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ABC MADRID 14-02-1987 página 57
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ABC MADRID 14-02-1987 página 57

  • EdiciónABC, MADRID
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14 febrero- 1987 ABC ííTcrarío- Pensamiento y ciencias sociales- ABC XIII Esclavos en la América española Herbert S. Klein, La esclavitud africana en la América Latina y el Caribe, Alianza Editorial. Madrid, 1986. 191 págs. A relación de la esclavitud contemporánea con el bienestar y el crecimiento económico ha sido y es un tema que apasiona a muchos estudiosos en Norteamérica, sin duda por el contraste entre la vigencia de una institución tan arcaica y profundamente injusta con el espectacular desarrollo experimentado por la economía de Estados Unidos en el siglo XIX. También explica esta atención especial el hecho de que la abolición de la esclavitud esté relacionada, en el caso norteamericano, con una terrible guerra civil. Asimismo reciente es la extensión de los estudios sobre la economía y la sociedad esclavista a los casos de las Antillas británicas y francesas, y con particular vivacidad al caso de Brasil. En cambio, y según se deduce de la bibliografía que aporta Klein a este libro, son mucho menores los esfuerzos dedicados a estudiar el esclavismo en la América española, y sobre todo son escasas las aportaciones de autores hispánicos, incluso en el caso de Cuba y Puerto Rico, donde no pasan de media docena la aparición de nuevos trabajos sobre esta cuestión en los últimos diez años. Por ello es más de agradecer la aparición de este libro, en que Herbert S. Klein- uno de los hispanistas norteamericanos más fecundos de las últimas generaciones- expone una visión de conjunto de la esclavitud en América Latina, a partir de una base documental muy rica y con la preocupación sobresaliente por analizar de manera comparativa las experiencias española y portuguesa con las de holandeses, franceses y anglosajones. Merecen destacarse algunas conclusiones nuevas y la confirmación de tesis ya establecidas. Así, la poca entidad de la participación española en el tráfico de esclavos africanos o las mayores oportunidades de manumisión de que disfrutaron éstos en los territorios hispánicos, hasta el punto de que el número relativo de libertos sobre la población total fue mucho más elevado que en otros dominios de América. Esto no debe ocultar, sin embargo, el hecho de que España se adaptó a la economía esclavista, en las islas del Caribe, con tardíos, pero renovados impulsos, en el afán de participar con ventaja en ei mercado del azúcar. También sorprende la destrucción del mito del comercio triangular entre América, África y Europa, que habría trasladado los productos de uno a otro lugar (esclavos, manufacturas y coloniales) Por el contrario, parece confirmarse que el tráfico se realizó de modo directo y en buques especializados. Por último, debe subrayarse la conclusión de que la esperanza de vida para los esclavos era similar a la que tenían los pobladores libres de la América española, aunque menor, en ambos casos, que la propia de los habitantes de Norteamérica. Pedro TEDDE DE LORCA España y la pérdida del imperio americano Timothy E. Anna: España y la independencia de América. Traducción de Mercedes e Ismael Pizarra. Ed. Fondo de Cultura Económica (México, 1986) 347 páginas, 1.700 pesetas; Michael P. Costeloe: Response to Revolution. Imperial Spain and the Spanish American Revolutions, 1810- 1840. Cambridge University Press (Cambridge, 1986) xiv- f 272 páginas; Brian R. Hamnett: La política española en una época revolucionaria, 1790- 1820. Traducción de Mercedes e Ismael Pizarra. Ed. Fondo de Cultura Económica (México, 1985) 304 páginas, 1.350 pesetas. URANTE mucho tiempo era frecuente que hacer frente a la desmembración de su que el fenómeno emancipador fuera imperio americano. Desde Buenos Aires, Cavisto como un patrimonio pertenecienracas y México comenzaron a llegar noticias te a la historia patria de cada una de las nacio- de levantamientos e insurrecciones. Y si bien nes americanas, un periodo en el cual se sen- las poderosas oligarquías de México y Perú taron las bases de la propia nacionalidad y na- decidieron permanecer fieles a la Corona, al cieron los grandes héroes con sitial menos durante algún tiempo más, la zozobra permanente en sus panteones, aún hoy testi- no desapareció. Como bien señala Costeloe, monio vivo de inmortalidad. Cada historia era desde un principio se planteó el uso de la fuerdiferente de la del país vecino, al