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ABC MADRID 07-02-1987 página 75
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  • EdiciónABC, MADRID
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SÁBADO 7- 2- 87- ESPECTÁCULOS -ABC, pág. 75 Plácido Domingo, Mirella Freíd, Bruson, Zeffirelli, Kleiber, La Scala... ¡Y Verdi! Crónica de un sensacional Otello conmemorativo del centenario Milán. Antonio Fernández- Cid, enviado especial En la víspera, un buen programa de ballet por el titular de la Seala, con presencias infantiles, precios moderados y ambiente de normalidad. Para la fecha en que se cumplía el centenario del estreno de Otello en este gran teatro, la conmemoración con la oferta más sensacional que en el presente puede brindarse ¿En el presente? No es atrevido pensar y decir que nunca se habrá dispuesto de un más musical trío de cantantes- Plácido Domingo, Mirella Freni, Renato Bruson- -cabezas de los escalafones mundiales de sus respectivas cuerdas; que es difícil imaginar un protagonista con mayor talento vocal y representativo, un director escénico más prestigioso que Franco Zeffirelli, dueño de medios que se hallaban lejos de poseer sus antecesores y que, rotundamente, yo no creo que nadie supere la excepcional condición artística de Carlos Kleiber, que- admitidas sus voluntarias limitaciones de repertorio y salidas- me atrevo a considerar el primerísimo director del momento. Esplendoroso el teatro de belleza, cuyo atractivo alcanza su climax cuando, apagadas las luces del comienzo, quedan visibles los palcos con la peculiar y tan armónica iluminación rojiza, hasta el arranque del primer acorde. grabado, ni la escena vacía en homenaje respetuoso, ni partitura enarbolada- basta que tuvo que ser Plácido Domingo el que, en medio de las ovaciones que aclamaban su actuación, gritase varias veces, de forma bien audible: ¡Verdi, Verdi! para lección de organizadores e inhibidos. Porque en el principio, sólido como una roca diamantina, estuvo y resta el colosal compositor. Después, no por chauvinismo sino por la enorme imporcapacidad de Plácido Domingo para pasar del lirismo ideal en el dúo de amor, al dramático y electrizante cierre del segundo acto, con un arrollador Si peí ciel marmóreo giuro a través del profundo Ora e per sempre y sin olvidar la tensión mantenida en la jornada sucesiva en dúo y monólogo, logró, sea éste el mejor elogio, una actuación digna de la efeméride y la responsabilidad, para que nadie pudiese disputar al tenor madrileño la tan legítima elección. Por su parte, Renato Bruson fue un Yago admirable no ya por la preciosa calidad de una voz dulce y musical, sino por las sutilezas con las que caracterizó un Plácido Domingo es, en expresión, matiz y voz, el gran Otello de nuestros días pues de su contribución magnífica en los dúos. El buen Casio de Ernesto Gavazzi, el excelente Ludovico de Luigi Roni, el Rodrigo de Manganotti, redondearon el gran reparto. El estupendo coro que prepara Giulio Bertolá sonó mejor que siempre, lleno, redondo y maleable, en la dirección, a ia vez mimada y exigente, de Carlos Kleiber. Una escénica sugestiva La escénica de Franco Zeffirelli yo no la calificaría, en general, de sugestiva, sino de un realismo de puerto lejos del atractivo estético. Hablo en general, sin desconocer excepciones como la llegada de los dignatarios, de armonioso encanto y la emotiva composición en la escena de la muerte. La poesía- buen ejemplo, el dúo de amor que cierra el primer cuadro- se la dan Otello y Desdémona, con música sublime. Zeffirelli, aún sin la ayuda de otras producciones suyas con mayor encanto, es un director de actores inteligentísimo, un infatigable detallista, original realizador de mil efectos y un taumaturgo que mueve las masas con exactitud prodigiosa! como en el impresionante arranque de la tempestad que cede y permite llegar la nave de Otello. Queda por comentar la asombrosa versión de Carlos Kleiber. Qué director! ¿Cuando tendremos la alegría de verlo en Madrid? Será el doctorado para nuestras cada vez más meritorias temporadas. Es imposible dirigir de más inspirada forma, moldeador de matices, de expresiones elásticas, fulgurante en los fortísimos, con insuperable capacidad para el piano y la delectación expresiva, por igual atento a la orquesta- la notable de la Scala es otra en sus manos y se convierte en mágico instrumento- los conjuntos y solistas que dan lo que Kleiber pide por convicción de que pide lo mejor. Por eso lo aclaman los públicos y lo aplauden todos sus colaboradores. En esta oportunidad parece ocioso hablar de ovaciones, salidas, saludos, gritos- muchos ¡Domingo, Domingo! flores... Se perdió la cuenta del número. Queda el recuerdo vivo del entusiasmo justificado. El genio que permanece No es la primera vez, pero quizá haya sido la más acusada, en la que siento un enorme respeto al pensar en lo que para la historia de la ópera significa la Scala de M i l á n con una h o j a de servicios única en el mundo, que se encargan de refrescarnos su propio Museo, la Galería inmediata, la pasión y el conocimiento milaneses por el género, aunque en esta ocasión baste que recordemos la noche del 5 de febrero de 1887, cuando Verdi septuagenario emergía de un prolongado silencio, testimonio de artista en ebullición, capaz de la inesperada revolución estética que su Otello significa. Pero no volvamos a la obra. Tan sólo importa subrayar que si bien me ciño a la versión, lo hago seguro del valor de primacía entendido: Verdi mismo. La base, el genio que permanece, el astro por el que brilla el arte de los demás... Y para el que no hubo expreso gesto de ofrenda, con pasividad increíble- n i un El tenor madrileño realizó una interpretación digna de la efeméride y la responsabilidad para que nadie le pudiera disputar la legítima elección tancia vocal y escénica de un personaje que da título a la obra, la primera mención corresponde a Plácido Domingo, que, repito, es el gran Otello de nuestros días. Desde que lo incorporó a su repertorio en 1975, en triunfal representación hamburguesa de la que fui testigo, ha madurado el concepto, enriquecido expresiones, matices, actitudes y acomodado la voz que tiene una anchura y grandeza mayores, siempre al servicio de la entrega y pasión peculiares y con el timbre caliente, dulce, que corre y llega intensa y plural én la inflexión y el color. r Desde la salida -un Esultate vibrante- -al Ñiüm mi tema postrero, trágico y conmovedor, no hubo un solo momento de menor fuerza o abandono. La personaje para el que son mucho más importantes, incluso, que las facultades y el volumen otras veces bazas fundamentales en la aportación de barítonos famosos. Y si el Credo fue un modelo de intencionalidad en el fraseo, el de Era la norte magistralmente arropado por la orquesta, nos hizo sentir el escalofrío de lo perfecto, adjetivo aplicable a su Forse che en grazia, tornera Mirella Freni continúa con su cetro de soprano artista, sensible, de pureza en un timbre que el paso del tiempo no altera y con una musicalidad exquisita. Es una delicia oiría su Salice su Ave María -fragmentos en los que Verdi alcanza las más altas cotas de sabiduría orquestal, con economía de medios- des-

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