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ABC MADRID 07-04-1987 página 62
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  • EdiciónABC, MADRID
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62 A B c XXV ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE JUAN BELMONTE MARTES, 7- 4- 8.7 Razones de una muerte esperada Aquel 8 de abril de 1962 fue el primer día que despertó la primavera de Sevilla, hasta entonces dormida y fría. Hizo el primer sol caluroso, olía la yerba con las tonalidades amarillentas de las margaritas y olía también, de forma inalterable a través de los años, al azahar, esperando ya el paso grande de la Semana- Santa. En la anochecida de este día muere Juan Belmonte, sentado en un sofá tapizado con colores camperos y alegres, teniendo frente a él aquel retrato con que Ignacio Zuloaga plastificaba en grana y negro con intensidad al torero, con su media sonrisa de triunfador en el último toro de otra tarde ya caída, entre nubes de un horizonte enmarcado con matices de algo remoto e inaprehensible. La misma tarde anterior mi hermano Rafaei le ayudaba a ponerse su gabán gris de espiguitas, algo ya gastado, cuando salió de visitar a nuestro tío Joaquín Mozo, su médico de cabecera y amigo de toda la vida, muy enfermo. Ya decía antes que el tiempo era fresquito, y al realizarle mi hermano una observación cariñosa, dentro del respeto que siempre le tuvimos, sobre el bien usado abrigo, le contestaba, con el mismo cariño y la mueca de rictus entre doloroso y satírico que siempre tuvo: -Pues con éste me pienso morir. El traje de lana inglesa que vestía bajo la referida prenda era impecable. Por la amistad familiarque desde que éramos niños tenía con los nuestros brotó en nosotros la afición a los toros cuando apenas con diez años empezamos a frecuentar la Maestranza en el palco de los Herrera, aquellos caballeros admirables que fueron amigos, consejeros y administradores de Juan desde sus primeros tiempos, palco bajo ya inexistente, en cuya primera fila y en su centro se sentaba el maestro con su sombrero de alas gachas, su enorme puro y su rosa de jazmines en la solapa, cuando era verano, esas tardes de verano inconfundibles de la Sevilla de entonces. Desde entonces sentí por él la admiración como expresión de una inteligencia muy potente y como torero profundo como un hontanar sin fondo, que apreciaba en los festivales en que le vi y en el campo, en aquella placita de tientas de Gómez Cárdena a cuyo palco se accedía por una gran puerta acristalada que iluminaba el salón, donde iba a encontrar tardíamente una muerte que antes había sido esperada. Muy enfermo, como antes decía, Joaquín Mozo, fui el último médico que le asistió, colaborando con el inolvidable doctor Emiliano Roda, que le había estudiado en Madrid y por ello, teniendo presente su historia clínica, en la que en otras ocasiones lógicamente yo mismo había recogido muchos datos, pude atísbar dentro del misterio que significa cualquier tipo de muerte, sea o no violenta, las azones que la motivaron, tal vez cansado de sperarla. ¿No la esperó ecléctico cuando Valie. iclán le dijo que para ser perfecto lo único ue le faltaba es morir en la plaza? ¿No la ¡speró también cuando dijo Guerrita que los aficionados debían apresurarse a verlo, ya ue los toros acabarían con él pronto? ¿No la ísperó, seguro ya de ella, cuando poco tiemio antes de que llegase, regresando con don Luis Bollaín de la notaría en Coria del Río, al pasar por Gelves, cuando su amigo y notario le llama la atención sobre el sitio donde se construiría el monumento a Joselito, le pone su mano, larga, huesuda e interminable en sus pases naturales de abajo arriba para hacerlos más extensos aún, sobre su rodilla, para, hablando consigo mismo con su tartamudeo perdido en su propia timidez, murmurar como un susurro -José y Juan, Juan y José, la época de oro del toreo, pero donde de verdad me ganó la pelea Joselito fue en Talavera trastando con otras- fases en que las que se callaba y entonces a lo mejor canturreaba por lo bajini a veces durante todo el tiempo de una corrida que presenciaba, dos canciones de las que