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ABC MADRID 28-01-1987 página 3
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ABC MADRID 28-01-1987 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 28 DE ENERO DE 1987 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA Z VUE piensa I 1 usted de J VJC a muerte? ABC DOÑA MUERTE la muerte, no creo difícil que ganasen los españoles. Sin embargo, lo peor que nos puede ocurrir es que, por querer seguir una tradición prestigiosa por su originalidad- s u singularidad- dentro de los valores de cultura, hagamos ese tremendismo tabernario, ese tenebrismo de imitación de lo español, que nos puede hacer pasar por más horteras y pretenciosos que profundos. Peligros de tener un pasado. A la muerte no se la trata con esos modos. La muerte es más refinada y más velazqueña; la muerte española la ha visto muy bien Ghelderode, el gran dramaturgo belga, vestida de menina. La Muerte en Calderón tiene rutilancias de misa mayor, y en Jorge Manrique brilla como una pradera renacida y llena de margaritas. Hay que reconocer que la muerte es muy elegante. En toda persona elegante- desde el punto de vista corporal- vemos una tendencia a reunirse con su esqueleto, puesto que, sin saber muy bien por qué- aunque Freud haya dado algunas explicaciones- lo esquelético es más sexualmente atractivo que lo adiposo. Es curioso que el pecado de la carne no requiera tanta, sino bastante menos, de la que tienen una mayoría de las mujeres, que todas quieren estar delgadas para estar más deseables. Y más elegantes. Todos desearíamos ser guapos y altos, pero a falta de cosa mejor, nos contentaríamos con ser delgados y poder lucir el esqueleto. Hagamos una prueba: todas las bellas prendas de vestir y desvestir lucen mejor puestas en un esqueleto. Una combinación de los años cuarenta y también unos calzoncillos rameados de americano, que tan irresistibles resultan para las mujeres que aman un buen esqueleto de hombre. Un poeta moderno que ha dado muy bellas imágenes a la muerte- puesto que, además, se trata de un cineasta de mérito- ha sido Passolini, aunque su propia muerte produjo fotografías espantosas; pero no se trata de ese momento de la muerte, sino de toda la muerte y en el pleno de su reinado. Passolini, en su primera película: Accatone, da unas imágenes de la muerte de su antihéroe terriblemente conmovedoras, solemnes y desoladas. Y, además, creo que tienen, como subrayado musical, notas de Bach. Y volvemos a lo mismo: Passolini era un hipersexuado, que un analista del siglo pasado hubiera designado como clínicamente perverso, pero REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN TALLERES- SERRANO, 61 28006- MADRID Eso se pregunta muy a menudo en las entrevistas y deja siempre un tanto confuso al interrogado. En lo que menos se pensaba en ese momento era en la muerte. El pensamiento de la muerte ocupa poco espacio en la vida de las personas. Ninguno en los animales, aunque sí exista en ellos el terror mortal. Lo cual quiere decir que las personas que menos piensan en la muerte son los más animales, sin ánimo de ofender. Hay una especie de animalidad inteligente que es plétora de vida, generalmente unida a una fuerte potencialidad sexual. El hombre hipersexuado no teme a la muerte porque no le importa ahogarse en el amor. Amar de verdad es un riesgo mortal. El hipersexuado busca una plenitud en donde la vida y la muerte siguen una dialéctica neurótica en la que justifican cuánto se aman y se necesitan la una a la otra. Hay inteligencias sexuales, es decir trágicas, que manejan la muerte como si fuera vida, que carecen de escrúpulos ante ella. Shakespeare. Es curioso, Shakespeare bastante más que Cervantes; en lo que se descubre muy bien que, en la inteligencia de Cervantes, su reconocida castidad, impuesta por el ambiente y por los sufrimientos, no le conduce a ese innominable estado de comunión erótica con la muerte, que tantas veces ha revelado el gran Will, hombre aún con menos dignidad social que Cervantes. Por paradójico que parezca, entre nosotros, quizá el que menos quería morir, Unamuno, es el que más le da a la idea de muerte ese color de nada fúlgido, que es la impresión erótica del otro estado La muerte es otro ser y otro estar. A Unamuno le parecía que, ese. otro ser y estar de la muerte tendría que ser no sólo la vida, sino la vida misma puesto que iba a ser eterna. Pero, ¿es más eterna la muerte que la vida? Yo creo que no. Los vivos estamos pasando, no más, por una etapa de la muerte, estamos atravesando el eterno orgasmo de la muerte y la vida. Es