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ABC MADRID 24-02-1987 página 109
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ABC MADRID 24-02-1987 página 109

  • EdiciónABC, MADRID
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REPORTAJE UANDO las campanas de las torres de la catedral de Oslo repicaron en la tarde del día 29 de agosto de 1968 con motivo de la boda del príncipe Harald, de treinta y un años, heredero del trono de Noruega, con la joven Sonia Haraldsen, de treinta y un años también, pusieron su jubiloso epílogo a una batalla de diez años por el triunfo del amor. Y es que hacía exactamente diez años que el Rey Olav y el Gobierno noruego habían dicho, con una sinceridad brutal, al joven príncipe Harald que la futura reina de Noruega no sería nunca una roturiere Todo el drama estribaba en que Sonia Haraldsen era la hija de un comerciante de tejidos. Fiel a su amor y a la mujer que amaba por encima de todas las cosas, Harald dijo también no durante aquellos diez años a los ruegos de su padre para que se prometiera; dijo no a la sorda oposición de su pueblo, y dijo también no a las sonrisas de innumerables princesas de sangre real que deseaban convertirse, en lo más profundo de sus corazones, en la reina de Noruega. Pero para Harald, el príncipe triste y solitario sólo existía en el mundo una persona: Sonia. Sonia, o me quedaré siempre soltero decía. Sensible a este argumento, el Rey Olav cedió. Por ello, cuando en la tarde de aquel 29 de agosto las campanas de la catedral de Oslo repicaron y el pueblo agolpado en las calles aplaudía con entusiasmo, repicaron y aplaudieron la victoria de un verdadero amor. C La boda de Harald y Sonia de Noruega El mismo día de la boda por la mañana llegaron, por vía aérea, el Rey Balduino y los grandes duques de Luxemburgo, que procedían de Motril. Causó disgusto la ausencia de la reina Fabiola, sobre cuyo estado de salud se especuló en Oslo aquellos días. Por último, y sólo dos horas antes de dar comienzo la ceremonia, se presentó en solitario el Rey Gustavo Adolfo de Suecia, hoy fallecido. A estos invitados hay que añadir las princesas Margarita y Ragnhild de Noruega, hermanas de Harald y hoy señoras de Lorentzen y Ferner. cinco minutos debieron ser veinticinco veces una eternidad. Después de setecientos cuarenta y dos años Eran las cuatro y veinte cuando Sonia Haraldsen, vestida de novia, y el Rey Olav salían del palacio y tomaban asiento en el impresionante Lincoln descapotable color gris. Los vítores de la multitud les acompañaron los mil trescientos metros que separan la catedral del palacio. Emocionada hasta la indescriptible y bellísima, Sonia, que se había levantado el velo que lo cubría, dejó ver su sonrisa y su rostro intensamente pálido. Sin dejar de sonreír y agitando su mano, el coche escoltado por motoristas cubrió el corto recorrido en diez minutos. El Rey Olav no aparecía menos emocionado que la novia. Tenía motivos. Por un lado, aquella muchacha que se sentaba a su lado iba a convertirse en la esposa de su hijo; por otro, era la primera vez desde hacía setecientos cuarenta y dos años que un heredero del trono se casaba con una noruega. Esto también explica el entusiasmo de la multitud. La entrada en la Stortings Plass, donde se alza la catedral, fue una explosión delirante de júbilo, mientras que las campanas de las torres del templo fueron echadas al vuelo. Invitados Entre los días 27 y 28 de agosto llegaron a Oslo todos los invitados a la boda del príncipe heredero de Noruega y cuya lista completa fue la siguiente por orden de llegada: Presidente de Finlandia y señora de Kekkonen; el presidente de Islandia y señora de Edjarn; princesa Margarita de Dinamarca, hermana del Rey Federico; príncipe Cari Bernadotte de Suecia y condes Fleming de Rosenborg, padrinos de la boda, que llegaron en avión a Oslo, al igual que el príncipe George y la princesa Anne de Dinamarca y los condes Ullens de Schooten. Por mar, y a bordo del yate real danés, llegaron dos días antes de la boda la entonces princesa Margarita de Dinamarca y su esposo, el príncipe Henri de Monpezat, que fueron recibidos en el puerto por Sonia y Harald, así como por el Rey Olav. El mismo día de