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ABC MADRID 14-02-1987 página 51
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ABC MADRID 14-02-1987 página 51

  • EdiciónABC, MADRID
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14 febrero- 1987 ABC Hícrario ABC VH Fortunata y Jacinta cumplen cien años En 1887 se publicaba Fortunata y Jacinta la extraordinaria novela de Benito Pérez Caldos. Historia de dos mujeres, representación de mundos sociales antagónicos, burguesía y pueblo, análisis memorable de las pasiones femeninas, introspección radical en el alma humana, cuadro vivo del Madrid de la restauración, no son pocos los críticos para quienes la obra es el mejor relato de las letras españolas después del Quijote En el centenario del gran fresco narrativo le dedicamos unas páginas especiales. Artículos de Ricardo Gullón, Juan Pedro Aparicio, Julio Neira, Gloria Rey Faraldos y Noel M. Valis Símbolos e interrogantes N la simbología de Fortunata y Jacinta la Revolución aparece representada como el auge de los amoríos de aquélla con Juanito Santa Cruz; la Restauración- l a novela transcurre precisamente por aquellas calendas- como el regreso del adúltero al tálamo sacramental de Jacinta. Fortunata es la basteza, el pueblo, tan sano como falto de pulimento, el gran bloque en el que hay que hundirse periódicamente, al que necesariamente hay que acudir de vez en cuando para obtener la energía primigenia, para recuperar las fuerzas más vitales y menos tediosas: la sinceridad, los afectos, el valor... Y allí, en ella, en Fortunata, se hunde Juanito Santa Cruz, símbolo de la clase dirigente de la Restauración, vana, enteca y a medio refinar; se funde con ella una y otra vez hasta el daño, tanto que engendra un hijo en ella, un hijo que llega a Jacinta como vastago arrancado de las entrañas del pueblo. ¿Qué será de ese niño? ¿Será acaso fuente de cambio o será la renovación vital necesaria para la perpetuación de los poderosos? Interrogante tras interrogante, son muchos los aspectos de Fortunata... que pueden ser analizados a la luz de su carácter simbólico. ¿Qué representa, por ejemplo, don Evaristo Feijoo? Es casi unánime la opinión que hace de este personaje el trasunto literario de! propio Galdós: solterón, viajero, librepensador, aficionado a la mujer. Un trasunto literario de proyección futura, puesto que cuando Galdós culmina Fortunata... ha cumplido ios cuarenta y cuatro años y Feijoo aparece por las páginas de! libro con sesenta y nueve años, edad a la que comienza sus relaciones con la buena moza. Son interesantísimas las ideas que sobre el amor expresa Feijoo: El amor es la reclamación de la especie que quiere perpetuarse, y al estímulo de esta necesidad tan conservadora como el comer, los sexos se buscan y las uniones se verifican por elección fatal, superior y extraña a todos los artificios de la sociedad. Míranse un hombre y una mujer. ¿Qué es? La exigencia de la especie que pide un nuevo ser, y este nuevo ser reclama de sus probables padres que le den vida. Todo lo demás es música; fatuidad y palabrería de los que han querido hacer una sociedad en sus gabinetes, fuera de las bases inmortales de la Naturaleza. ¡Si esto es claro como el agua! Por eso me río yo de ciertas E leyes y de todo el código penal social del amor, que es un fárrago de tonterías inventadas por los feos, los mamarrachos y los sabios estúpidos que jamas han obtenido de una hembra el más ligero favorcito. Y, sin embargo, el hombre que así piensa es el mismo que aconseja a Fortunata que regrese con su marido, que restablezca las apariencias, que cuide el decoro; de donde se deduce que para Feijoo decoro y apariencias son la misma cosa. Y es precisamente el decoro lo que permite a las personas hacer lo que les viene en gana, lo que les concede libertad. Feijoo entra en la novela de la mano de doña Lupe, a la que, según ella misma, ha pretendido a poco de morir su marido, Jaúregui, aquel leonés que era tan honrado, tan sosamente honrado- dice don Benito- que no de dejó al morir más que cinco mil reales. Pero Feijoo, leonés también y amigo del finado, lo desmiente. Y el lector cree en seguida a Feijoo. Porque es demasiado apuesto, demasiado cultivado, demasiado descreído también y hasta demasiado sensible para doña Lupe la de los pavos. Dice Galdós que Feijoo se siente atraído por Fortunata como el tallista por el volumen de piedra, como Pigmalión por Galatea. El paso de Feijoo por la novela está dotado de un ritmo narrativo propio: cuando Fortunata es abandonada por juanito Santa Cruz, Feijoo. prácticamente un desconocido has- ta entonces, le propone a la muchacha relaciones. Fortunata apenas tiene veinte años, Feijoo, ya se ha dicho, ha cumplido sobradamente los sesenta y nueve. Sus relaciones producen gran efecto en la chica y, siendo muy breves en el tiempo, el novelista las dilata extraordinariamente, en semanas se suceden transformaciones que pedirían meses, años quizá, hasta llegar al declive físico del personaje, su caída en la más decrépita ancianidad. Resulta muy atractivo este don Evaristo Feijoo, coronel retirado, apuesto y fornido, generoso también, est céptico combatiente en la defensa de las penúltimas colonias, solterón y apegado a las mujeres, conocedor de los secretos de la vida y guardador de todas las apariencias. En él, al fin trasunto literario del autor, se evidencian de modo paradigmático las carencias que lamentaba Unamuno en ios personajes de Galdós. en los que no veía héroes capaces de luchar contra el trágico destino, de crear un mundo para sí mismos... El mundo de Feijoo es efectivamente el de los otros, un mundo equivocado y no pocas veces absurdo, un mundo que él entiende, sin embargo, a la perfección con todos sus errores y sinrazones, pero que jamás combate de frente, y al que, llegado el caso, integrado en sus estamentos más comprometidos, es ca 1 paz de defender con las armas en ¡a mano. Es muy curioso este don Evaristo Feijoo por el que Galdós tiene tantas simpatías, pues siempre se cuida de presentarlo con una índole positiva. Pero ¿su misma relación amorosa con Fortunata, tan crudamente planteada por el mismo como una transacción en la que ella le daría sus favores a cambio de protección, no tiene acaso tufos rufianescos? No deja de tener interés el reproche del vasco Unamuno. Añoraba don Miguel esa rebeldía radical de un Segismundo, de un Fausto, esa especie de rebeldía fatal que expresa el descontento de la Naturaleza en el hombre. Sabino Ordás, leonés también como Feijoc, quería ver en el talante del coronel, en su preocupación por el decoro, la ejecutoria baldía de todo un reino, el de- León, una historia vivida al servicio de una apariencia inventada por otros. He ahí un motivo para la reflexión. Juan Pedro APARICIO

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