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ABC MADRID 21-03-1987 página 54
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ABC MADRID 21-03-1987 página 54

  • EdiciónABC, MADRID
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X ABC ABC fiTcrarío i -Novelau 21 marzo- 1987 Infantil- Luces de neón Jay Mclnerney Edhasa Barcelona, 1986. 230 páginas Jay Mclnerney se mira vivir. Un superyo a la vez irónico, indulgente, cínico y tierno observa las evoluciones del protagonista de su novela, que es el mismo autor. Hay, pues, una suerte de desdoblamiento. Una perspectiva, también. El personaje se mira desde fuera, como si fuese su homólogo astral. Atención: aquí está el primer toque de originalidad. El tú es en realidad el yo; la redacción en segunda persona suplanta a la primera. De este modo, el narrador se convierte en su espejo. Dice, por Jay Mclnerney e j e m p l o Eras un buen tipo. Merecías un gran éxito (página 65) El personaje real es esa imagen que se refleja ahí, en esa lámina de vidrio. El yo escribe como quien ejerce el espionaje. Es el otro el que de verdad interesa, es acerca del otro de quien se debe informar. Un recurso plástico que crea un ambiente ilusorio y a la vez real: la imagen bidimensional de Velázquez, de espaldas y ante el espejo, retratando a sus modelos. Mclnerney, acaso sin saberlo, emula ese cuadro. El alejamiento de sí mismo favorece la objetividad de la narración. No hay en Mclnerney, como en otros autores, una pasión autoanalítica. Ese eres tú, yo mismo- parece decir- esa es tu vida y yo me limito a describirla. Todo, como ante un espejo, ocurre en el presente. La novela refleja sólo el ahora de los personajes. Las imágenes, en orden sucesivo, irán configurando una historia. Así, el tiempo es un elemento indirecto. Un novelista menos astuto habría compuesto una elegía mediante la redacción en primera persona y en tiempo pasado. La decadencia del protagonista, su paulatina. desintegración, eran perfectamente adaptables a una prosa intimista, incluso lírica, siempre evocativa. Su personaje, al comienzo, lo tiene todo: es joven y agradable, está casado con una hermosa modelo, trabaja en una afamada revista y no le faltan amigos como el publicista Tad Allagash, un ser dionsíaco, brillante, un cómplice ideal para asistir a los mejores restaurantes, clubes y fiestas de Nueva York. Pero las buenas estrellas, una a una, se irán apagando: su mujer lo abandona, lo despiden de su empleo, descubre que la vida de la ciudad es despiadada y sólo quedan los ambientes nocturnos de Manhattan, el tufo de la droga en los baños públicos, el mundo subterráneo de los fracasados, el desaliento. Y las calles vacías, la indiferencia de las luces de neón. La escena final es desofadora: el protagonista, un amanecer, cambia sus gafas caras por una bolsa de pan a un repartidor. Queda solo, en la calle, viendo alejarse el camión. Luces de neón es la primera novela de Jay Mclnerney. Conjeturo que es la primera que edita, no la primera que compone. Se ve que conoce demasiado bien su oficio y esa destreza, que yo sepa, nunca se consigue sin la previa destrucción de muchos originales. Un neófito- -insisto- -en su caso habría incurrido, en una elegía, no habría inventado un juego de espejos. Ese juego de espejos, además, es deformante. Es deformante porque el tono de la narración es humorístico. El tono sí, pero no el fondo. El fondo es patético, y Mclnerney, para eludir el melodrama, emplea una prosa hilarante. Es un contrapunto, un poco a la manera de Chaplin: las situaciones grotescas sugieren que debajo de las alegres apariencias existe un mundo trágico, insolidario, donde los hombres están solos. De lo cual se deduce una moraleja tácita, ya que el autor indica subrepticiamente que el hombre debe ser su propia máscara festiva en una civilización que lo obliga a reír como los muñecos a cuerda. Así, es un pequeño mecanismo en un macromecanismo sin alma. El silogismo es evidente: la sociedad es una máquina; las máquinas no tienen sentimientos; luego, la sociedad no tiene sentimientos. Traducida a más de diez idiomas, esta novela no es, pese a ser un best- seller de las que se leen y se olvidan. De su autor sabemos que nació en Hartford (Connecticut) y ha vivido en Londres, Vancouver, Massachussets, Tokio y Nueva York. También sabemos que es un hombre capaz de mirarse, como diría Kierkegaard, por encima de sí mismo. Luis DE PAOLA El tesoro de Tristán Florence Parry Heide Ilustraciones de Edward Gorey Ediciones Alfaguara. Madrid, 1987 Existen en el mercado un tipo de obras para niños que merecen atención especial por parte de psicólogos y educadores. En su origen quizá no hubiera esta intención, pero el resultado así lo exige. Son relatos en los que sus autores vuelcan de forma implacable sus obsesiones creyendo que al liberarse ellas liberan también al pequeño lector. Es posible que así sea. pero el ejercicio es arriesgado y la valoración escapa al juicio de una crítica literaria. Cuando se quiere toEdward Gorey car con las puntas de los dedos las profundidades del alma es preciso tomar precauciones por si en vez de ayudar lo que conseguimos es aflorar problemas inexistentes. El tesoro de Tristán es la continuación de una obra publicada también por Alfaguara en 1971, Tristán encoge La lectura de ambos relatos deja un poso de infinita tristeza. El pequeño Tristán es un alma en pena que deambula en una familia que para nada comparte sus sueños y sus intereses. Sus preguntas no obtienen respuesta y sus comentarios caen en e más absoluto vacío. Es como si un destino implacable cayera sobre sus hombros sin entreverse el más mínimo rayo de luz. (Puede que un chaval que vive circunstancias parecidas encuentre en el protagonista un alma gemela con e cual identificarse, que le permita dejar de pensar en su problema como un caso único. Por eso este tipo de obras experimentales merecen un tratamiento especial por parte de los profesionales del libro. En cuanto al análisis gráfico y literario, puede decirse que es un trabajo perfecto. El norteameriano Edward Gorey es un fantástico ilustrador que sabe crear un mundo subliminal donde nada esté explícito, pero donde los más pequeños objetos están lejos de oscuras implicaciones. No se permite ninguna licencia ni en el vestuario, ni en los muebles, ni en las tapicerías. Los espacios vacíos, los cuadros aterradores, la limpieza aséptica, el orden atosigante, todo está al servicio de unas historias extrañas, realistas y simbólicas. El blanco y negro le sirve perfectamente para sus fines, dando a su vez una lección de que los ilustradores de cuentos para niños no tienen por qué usar sistemáticamente el color. María SOLÉ La mano armada C. Pérez Marinero Ediciones Júcar Madrid- Gijón, 1987. 211 páginas Se ha presentado hace unos días en Madrid, junto con otra obra de José Ibáñez, ésta de Carlos Pérez Marinero. La mano armada es una novela policiaca, porque hay policías; lo es negra por la abundancia de violencia, a veces gratuita, existente en ella; pero, más que ninguna de esas dos cosas, pertenece, por su propia naturaleza, a la jama erótica dura por no decir pomo La mayoría de sus páginas están dedicadas a describir los instintos más bajos del ser humano. El hilo argumental o fábula es un simple pretexto para la procacidad e incluso la blasfemia. El autor se ha equivocado al ofrecerla para que apareciese en una colección como Etiquete Negra. Su emplazamiento adecuado podría haber sido la sonrisa vertical Hasta me pregunto si el volumen no fue escrito para competir en algún concurso de esta laya. A. G. M.

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