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ABC MADRID 14-02-1987 página 50
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ABC MADRID 14-02-1987 página 50

  • EdiciónABC, MADRID
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VI ABC ABC ííTcrarío- Novela- 14 febrero- 1987 La montaña blanca Jorge Semprún Ediciones Alfaguara Madrid, ¡987. 302 páginas El juego aparece ya al nivel de la estructura novelesca. La montaña blanca posee, en efecto, una estructura absolutamente artificiosa en la que todos sus elementos constitutivos están interreiacionados caprichosamente, en función exclusiva de la voluntad del autor; una estructura no orgánica, sino mecanicista que no podría tenerse en pie si esos elementos constitutivos no hubieran sido sometidos previamente a un proceso de abstracción que los priva de toda sustancia, de toda vida autónoma. Como consecuencia de ello, la trama de la novela no es sino una suma de coincidencias absolutamente inverosímiles y forzadas cuya función no es otra que establecer una suerte de pseudomandala, cuya finalidad no es facilitar la búsqueda del centro de lo humano, sino mantener lo humano en suspensión, como algo inaccesible e inalcanzable cuya contemplación a la distancia posibilita una vida por definición disminuida, pero aceptable por parte de quienes aspiren a instalarse en ese nihilismo edulcorado hoy tan en auge. Como consecuencia de ello, también los personajes van perdiendo entidad y libertad a medida que el libro progresa, van actuando de un modo que contradice los supuestos a partir de los cuales fueron caracterizados en el momento de su aparición en la obra y, en fin, acaban perdiéndose en rebusques psicológicos totalmente arbitrarios. Las referencias culturalistas de La montaña blanca son de una previsibilidad acongojante- todas las figuras tópicas de la intelectualidad progresista desengañada se dan cita aquí- y de una obsesividad que acaba por tornarse involuntariamente cómica- l a pedantería, las consignas para iniciados, pueden resultar divertidas siempre que no se abrume con ellas al lector; el abuso de ellas produce necesariamente fastidio, primero, e hilaridad, después- El libro, por otra parte, está escrito con la maestría esperable de un escritor con las dotes intelectuales y narrativas de Semprún: es una novela muy bien hecha, pero vacua. (La novela está narrada desde el punto de vista de varios de los personajes y abunda en pasajes rememorativos, habiendo conseguido el autor- l o que constituye una verdadera hazaña- que el lector sepa en todo momento cuál es el personaje desde cuya perspectiva se nos cuenta la historia en cada momento y en qué tiempo se está desarrollando la acción. Jorge Semprún, que fue muy atacado por descender -como un descenso lo vieron los críticos culturalistas de dos al cuarto- al testimonio personal apenas trascendido por lo imaginario en su Autobiografía de Federico Sánchez, haría bien en no escucharse sino a sí mismo y en proseguir por el camino abierto por sus primeras novelas, pues su experiencia vital no tiene parejo entre los escritores españoles del presente. Leopoldo AZANCOT La montaña blanca es el más perfecto espécimen que conozco de ese tipo de literatura que el nuevo establishment- me refiero al surgido por doquier en Europa tras la aceptación por los poderes tácticos del socialismo como pieza angular del sistema capitalista en las actuales condiciones objetivas y la intelectualidad a su servicio se afanan por imponer. Se trata de un tipo de literatura que podríamos caracterizar como una literatura en segundo grado, como una literatura que no guarda relación directa con la realidad, como Jorge Semprún una literatura- l a literatura en el despectivo sentido verlainiano- que se alimenta de literatura y que, por tanto, hace desaparecer la tensión dialéctica entre ésta y lo que está ahí, perdiendo así todas sus potencialidades como factor de cambio: una literatura, pues, inmovilista, reaccionaria en el fondo, pero con apariencias progresistas, y cuyo propósito inconfesado es conseguir que todo siga como está, que nada cambie. Este tipo de literatura, culturalista por esencia, proporciona a los intermediarios culturales una justificación social de su labor de la que andan muy necesitados, -se trata, literalmente, de una literatura cuya