decir, que estamos viviendo la muerte y estamos gozando de ella. ¡Qué admirable intuición la del pueblo mexicano! Esa alegría llena de acidez y de transfondo del pueblo mexicano en su forma de asumir la muerte es algo tan refinado y salvaje que asombra a una sensibilidad europea. Los españoles estábamos bien preparados para contaminarnos de esos sentimientos tan de extrarradio. En España la muerte aparece como la gran vengadora. ¿Vengadora de qué? Todos vamos a morir. Al español le gusta que todo perezca, puesto que va a perecer él. Para el mexicano, supongo yo, la muerte es todavía más generalizadora y más loca, por Jo cual la muerte en México se presenta siempre con una sonrisa de teclado completo, al que no le falta ningún diente. Acaso el mexicano goza la muerte más que el español. Sin embargo, España posee el mérito de haber sido la nación europea que con más personalidad ha incidido en el pensamiento renacentista o barroco con esa idea enfática de la muerte. Los ingenios españoles del Barroco y algunos de la generación barroca del 98 se lucieron verdaderamente tratando a la muerte con grandeza y familiaridad. A veces, con desparpajo. Si se hiciese un recuento de los más profundos pensamientos sobre EDICIÓN INTERNACIONAL Las noticias más importantes de la semana recogidas por ABC en su Edición Internacional. Para llegar a ciento sesenta naciones. en contacto muy radical con el valor erótico de la muerte. Yo creo que Passolini, buen poeta, no es demasiado profundo, sino que expresa ciertas verdades ocultas por las costumbres culturales, lo que no es todo en el conjunto valorativo de una obra. Pero no hay duda de que Passolini da una bella y solemne imagen de la muerte, dormida en los labios de un regazzo di vita Passolini, que admiraba y quería a España, sentía la muerte como un barroco español, elegantizada al modo jesuíta de Gracián, no convertida únicamente en vertedero realista. Más bien, como hoy día se manifiesta en la pintura ceremonial de José Hernández. La muerte, por ser algo trágico, es más poética que prosaica. Lo peor que le ha podido ocurrir- como antes decía- a los españoles corroídos por el tópico del tremendismotenebrismo español ha sido tratar a la muerte tan prosaicamente que le han sustraído su categoría. Digamos que su fondo de elegancia y sexualidad metafísicas. Sólo han retratado el estercolero si han sido cineastas y muchos lo han descrito con paciente realismo literario. Eso es un efecto de acercamiento y de análisis material, como las fotografías espantosas de la muerte de Passolini, del que todos sabemos, si lo entendemos bien, que su verdadera muerte no es ésa. A la muerte de un ser querido no le damos esa dignificación material más que para tranquilizarnos, hacernos una filosofía, no perder los estribos, pero la misa solemnis de Calderón, el magnífico Calderón, se está celebrando en las sombras del corazón de cada dual. La vida y la muerte cantan su desesperación, aunque por fuera no queramos dar sensación de que las oímos. La totalidad del sentimiento de la muerte se ha de sugerir, porque de otro modo no puede hacerse, por la ambigüedad de la imagen poética. Ello se logra muchas veces, pero en seguida se ve cuándo esas imágenes son falsas, amaneradas, porque la muerte necesita ese trato lleno de gravedad. Y en donde todo lo grotesco se redime. La redención mortal de lo grotesco es el gran hallazgo del Barroco español. Desde Quevedo a Valle- lnclán, ese concepto que tiene algo de cosquilla espeluznante, lo han producido las Letras españolas como acuñando una moneda de valor. No era sólo lo tremendista, lo deleznable y lo ridículo, sino también lo angélico y el polvo enamorado de amor. Quizá ese polvillo sutil que entra casándose con los rayos del sol por una escueta ventana manchega. ¡Cuántas veces Quevedo, taciturno, hundido en su sillón, vería entrar ese polvo vivaz, atravesado por el vuelo de alguna mosca, durante sus meditaciones de vencido! Me gusta mucho esa interpretación de la muerte. Cuando Mozart se acerca más a ella es estimulado por un mito español. Tenemos la suerte de que nos hayan glosado en música maravillosa una cosa tan bien hallada por nosotros. La muerte tiene ciertos atributos españoles que poseen una elegancia de figurín para Antonia Mercé. La Argentina bailó Triaría, de Albéniz, como un esqueleto con bata de cola y demostró a las gentes más inteligentes de su tiempo la elegancia del flamenco, su sexi trágico y mortal. Quizá, a causa de esos atributos, la deberíamos llamar doña Muerte Francisco NIEVA

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