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ABC MADRID 04-04-1987 página 57
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ABC MADRID 04-04-1987 página 57

  • EdiciónABC, MADRID
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4 abril- 1987 ABC ÜTcrarío ABC IX que está más o menos expreso en poemas que ahora a mí me gustan poco, pero que marcaron mi huida a lo que se llamaba entonces- y se sigue llamando- la poesía social. Sin embargo, por la mera naturalidad de la evolución propia, al cabo de muy pocos meses yo me encontré escribiendo otra poesía distinta, una poesía en la que intentaba crear una situación concreta que fuese la que diera sentido a lo que la voz que en el poema habla dice, y, a la vez, crear la voz que habla en el poema; crear, digamos, un personaje. Me acuerdo muy bien de cuál fue el primer poema en que me ocurrió esto. En aquella época yo tenía una cierta afición hacia la escritura automática; es decir, cuando estaba cansado se me ocurría sentarme ante la máquina de escribir y teclear directamente un texto. Hay tres poemas míos que vienen precisamente de textos automáticos. Algunos meses más tarde, al revisar esos versos, me di cuenta de que definía una voz y una situación. Entonces, lo que hice fue perfilar más la voz y la situación ante el poema. Este poema se titula Idilio en el café y, en cierto modo, fue el núcleo germinal de casi todos los versos que he escrito posteriormente. Muy poco tiempo después, en un libro sobre el monólogo dramático en la predicción poética moderna, de Robert Van Dam, aprendí que había logrado por casualidad en una lectura decisiva para mí; es decir, en el instrumento de aprendizaje de cómo se podía dar validez a lo que uno dice en un poema, un problema que los poetas anteriores al romanticismo no se habían planteado, ya que había una validez universal que estaba detrás de lo que ellos decían. En el poeta moderno, sin embargo, la validez de lo que dice está pura y estrictamente limitada a la expresión, a lo que se dice en el poema. El caso es que yo me dediqué a escribir monólogos dramáticos, a crear un personaje variable de un poema a otro, pero que se definía, a la vez, dentro del poema. Personaje al que prestaba ciertas características mías porque me resultaba más sencillo hablar de algo que sabía, pero que no era yo. Lo curioso del caso, y eso ocurrió cuando escribía mi segundo libro de poemas, Moralidades, es que la aproximación, el acercamiento entre ese personaje que hablaba en mis poemas y una versión de mí mismo como personaje fue tejiéndose involuntariamente sin que me diese cuenta. La equivalencia entre uno y otro se produjo sólo muy tarde, con dos o tres poemas en los cuáles yo realmente intenté rescatar o redimir recuerdos o imágenes que para mí eran muy queridas. Y en esos poemas- pienso, sobre todo, en uno que se titula Alisos o el titulado Pacífica y Celeste -sí que escribí pensando en finalidades muy concretas y específicas, que eran salvar recuerdos amados por mí, y también hablar a dos o tres amigos que eran los destinatarios de mi poesía. de las referencias, de los ecos de la intelectualidad, en una tradición literaria que no era la más fuerte en la España de la época, o en la sociedad literaria de la época. Y que, en parte, es una creación de mí mismo como reacción frente a la Generación del 27, no sólo para inventar mi propia poesía, sino para inventarme a mí mismo como poeta. Creo que ésta fue la época de mi vida en la que mejor he escrito, mejor y con más abundancia, y la recuerdo, sin embargo, como una de las más duras y desagradables de mi vida. Fueron, por otro lado, los años de mi vida que más viví y que más decisivos fueron. El siguiente y último libro, Poemas postumos, tiene como diferencia con respecto a Moralidades que está escrito, sobre todo en su primera edición, que son doce poemas, en una crisis personal profunda. En Poemas postumos no me preocupo de insertarme en una tradición, ni del lector, sino que estoy haciendo realmente un tipo de escritura poética muy parecida a la que hacen los adolescentes, como pura terapia. No era entonces, sin embargo, ningún adolescente: tenía treinta y seis o treinta y siete años y sabía escribir. Todo esto hace que mi último libro no se inserte ni por afirmación ni por negación con los de mis contemporáneos en ese momento ni con la poesía anterior. No fue un libro escrito con finalidades literarias, sino para dar salida a una crisis profunda que, curiosamente, concluyó en la solución de la identidad de mis poemas y, al mismo tiempo, en su rechazo. Porque escribir es crédito a la poesía de la experiencia, escribir sobre lo que le pasa a uno es absurdo. A uno le pasa todo y nada, a uno le pasan las lecturas; todo lo que cae al alcance de uno, sea vida, lectura o imaginación, es parte de la propia experiencia. Pero, además, lo que ocurre realmente es que una vez escrito un poema uno sería incapaz de decir qué es lo que dentro de ese poema le ha pasado a uno y qué es lo que es puramente creación del poema. Nada de lo que se incorpora a unos versos está reflejado tal y como se vivió: está completamente desfigurado, y no por afán de discreción, sino por pura necesidad estética. Porque la creación estética exige una simplificación muy fuerte. Y entonces, al cabo de los años, uno realmente no distingue qué es lo que uno vivió de sus poemas y qué es lo que uno vivió como poeta. Jaime GIL DE BIEDMA Los destinatarios En realidad, todo mi segundo libro, Moralidades, está condicionado por los destinatarios para quienes yo escribía. Y los destinatarios eran Gabriel Fratelli, Martín Sanza, Carlos Barral y Jaime Salinas. Y, por otro lado, también era un intento de fastidiar la estética de ínsula y a los poetas de ínsula Y lo que es más importante: era un intento de insertarme en mi propia tradición poética sin crearme unos antecesores. Yo creo que quizá nunca he sido tan dogmático como en aquélla época en que escribí este segundo libro de poemas, entre 1959 y 1964, en que lo que intento es insertarme a mí mismo a través de la imitación

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