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ABC MADRID 27-01-1987 página 45
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  • EdiciónABC, MADRID
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27 de enero de 1987 ABC ¿QUE QUIEREN LOS ESTUDIANTES? Mariano YELA El acceso a la Universidad debe ser preparado y merecido a las diversas ramas del saber y de la Formación Profesional señala el catedrático de Psicología Mariano Yela en este artículo. La selección de profesores y alumnos es necesaria e inevitable. Subraya el profesor Yela que las protestas estudiantiles de hoy se dirigen contra la política educativa y se resumen en cuatro puntos: calidad, justicia, esperanza y Número 126 L A rebeldía de los jóvenes puede adoptar muchas formas, no todas limpias ni saludables. Algunas son estériles o nocivas: el no del desilusionado y del pasota que en el fondo castiga a la sociedad con su indiferencia; el no del conformista, que, pusilánime, se dice no a sí mismo; el no que se funda en el placer morboso de la acción alocada e irresponsable, de la agresión sádica o de la transgresión provocativa. Hay aquí, como en todo lo humano, una rica psicopatología. profesor, que es enseñar al que no sabe, se va transformando en la rutinaria tarea de suspender al que no sabe. Se comprendé que los estudiantes, más sensibles a los defectos que a las muchas excepciones personales, vean el sistema educativo como una carrera de obstáculos, de exámenes y selectividades sin demasiado sentido para él. La selección de profesores y alumnos es necesaria e inevitable. Si no se hace de manera deliberada y justa, se impone ella misma de forma automática y cruel, como lo hace con las plantas y los animales. Los estudiantes quieren que se elimine la selectividad. Creo que en el fondo a lo que aspiran es a que la selección no se limite a un examen en el que se decida la admisión de unos y el rechazo de otros, sino que se vaya efectuando a lo largo de los estudios me diante una orientación personal y escolar dé cada estudiante que le permita irse acoplando, según sus aptitudes, intereses y esfuerzo a un plan de estudios variado y flexible y en consonancia con las necesidades de la sociedad. ¿Acceso libre a la Universidad? No, acceso preparado y merecido a las diversas ramas del saber y de la formación profesional. De ahí, la demanda de una enseñanza de alta calidad que fomente la esperanza en el futuro, una enseñanza verdaderamente educativa que forme para el servicio a sí mismo y a la sociedad, que procure que la personalidad de cada uno, que es suya, sea cada vez más plena y más suya, más libre y más solidaria. De esta exigencia surgen todas las demás. La demanda de una mayor consignación presupuestaria y un mejor uso de ella. La demanda de mayor justicia. No que todos tengan libre acceso a todo, sino que nadie deje de proseguir su formación hasta los niveles más altos por falta de medios económicos o por el influjo de un ambiente familiar que no estimule su hambre de cultura. Bienvenida sea la protesta de los estudiantes si contribuye, sin egoísmos de grupo, sin intenciones inconfesadas y sin violencias dictatoriales, a sanear la política educativa y a promover en las escuelas, los institutos y las Universidades más ilusión y más esperanza. El joven debe ser rebelde. Es comprensible que lo sea más el joven estudiante. El está más en contacto con el saber y la ciencia, con el ejercicio de la razón y el examen crítico. No nos extrañemos de la rebeldía de los estudiantes. Esforcémonos por comprenderla, respetarla y agradecerla. El que crea que nuestra sociedad es perfecta, que tire la primera piedra. En estos días la protesta se ha hecho pública en muchos países. Por ejemplo, y espectacularmente, en China, en Francia y en España. Pero no confundamos. Son protestas distintas. En las dictaduras la protesta, cuando es posible, lo que pide fundamentalmente es libertad. Se ha dicho: libertad, ¿para qué? La protesta responde: para ser una persona; para que, apoyado sin duda en la organización publica y de todos, pueda cada uno disponer de un amplio ámbito privado que le permita, sin imposiciones coactivas del Estado, buscar el cauce y el sentido de la vida propia. Si no, ¿para qué vivir? Las huelgas y manifestaciones de los estudiantes de Occidente han tenido también, más o menos, ese mismo carácter. Lo han tenido en otros momentos. No lo tienen ahora. Lo tuvieron entre nosotros en tiempos de Primo de Rivera, o bajo el régimen de Franco, en tiempos del ministro Ruiz- Giménez, aunque en estos casos su intención política se limitara a reclamar justicia o libertad en un marco determinado. Otras más cercanas han exacerbado la protesta, denunciando a través de la utopía y la violencia, desde Berkeley a Nanterre, pasando por casi todos los paralelos, el desencanto ante nuestras sociedades. Las protestas de hoy son diferentes. Son menos utópicas y casi nada violentas. La utopía late, desde luego, en el fondo, como debe ser: lograr una socie- participación dad libre y justa. La violencia suele aparecer en las manifestaciones, pero no se busca directamente ni suele surgir de los estudiantes que, en principio, la repudian, aunque algunos, por contagio emotivo, por el placer dé la agresión, por la ruptura multitudinaria de las inhibiciones y por la seguridad del anonimato, puedan participar en ella. Hoy las protestas se dirigen más restringidamente contra la política educativa. Y se centran y resumen en cuatro puntos principales: calidad, justicia, esperanza y participación. Mejor calidad de la enseñanza, mayor justicia en el acceso al sistema educativo y en la permanencia en él, esperanza de ulterior inserción razonable en la sociedad, participación en las decisiones. Los estudiantes acusan al sistema educativo de la mala calidad y exigen su mejora, sobre el fondo vago, pero perceptible de la demanda de una mejor sociedad. Reflejan un profundo desencanto ante la calidad de vida en general, ante una política que, cualesquiera sean sus intenciones, no tes permite abrirse con ilusión al futuro: paro insufri- ble, déficit público creciente, escaso éxito en reducir la inflación, porvenir oscuro. Reflejan desencanto e inquietud ante una política educativa que, cualesquiera sean sus intenciones, no les ayuda a estudiar con ilusión y en la que ven una amenaza de futuro sin trabajo. Cunde el descontento entre los profesores universitarios, desbordados por una creciente burocracia y una falta de infraestructura auxiliar que les dificulta la entrega plena y fruitiva a la investigación y el alumno. La Universidad se inundó de profesores eventuales, mal seleccionados, peor retribuidos y en perpetua zozobra ante el futuro. Ahora se han rebajado las exigencias selectivas del profesorado, se prescinde, por discutibles motivos de incompatibilidad, de algunos de los mejores maestros y se les jubila anticipadamente, en plena madurez y rendimiento. Un equivocado igualitarismo exige lo mismo a todos: dar tantas horas de clase, con lo que se deteriora la jerarquía de méritos, única que puede llevar a la formación de equipos de investigación y docencia. El primer deber del El Consejo Escolar del instituto de María Luisa Prada exige una explicación objetiva de los sucesos El conflicto en la enseñanza se extiende al profesorado. 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