ser las fron- za como el mejor método para la recuperación teras nacionales barreras infranqueables que de las colonias. Sin embargo, el caos econóimpedían trascender los mezquinos naciona- mico y administrativo, la falta de recursos fislismos. Trabajando con materiales y con una cales y sobre todo la permanente superposiperspectiva exclusivamente americana y con ción de jurisdicciones de los distintos órganos abundantes prejuicios nacionales (por no decir políticos encargados de la represión, limitaron nacionalistas) no es raro que la historiografía el éxito de las medidas ensayadas y condiciolatinoamericana presente una imagen distorsionada de España, de quien había que dife- naron el envío de expediciones militares a Inrenciarse a principios dei siglo XIX autoafir- dias. Esta última cuestión es especialmente mando aquellos rasgos propios. De este modo analizada por Costeloe a través de la actuala emancipación se presenta como algo endó- ción de la Comisión de Reemplazos de Cádiz, geno, donde intervienen las famosas causas institución creada por los grandes comercianexternas peto sólo como lejano telón de fon- tes gaditanos con la intención de preservar el do. John Lynch (Las revoluciones hispanoa- imperio y mantener intactos sus mercados. mericanas, 1808- 1826) supo trascender tanta El problema colonial se centra en la discrimipequenez y planteó el fenómeno como un pronación sometida a los territorios americanos ceso de ámbito continental, pleno de particulapor las Cortes de Cádiz. Aquí, Anna incurre en rismos, pero al mismo tiempo con una gran un viejo error; el pensar que los liberales, por cantidad de cuestiones comunes. Sin embarsu condición de tales, debían mostrarse favogo, su trabajo dejaba pendientes numerosos rables al proceso emancipador. Con gran sorinterrogantes. presa, nuestro autor descubre que esto no fue así, y que las medidas revolucionarias adoptaDe este modo, no resulta en absoluto casual das en ningún momento cuestionaron la inteque tres destacados americanistas, de origen gridad de los territorios ultramarinos. En mateanglosajón, con importantes obras sobre el peria colonial, los liberales fueron buenos contiriodo tardocolonial, se dediquen al estudio de nuadores de la política reformista de Carlos MI la España que perdió su imperio. Anna nos recuerda que España constituye una referencia y sus ministros ilustrados. Un punto discutible en la argumentación de obligada si se quiere entender el fenómeno Anna es su insistencia en plantear básicamenemancipador en toda su complejidad, ya que como dice Claudio Veliz (La tradición centralis- te la emancipación americana como un enfrenta de América Latina) las mayores transforma- tamiento entre criollos y peninsulares, prestanciones políticas latinoamericanas deben exa- do escasa atención al funcionamiento y a las respuestas político- militares de las élites locaminarse bajo la perspectiva de la tradición les y regionales (integradas por unos y otros) centralista, sin la cual carecerían de un sentido enfrentando o apoyando a la Administración adecuado. colonial. Esta premisa lo lleva a considerar la Desde la época del absolutismo, la ilustra- existencia de un solo programa político de las ción se había propuesto la tarea, compartida oligarquías americanas, funcionando armóniposteriormente por los liberales, de moderni- camente a través de sus representantes en zar España. La lucha por acabar con las rigiCortes, y no de varias líneas de acción, variadeces sociales, políticas y económicas del anbles de acuerdo con concretos intereses regiotiguo régimen generaron una serie de tensionales. nes que afectaron profundamente al país y repercutieron en las colonias. Centrando su Por último, una referencia obligada al laanálisis en la continuidad, Hamnett revisa la mentable nivel de las traducciones. Quizá la política seguida por Carlos IV y su ministro Gomayor perla encontrada, entre un conjunto de doy, para concluir que tanto los posteriores disparates, obviables con una buena correcGobiernos liberales como los absolutistas, ción técnica, sea la de que Portugal estaba más allá de ideologías divergentes, tuvieron amenazando, tal como lo había hecho desde que transitar por un estrecho camino y con un 1810, con organizar una huelga (SIC) contra la pequeño margen de maniobra, para terminar provincia rebelde... Cualquier comentario sucumbiendo ante una dura realidad que im- está de más. ponía sus reglas de juego. Carlos D. MALAMUD Esa fue la España que a partir de 1810 tuvo L D

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