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ABC MADRID 05-02-1987 página 3
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ABC MADRID 05-02-1987 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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E D T A L) O PRENSA POR ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 5 DE FEBRERO DE 1987 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ADA vez le doy más valor a la espontaneidad, tanto en la vida individual como en la colectiva. Es la forma más sencilla e inmediata de la libertad. Hay una tendencia, favorecida por algunas interpretaciones filosóficas y psicológicas, a ligar la libertad a la deliberación. En muchos casos es así, y tras un examen de las posibilidades abiertas, después de una deliberación más o menos larga, fácil o penosa, se elige libremente, se llega a una decisión. Pero el hombre se siente más plenamente libre cuando no necesita deliberar, cuando sigue espontáneamente, sin vacilar, un camino, una conducta. La deliberación es necesaria cuando la acción libre no brota espontáneamente. Claro que espontaneidad no quiere decir, en el hombre, un mero impulso silvestre. La vida humana se encuentra siempre con un horizonte de posibilidades, entre las que tiene que elegir; pero cuando los motivos para esa elección son evidentes, obvios, cuando la persona se moviliza con superabundancia en una dirección, la deliberación es innecesaria y la vida mana con suprema libertad. Ciertamente regulada por algo que la limita y a la vez la hace posible. Si se trata de animales o vegetales, su espontaneidad está regida por su naturaleza. Es muy problemático que este concepto pueda aplicarse al hombre, y en todo caso en un sentido bien distinto; en la vida humana se trata más bien de normas, usos de un tipo u otro, que encauzan la espontaneidad, la configuran y, sobre todo, le permiten brotar, precisamente apoyándose en ellas. He dicho a veces que un pueblo es una espontaneidad regulada por normas, y que cuando esa espontaneidad está reprimida, cohibida, se produce un fenómeno de mineralización, bien visible es una enorme porción del mundo actual. La vida pierde sus atributos más propios, se llega a una deshumanización, que, en los casos más graves, puede llegar a una deshominización, cuando desaparece la inseguridad permanente de lo humano, o queda reducida a la intervención del azar, y deja de ser una forma de realidad con la cual se cuenta y que actúa positivamente. A la vez, si las normas se evaporan, no hay propiamente instalación, en rigor no se puede estar, no hay un ámbito de convivencia donde estar, y como consecuencia no hay punto de apoyo para los proyectos. No hay tentación más engañosa que suponer que la libertad se incrementa con la supresión o abolición de las normas. Ocurre estrictamente lo contrario. Como se ve, la espontaneidad no es fácil ni segura. La amenaza tanto la multiplicación y densidad de las normas como su disminución o debilidad, su falta de vigor o vigencia. La sociedad tiene estructuras muy variadas, que permiten en diversos grados que fluya la esponta- ABC R E I) C C I O N I) MI NI S T R A io N T MI T I vSERRANO. 61 I A D R I D a- -oo 6 C ESPONTANEIDAD neidad, que la vida tenga, al mismo tiempo, figura y sabor, coherencia e invención. Hay formas brutales de supresión de la espontaneidad, que la sofocan y ahogan, que convierten a los países que las padecen en algo que no debería llamarse países, porque son algo extraño y en el fondo contradictorio: agrupaciones de hombres a las que se ha extirpado lo humano. Es un fenómeno que ha adquirido amplitud en nuestro tiempo, y que antes de él apenas era posible, por la pobreza de recursos de los poderes: el más autoritario y abusivo tenía una esfera muy reducida de aplicación, que podía ser de gran violencia y crueldad, pero recaía solamente sobre unos cuantos individuos o sobre algunas dimensiones de la vida, sin posibilidad técnica de ejercerse sobre el conjunto. Hoy esto se ha ampliado increíblemente, y se va a intensificar, queramos o no; quiero decir la posibilidad técnica, que será menester contrarrestar con la reacción humana- por tanto, libre- -a ese