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ABC MADRID 13-02-1987 página 59
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ABC MADRID 13-02-1987 página 59

  • EdiciónABC, MADRID
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VIERNES 13- 2- 87 LARRA: 150 ANOS DE UNA MUERTE ROMÁNTICA A B C 59 Nuestro más joven clásico L eco del pistoletazo que se había pegado Fígaro aquel lejano Carnaval de 1837 resonó bastante en mi adolescencia. Pues para quienes cursamos ei Bachillerato en la década de los cincuenta, sólo ¡a Literatura, a través de las vidas de los autores o de las peripecias de sus personajes, era capaz de introducir algunos elementos que pudiesen sacudir el marasmo pío y patriótico de nuestros estudios. Y dentro de la Literatura, junto al desenfado del Arcipreste o aquellas divertidas desavenencias entre Quevedo y Góngora, se filtraban factores que me atrevo a llamar contraculturales así el rijo de Celestina, o aquella Desesperación de Espronceda, con las queridas tendidas en los lechos, sin chales en los pechos y flojo el cinturón. Mas por encima de versos o actitudes aisladas que no se correspondían con ei tono melifluo del marco educativo, el pistoletazo que puso fin a la vida de Fígaro, culminando una carrera de escritor famoso y cuando él tenía veintiocho años, parecía el colmo de lo insólito y hasta subversivo. Por otra parte, así como otros escritores liberales- y naturalmente, todos los heterodoxos y afrancesados- no figuraban en los programas académicos, Mariano José de La rra: oeupaba lugar preferente en tof textos. Fragmentos de sus escritos, que leíamos con gusto, remataban el pormenor de su biografía: escritor temido y respetado, arbitro de la elegancia en salones y parnasillos, romántico enamorado de una casada, que por penas de amor había dado fin a su vida. Con el tiempo, sabríamos más cosas d Larra. Por razones que no vienen al caso, estudié su vida y su obra con algún detenimiento. Descubrí entonces que Larra no había sido suicida sólo por amor. Conocí su trayectoria pública- é l mismo se motejó de el ser más veleidoso que ha nacido -y supe cómo él, tan fustigador de las malas costumbres colectivas, del continuo fariseísmo, del cerrilismo nacional, había ido pasando, desde el inicial aborrecimiento por lo fernandino y la conciencia radicalmente liberal, a posiciones más acomodaticias. Y conocí cómo llegó un momento en que, amigo del poder, consiguió acta de diputado en unas elecciones chapuceras, mientras los que debieran ser tos suyos se sublevaban a favor de la Constitución. Imaginé entonces que detrás de la muerte de Fígaro no había habido sólo la amargura de una frustración amorosa, sino una compleja trama de reconcomios y contradicciones. Y como entonces tenía yo también veintiocho años, el brillante Fígaro de mi adolescencia perdió para mí no poco de su resplandor. Sin embargo, evoco hoy a Fígaro a través de su prosa y recupero toda la belleza y precisión de su estilo, la efervescencia viva de su pensamiento. Su genio sobrevive en el orden de su escritura. Y comprendo ahora- muchos años más tarde- que Fígaro, con su pistoletazo, se proclamó nuestro más joven clásico. Arquetipo romántico, paseante melancólico por un Callejón del Gato que parece interrmnable, fue sobre todo un joven escritor apasionado por la palabra escrita. Y esa juventud se mantiene en su obra, que en nada ha sido corroída por el orín del tiempo. Pálido rostro de pasión y de hastío SI describía Luis Cernuda a Mariano José de Larra en 1937. Veía el poeta en Fígaro a un alma gemela, radicalmente inadaptada: No hay sitio en ella en la Tierra para el hombre solo, Hijo desnudo y deslumbrante del divino pensamiento cantaban otros dos versos de! poema A Larra con unas violetas La verdad última del escritor me parece residir ahí. Ni en España, con ser importante, ni en la imposible Dolores Armijo. Fatalmente, Larra ha sido leído en buena medida desde esta perspectiva española y biográfica. El regeneracionismo lo ha masticado y digerido bien. La crí- E A José María MERINO tica larriana de los vicios nacionales se ha repetido tanto que se ha convertido en tópica. Larra se suicidó cuando su estilo y visión del mundo estaban ya maduros para transmitir un mensaje universal, válido en cualquier lugar y tiempo, y al margen, pues, de las circunstancias nacionales de la ineficiencia burocrática, los malos modales, las luchas políticas o nuestros inveterados