sólo entonaba apenas unas frases, una Dicen que soy de Alicante la otra Siempre te estoy esperando y nunca vienes a horita cierta Tratar de clasificar a posteriori la depresión de Juan Belmonte es tarea bien difícil, cuando los mismos psiquiatras se muestran hoy confusos cuando llega la hora de hacer una nosografía de este cuadro clínico. Así lo reconoce, pese al esfuerzo que por su clarificación clasificatoria está haciendo nuestro dilecto amigo el profesor Alonso Fernández. No obstante, pensamos que Belmonte tuvo siempre fases de depresión y de hipertimia durante las que construyó sus inmensas faenas, que tenían por ello sentimiento, y al mismo tiempo se sostenía por un celo sexual inefable. ¿Desembocó con ello luego una depresión de dentro en un río donde se introdujeron factores que la hicieron reactiva? Tenemos que contestar que esta sería la verdad discutible, pero la que yo y otros también piensan. Fueron muriendo Marañón, Pérez de Ayala, Julio Camba, Daniel Herrera, Villabragima y cuando Sebastián Miranda le despide en Madrid en el aeropuerto para venir a Sevilla en su viaje postrero le dice, según nos contó el propio Juan al llegar a nuestra consulta acompañado de su hermano Rafael: -Y tú ya, Juan, vas camino de las tablas. La depresión premonitoria es evidente que coincide con el inicio de enfermedades orgánicas, en nuestro caso una cardiopatía isquémica, una hernia de hiato esofágico y coincide con la noción de recibir el cuidado médico, con el medir la alimentación, no fumar, no torear, no montar a caballo y algunasotras cosas más vitales todavía para él, pese a sus setenta años. Al terror depresivo se une el miedo a la. inutilidad, el no poder tener la edad que ejercía como uno de sus lemas, cuando le interrogaban por los años que cumplía, sino la edad cronológica implacable. Sentirse inútil para no poder realizar el bien, y pienso que ya es hora que digamos que Juan Belmonte fue un hombre bueno que creía y respetaba a Dios mucho más que aquellos que lo pregonaban entonces. Su estación de penitencia con el Cachorro bajo su antifaz era un símbolo de su entrega de verdad a los demás, sin la menor alharaca tan propia de hombres populares. Juan Belmonte, acosando a las becerras aquel día de primavera, madurando, en su finca Gómez Cárdena sólo con su conocedor, hizo un tremendo esfuerzo, en contra de las prescripciones médicas, buscando, tal vez, la forma de morir con el sol en lo alto y entre el ganado con sus botas puestas. Pero aquello no ocurrió, en contra tal vez de lo que le dijo Valle, y cuando llegó al caserío se dejó las calzonas, los botos camperos, la camisa, los tirantes, se quitó los zahones y la chaquetilla, se puso una bata de casa y acabó su existencia, de la que los humanos sólo podemos decir que Dios sabe la auténtica realidad de su vida y de su final. Miguel RÍOS MOZO Juan Belmonte, introvertido a veces, asténicc- quizás estaba tipológicamente, según la teoría- desfasada de Kretschmer, muy lejos del hombre que tiene una depresión endógena o primaria, o bipolar, según las alternancias en denominarla. Una depresión genuina, en que los ciclos euforizantes se siguen de otros en los que domina la depresión en sí, incluso la melancolía. Por el trato humano y como paciente que con él tuve ya rompía las leyes viejas de la tipología, puesto que Belmonte, dentro de la simplicidad aparente del término, fue un ciclotímico y en un estudio retrospectivo de su vida se pueden encontrar aquellas épocas en que se retiraba a sus cuarteles de invierno a leer y pensar, con tristeza que no le amargaba, con otras en que se exaltaba, haciendo vibrar a Jas masas con la tragedia que portaba dentro de sí mismo y que caracterizaba su toreo, ocultándola con sus poderosas fuerzas de valor, de temple y de mando. Cuantos le conocimos en su intimidad, y ello lo conocen bien sus hijas y su hermano Rafael, y sus amigos de menor edad que todavía existen, sabemos que había épocas de su vivir en que hablaba, preguntaba, relataba, se interesaba al máximo por los demás, meditaba al exterior con su potente cerebro con-

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