riesgo. Sin llegar a tanto, hay formas más sutiles, a veces benignas, de disminuir la espontaneidad. La más importante, y de carácter genérico, es el intervencionismo del Estado, dueño cada vez de más recursos, que aprovecha para imponer su dominio y aumentar sus ingresos. En los casos más favorables, con pretexto de ayuda, protección, seguridad, beneficencia, promoción de la cultura, etcétera. Naturalmente, es el Poder público el que se encarga de todo ello, el que pretende dar resueltos los problemas a los ciudadanos, incluso encargarse de su formación cultural- de lo que en cada caso entiende por cultura- y de sus diversiones. Con ello, el margen de elección se va contrayendo, cada vez queda menos espacio libre para la invención, para el deseo, para la anticipación; en lugar de todo ello va creciendo la pasividad, la espera de lo que el poder ofrezca o imponga. El puesto de la espontaneidad se va reduciendo, relegando a mínimas cuestiones secundarias. Y como esta situación engendra una disminución de la capacidad de imaginar, se va extinguiendo la espontaneidad aun en aquellos puntos en que el Estado desdeña intervenir directamente. Lo inevitable es un descenso de la vitalidad, el paso de la vida ascendente a la vida descendente. El incremento del aburrimiento en gran parte del mundo- e n cierta medida, en todo el mundo- es el resultado más visible, y para mí más pavoroso, de esta situación envolvente. La pérdida de la espontaneidad tiene causas y orígenes muy distintos, lo que hace más difícil defenderse. A veces se trata de normas enojosas, pero justifica- das, como los molestos controles de seguridad para subir a un avión, para entrar en un edificio público, para tener acceso a una farmacia, etcétera. Otras veces es la inseguridad misma- no su evitación, es decir, no evitada- la que merma la espontaneidad: cuando se piensa dos veces si se va a usar una línea del Metro un poco profunda, o se va a hacer un trasbordo, o se va a cruzar una calle por un paso subterráneo- e n vista de que los automovilistas han eliminado los de superficie- o se va a explorar el estacionamiento en busca del coche. Hay otras formas menos ásperas en apariencia, más eficaces en realidad, que ponen en peligro la espontaneidad de la vida. Se trata de la multiplicación de las disposiciones legislativas, de los reglamentos, de los controles. Cada vez hay menos cosas que se pueden hacer sin más, sin investigar primero su licitud, sin recabar una autorización, sin pagar unos derechos. El índice de libros prohibidos mermaba la espontaneidad de la lectura para muchas personas; no era nada en comparación con las precauciones que hay que tomar para buena porción de las conductas. Las incompatibilidades hacen que puedan ser ilícitas innumerables actividades perfectamente decentes- y que suelen ser necesarias para vivir- hay que preguntarse cada mañana si se podrá hacer un trabajo que le han pedido a uno o que se desea hacer. La tributación es algo que pesa como losa de plomo sobre los habitantes de casi todo el mundo- y por supuesto de nuestro país- No sólo la tributación en sí, es decir la suma de dinero que el Estado e innumerables organismos reclaman a los ciudadanos, que reduce sus ingresos reales a una fracción de los nominales; hay que tener en cuenta la necesidad de que muchos hombres y mujeres tengan que convertirse en recaudadores- por supuesto sin sueldo- de que todos se vean obligados, bajo las amenazas más graves, a llevar minuciosa relación de ingresos y gastos; de que el retraso de un solo día en el pago de los impuestos esté penado con multas que pueden elevarse a más del diez por ciento de sumas muy altas. La impresión de estar observado, fiscalizado, bajo sospecha, con presunción de culpabilidad, es constante y creciente. La pérdida más grave que esto impone es la de la espontaneidad; es decir, de la libertad, la intensidad, la calidad y el sabor de la vida. Me pregunto cuál sería la reacción de los habitantes de un país si alguien tuviera la imaginación y la generosidad de defender todo lo posible la espontaneidad de los demás. Julián MARÍAS de la Real Academia Española

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