facciosos. El ejemplo más rotundo, entre los varios que podrían aducirse, lo ofrece La Nochebuena de 1936. Yo y mi criado. Delirio filosófico. Se trata nada menos que de un descenso a la negación, de una bajada al infierno. La negación se encuentra ya insinuada en las primeras páginas, dedicadas a las horas iniciales del día y al paseo del escritor por un Madrid navideño: nieve en las calles y en el alma, proyectos de artículos acumulados en la mesa de trabajo, contemplación de la ciudad grotescamente festiva, visión alucinada de la mano seca y roída con un manojo de laurel sangriento -alusión al tercer sitio carlista de Bilbao- irónico análisis de unas funciones de teatro, soledad del transeúnte en las calles gradualmente vacías. Pero cuando la negación se desata es con el regreso de Fígaro a casa, en uno de los más vastos despliegues de la literatura española. El criado borracho, ei asturiano animalizado, comienza a hablar. Y acusa al amo. De criminal, que ha roto el sosiego de una familia seduciendo a la mujer casada de hombre de pasión capaz de arramblar con lo que sea a condición de ser feliz; de vanidoso atormentado diariamente en tu amor propio de individuo partidista y sectario; de liberal que el día que te apoderes del látigo azotarás como te han azotado de hombre de honor que cada día sacrifica los principios; de inútil lector en vacua persecución de la verdad y la norma; de ente ridículo cuyo movimiento turbulento es el movimiento de la llama, que, sin gozar ella, quema de inventor de palabras a las que concede un valor absoluto y que blasfema y maldice cuando descubre que sólo son palabras... Las máscaras, que tanto obsesionaron a Larra, han caído ahí del todo. El reformista, educado en la Enciclopedia, ha cedido el paso a los fantasmas de la negación que constituyen el sustrato mismo del que se nutre la literatura contemporánea. Ni vuelva usted mañana ni en este país ni el castellano viejo El patriota se acusa de partidista; el liberal, de sectario; el amante, de seductor a cualquier precio. Desde Quevedo nadie había lanzado al aire entre nosotros los propios fantasmas. Nadie lo haría en el resto del XIX: Clarín los rondó; Galdós los enmascaró; Bécquer los sublimó. En diciembre del 36 el costumbrismo le quedaba demasiado estrecho a Larra, que transitaba ya las zonas oscuras por donde se adentrarán Nerval, Baudelaire, los grandes simbolistas o Dostoievsky: la literatura del otro, la poesía del subsuelo frente al principio de identidad y los dogmas de lo objetivo. (Cuando hablo de Quevedo estoy pensando en el poeta metafísico más que en el satírico, por mucho que éste influyera en Fígaro. Larra no pudo llevar a cabo lo que hubiera sido la gran empresa de su madurez, ésa en la que él empezaba a estar, criatura genial crecida precozmente. El pistoletazo puso fin a una obra en la que nuestro Romanticismo podía haber encontrado el gran escritor universal del que careció. Ese suicidio lo anunciaba ya la caja amarilla donde se leía mañana que, con delirio y con delicia estuvo él mirando obsesivamente durante toda la trágica nochebuena Leer a Larra desde esta perspectiva, viendo lo que de anticipador de la literatura de la negación hay en sus artículos, me parece que es ir al fondo auténtico del personaje. El tema español, pese a los fogonazos geniales, pese a los tumultuosos estallidos que a veces lo sacuden, tiende a ser secundario para el lector de hoy. Pero la figura del dandy que abre la espita de los terrores nocturnos resulta fascinante. Por primera vez desde hacía siglos, alguien se atrevía a decir no en nuestra literatura. Con cuánto acierto vio Francisco Nieva esta dimensión del personaje en su excelente sombra y quimera de Larra. Aquellos actores zafios que escupían con indisimulado rencor el nombre de don Maríanito apuntaban al problema. Fígaro era, sin duda, un heterodoxo inaceptable. Y no sólo políticamente, lo que, en definitiva, no hubiera sido tan novedoso. Pero se había atrevido a descender al infierno, a pisar los dominios donde el yo se disuelve y se agita el baudeleriano demonio de la destrucción. ¿Un maldito? Pues sí, un maldito- mas tratemos el concepto con rigor- El mismo rigor que debería evitar el seguir alineando a Larra con Mesoneros y Estébanez: una de esas cosas increíbles que de cuando en cuando se les ocurren a algunos historiadores de la literatura. Miguel GARCÍA- POSADA

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