naturaleza exige el comentario, la explicación, porque se asienta sobre un juego de claves y referencias sólo conocidas por unos pocos, por unos mandarines más o menos irrisorios- y, al mismo tiempo, una sensación de poder embriagadora- a lo que parece- ellos son, por fin, imprescindibles. El éxito internacional de escritores como Kundera, como Calvino- y de) mayor, con mucho, de todos ellos: Borges- de un tiempo a esta parte prueba que los manejos para imponer como la única literatura posible en los tiempos presentes, como la única literatura auténticamente tal y que responde a las necesidades espirituales del momento, a esta literatura culturalista han triunfado: las clases medias la han hecho suya. Si se compara La montaña blanca con las novelas anteriores de Semprún- con El largo viaje, por ejemplo, y no digamos con la Autobiografía de Federico Sánchez- se comprueba que lo que en esas novelas precedentes constituía un testimonio, más o menos mediatizado, de la vida del escritor, de su enfrentamiento con lo propio y con lo ajeno en función de la voluntad de encontrar el sentido último de lo dado, aquí se ha convertido en un juego: temas como el comunismo, el nazismo, la relación hombre y mujer son en La montaña blanca meros pretextos para establecer variaciones intelectuales y culturales pasablemente gratuitas con las que el autor, indudablemente, no pretende incidir sobre la vida profunda de sus lectores. Historia de niños Peter Handke Alianza Editorial Madrid, 1986. 116 páginas Las parejas engendran futuros solitarios. E ¡hombre y la mujer no dialogan, sólo intercambian soliloquios. Todo indicio de convivencia ha desaparecido y la sociedad persiste como forma, no como esencia. Las naciones no son ya comunidades con una cohesión interna, sino multitudes de individuos desperdigados y perplejos. Las palabras no son ya un código de entendimiento: el tú y el vosotros son símbolos orales carentes de sentido, meras fórmulas para separar la ajenidad (lo irrisorio, lo falso) de lo único importante y verdadero, el yo. Un hecho biológico como la paternidad no pasa de ser entonces un accidente. No se dan hijos al mundo, ni a la patria, sólo se tienen en un sentido automático. Estas parecen ser las conclusiones de Peter Handke. Historia de niños es una historia de adultos o, más exactamente, de niños y adultos bajo un destino unívoco: la soledad. Los adultos aparecen como niños desvalidos, y los niños, como adultos que presienten el mundo de impiedad que les espera. No vivimos una edad de oro de ideales superiores, sino lo que Handke llama una edad de hojalata Podríamos decir: Son los tiempos que corren. ¿Y qué? ¿Es que el tiempo es un vacío abstracto y no un espacio ocupado por nuestra conciencia, nuestro vivir? Es fácil escapar por la puerta de emergencia de una excusa tan vaga como que el mundo es así porque los tiempos son así. Eso no impediría que el siniestro se propagara en el interior. El personaje de Handke lo sabe muy bien. Sabe que no hay escapatoria y: Entonces tuvo conciencia de que los tiempos modernos objeto tan a menudo de sus maldiciones y de su condena, no existían; la propia consumación de los tiempos era sólo una quimera; con cada nueva conciencia comenzaban las mismas posibilidades de siempre, y los ojos de los niños en medio del gentío- ¡fíjate en e l l o s! -transmitían el espíritu eterno (pág. 104) El padre y la niña que protagonizan la narración carecen de nombres. El padre es sólo él y su hija es sólo la niña El relato es así más cruel y significativo, ya que ese doble anonimato representa una visión social del conflicto: para el mundo en que viven, el hombre y la niña no cuentan. Son sólo un par de extranjeros. Sabemos que el padre vive de una profesión indefinida, sin mayores agobios económicos, y que su mujer decidió separarse de él sin que mediaran mayores motivos de discordia. La pareja se disoció porque sí, y la hija de ambos, desarraigada, vivirá alternativamente con cada uno de esos extraños. Es un ser solitario, la lógica continuación de dos soledades que alguna vez coincidieron y engendraron una tercera, pero que aún así nunca se conocieron. Amarga es la visión del mundo de este narrador alemán, su obra se parece espantosamente a la realidad. Luis DE PAOLA

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