la boda por la mañana llegaron los Reyes Ingrid y Federico, que realizaron el viaje, desde Copenhague, por ferrocarril. Aquella misma mañana llegó el príncipe Claus de Holanda, sin Beatriz, debido, al parecer, a su avanzado estado de gestación. El día más grande de Sonia El día de la boda de Sonia, que fue su día más grande, comenzó a las dos de la tarde, cuando ella, acompañada de su madre, se trasladó desde su casa ai palacio real para proceder a vestir el traje de novia. Por primera vez una novia principesca no necesitó de los oficios del peluquero, ya que fue su deseo ir a la iglesia luciendo el peinado de siempre. Una vez en el interior de la catedral- y a repleta de invitados- el príncipe Harald pasó a ocupar un sillón al lado del Evangelio, frente por frente al que ya ocupaba la madre de la novia. Ambos se sonrieron en silencio. Y comenzaron a pasar los minutos, uno a uno, hasta veinticinco. La cara del príncipe comenzó a ponerse majestuosamente seria y no hacía más que mirar a la puerta por la que había de entrar Sonia. En un momento determinado se volvió hacia su padrino, el conde Fleming de Rosenborg, y le preguntó con mal disimulada impaciencia: ¿Dónde está ella? ¿Por qué no ha llegado ya? Esta horrible prueba de veinti- mujer del pueblo, quien no solamente se convertía en su hija política, sino también en S. A. R. la princesa heredera Sonia de Noruega, miembro de la Casa Real con todos ios derechos y privilegios que hasta entonces estaban limitados a los familiares reales de sangre real. Esta ceremonia, que se llevó a cabo en la catedral de Oslo, quizá era el final de un proceso que empezó años atrás cuando una princesa inglesa se casó con un hombre del pueblo sin tener que renunciar a sus derechos hereditarios ni a otros privilegios. Es indudable que en este caso había una variación. Allí, junto con los demás, se encontraba el Rey de Suecia, quien había vivido la experiencia de que dos de sus hijas y un sobrino habían renunciado a los derechos al trono para casarse con gente del pueblo y había visto cómo su tercer hijo, durante veinticinco años, habíe estado renunciando a casarse con aquella mujer que, para él, representaba algo con el fin de no crear problemas hereditarios. Majestuosamente, el Rey Olav condujo a Sonia ante el altar, llevándola de la mano, mientras todos los invitados, puestos en pie, contemplaron la escena, dando la bienvenida a Sonia y recibiéndola como un miembro más de la familia. Una vez ante el altar, el Rey Olav entregó la novia a su madre, que la besó emocionada mientras que las lágrimas corrían por sus mejillas. El Rey tomó asiento entonces junto a su hijo mientras el obispo de Oslo, Fridjof Birkele, procedió a la lectura de la Epístola, pronunciando a continuación una plática que duraría quince minutos. El sí de la novia Las tradiciones del país tomaron nueva forma. Noruega tenía nuevos herederos al trono desde el momento en que el príncipe heredero Harald y la señorita Sonia Haraldsen se arrodillaron ante el altar mayor de la catedral de Oslo y contestaron a las preguntas de ritual que les declararon marido y mujer. Por cierto, que cuando el obispo preguntó a Sonia si quería por esposo a Harald, ella intentó decir el sí pero un nudo atenazó su garganta y la voz se le quebró, limitándose a reclinar la cabeza afirmativamente. Harald le cogió las dos manos y las retuvo largo rato. Ella levantó entonces la cabeza y sus ojos aparecieron empañados. Sonrió... Y es que, aunque la ceremonia había estado rodeada de toda aquella fastuosidad que las bodas reales requieren, eran, sin embargo, dos seres que deseaban desde ese momento proseguir el camino de la vida juntos hasta la muerte... Jaime PEÑAFIEL Del brazo a una mujer del pueblo Del brazo del Rey, Sonia, con la cabeza vuelta hacia su pueblo, subió la alfombrada escalinata, levantado la mano en la que llevaba el ramo de flores. Por tercera vez el Rey Olav llevaba del brazo una novia al altar. En las dos veces anteriores llevó a sus propias hijas que, con motivo de su matrimonio, renunciaron a sus títulos y derechos reales. Pero en aquel momento llevaba del brazo a una MARTES 24- 2- 87 A B C 109

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