo hasta el modelado, seleccionado en el III Premio Duran; algún bodegón también, que, por cierto, contrastaba por su suave dibujo y las delicadas matizaciones de su paleta con los blancos y grises del desnudo. Eran el uno y los otros de esas obras que no se olvidan, que identifican a un pintor- a una pintora en este caso- en la procelosa sucesión de las exposiciones. Y ahora, al reencontrar esta pintura en la infrecuente intimidad de la sala Peironcely, se corrobora todo nuestro interés por la autora entrevista en muestras colectivas, y nos llevamos la edificante sorpresa de descubrir una pintora nada común. Porque no es lo mismo acertar en un envío, con una sola obra, que poner en pie una exposición personal, como hace ahora María Robles. Puede reencontrarse aquí, además, uno de los hitos más felices de la nueva figuración, que es el de la poetización de las cosas familiares y de Abril R AS esculturas de Pepe Seguiri (Málaga, 1954) parecen de terracota y son de poliéster. Los bronces son, efectivamente, bronces, pero en su actitud previa hay atisbos de sumilación. Como su temario es mítico en versión simbolista, Seguiri parece engarzarse en esa corriente que incluye a Carlos Duran, Guillermo Pérez Villalta, Carlos Franco o, incluso, Manolo Quejido, bien que éste en un extremo de abstracción al borde del signo. En lo que se pudo ver de sus anteriores pinturas, la solución de estas cuestiones en el plano parecía impropia, obligada a un tipo de asentamiento que ahora, en las esculturas, se transforma en liberación. Las imágenes aparecen sueltas y la modelación tan poco heroica de las figuras acentúa el carácter literario de los motivos y STA muy bien que vengan a España buenos artistas europeos sin excesivo (por ahora) relumbrón. Permite contemplar una obra interesante al margen de los fenómenos publicitarios y, en su caso, adquirirla en precios razonables. Ernst Trawóger (Innsbruck, Austria, 1955) es un reduccionista ambiguo. En sus cuadros, no muy grandes, las formas biológicas y las geométricas se ven casi, reducidas a trazos o manchas de color definidas y sin ambigüedades. El color es igual de discreto, el paisaje inexistente. Pero eso no es todo. Las personas pueden tener tres piernas o las cabezas desdoblarse. Las figuras pueden ser geometrías o las geometrías miembros humanos. Hay un trasvase, un superponerse, un yuxtaponerse de superficies y líneas hasta alcanzar una armonía lingüística nada rara en Austria. Las piezas reflejan, de sus gestos. Hay algo de agradablemente primitivo y erótico en el modelado que, paradójicamente, transmite sensación de contemporaneidad y debe relacionarse con ese carácter de abierta simulación que mencionaba antes. En concre- to, parece haberse descubierto un escultor dentro de uno de los aspectos más funcionantes de nuestro arte. E los recuerdos. Al realismo extremado de las cosas, a su noticia literal, opone María Robles la crónica poética de sus vivencias, el testimonio del sueño, ordenado aquí de manera sutilmente surreal, por cuanto las cosas aparecen y se organizan desacostumbradas, en una cita que la realidad no alcanza. Es a manera de una revancha de la sensibilidad evocadora sobre cualquier hostilidad de lo real, y el mundo que surge tras esa treta delicada se ofrece a nosotros como un lejano paraíso. Pero su fuerza persuasiva no radica tanto en la lírica argumental como en la intrínseca expresión pictórica. C. además, cierto humor, una ironía que sin ser estrictamente necesaria, añade un toque de humanidad a lo que, en caso contrario, podría resbalar hacia el rigorismo. J. M. C. JUEVES 16- 4- 87 ABC 91

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