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ABC MADRID 19-07-1986 página 3
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ABC MADRID 19-07-1986 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 19 DE JULIO DE 1986 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA Madariaga nació hace un siglo; murió hace tan poco, todavía no hace ocho años, que sorprende celebrar su centenario. Su larga vida estuvo particularmente llena; su obra es extensa y valiosa; pero Madariaga no fue de esos autores que, consagrados a ella, parece que se olvidan de vivir; ni tampoco de los que creen que vivir significa abandonarse al capricho y no hacer cosa de provecho. Los noventa y dos años de Madariaga estuvieron llenos de todo: vida profesional- e n diversas profesiones- acción política, viajes, innumerables escritos en varias lenguas, incansables lecturas, amistades, amor. Lo conocí nada menos que en 1934, recién cumplidos los veinte años, cuando él andaba por los cincuenta y dos- Madariaga gustaba de señalar las edades respectivas de las personas que se encontraban, y ello es muy orientador- Andando los años- muchos a ñ o s- vinimos a escribirnos y cambiarnos libros con dedicatorias. Recuerdo una de las mías: A Salvador de Madariaga, de un liberal de acá a un liberal de allá. Porque Madariaga estuvo allá casi siempre: por estudios, trabajos, puestos internacionales; finalmente por el larguísimo exilio. No volví a verlo hasta el 2 de mayo de 1976, cuando lo recibí en la Real Academia Española; de esto diré luego una palabra. Madariaga cumplió lo que Ortega recomendaba: devolver a la vida lo que la vida nos da su obra está llena de recuerdos personales, e incluso escribió unas voluminosas Memorias, que a petición suya presenté en Madrid. Va al final de su vida, poco antes de que el establecimiento de la Monarquía lo decidiera a volver a España, publicó un libro que se cuenta entre los que más estimo: Españoles de mi tiempo. En él se ve, con excepcional viveza y relieve, lo que fue el tiempo de Madariaga. Se compone de unas cuarenta semblanzas de hombres con ios cuales tuvo algún trato Madariaga; con algunos, hombres anteriores a su tiempo, como Echegaray o Galdós, mínimo; con otros, muy intenso, más o menos amistoso y aun con algún brote de enemistad en ocasiones. Creo que este libro debería ser leído por los españoles de hoy, sobre todo por los jóvenes, que no saben quién ha sido casi nadie en España- n o digamos en el resto del mundo- Me atrevería a decir que la mente de la mayoría de nuestros contemporáneos está despoblada quiero decir que en ella apenas se encuentran personas. Las que desfilan por las páginas de Madariaga están llenas de vida, aparecen en contexto, y por eso son inteligibles. Casi todos estos españoles han sido importantes, han dejado considerable huella, para bien o para mal- algunos, para bien y para m a l- De los muchos a quienes también he conocido- p o r supuesto, a más distancia de edad que el autor- -puedo comprobar el considerable acierto del retrato, sobre todo por razones literarias. Y hay que agregar que esos retratos son en muy alta proporción justos, y más bien pecan de excesiva generosidad que de mezquindad o rencor. Madariaga no rehuye el detalle pintoresco, la broma, el rasgo divertido- e r a amigo de chistes, y aún me hacen reír algunos que le oí contar hace cincuenta y dos ABC años- pero no se queda en eso: hace un esfuerzo por preguntarse quién era cada uno de los hombres evocados. Y como son frecuentísimas las relaciones entre ellos, en todo caso las conexiones en la trama de la vida española, resulta que este libro tiene un enorme valor de conocimiento de nuestra realidad. Casi todos pertenecen a la generación del 98 y a la siguiente, a la propia de Madariaga; como se trata de muertos, no aparecen los más jóvenes, si se exceptúa una Elegía en la muerte de Federico García Lorca Faltan, sin embargo, mujeres- solamente algunas aparecen en escorzo, a propósito de los hombres- No es que Madariaga fuera indiferente a ellas; al contrario, y su libro Mujeres españolas basta para probarlo; pero se trata de mujeres lejanas, a las que el autor no conoció, y una de ellas es una criatura de ficción, Melibea. ¿Cuándo se escribirá sobre mujeres reales, concretas, verdaderamente conocidas, de las que se pueda saber de primera mano quiénes son, o fueron? Casi siempre hablan de mujeres los que tienen de ellas una idea demasiado simple, por falta de interés, o red u c i d o a una d i m e n s i ó n d e m a s i a d o elemental. Es posible que hagan falta muchos cambios sociales, y sobre todo formas intensas y finas de convivencia, para que esto sea posible y frecuente; pero mientras no ocurra, en realidad no sabremos cómo es el mundo, porque desconoceremos la mitad, y eso se proyectará, como una sombra, sobre la mitad que se cree conocer. Madariaga escribe sobre Alfonso XIII y los que lo destronaron (Alcalá Zamora, Azaña, Prieto, Largo Caballero, Lerroux, Fernando de los Ríos... sobre Ramiro de Maeztu y Valle- lnclán; sobre Ortega y Menéndez Pida) y Américo Castro y Unamuno; sobre Besteiro y Cambó y Santiago Alba; sobre Picasso y Zuloaga y Sert, sobre Manuel de Falla y Pablo Casáis; sobre Marañón y Luis de Zulueta y Francisco Sancha... ¿Cuántos de estos nombres tienen alqún relieve en las cabezas de los españoles de 1986, un siglo después del nacimiento de quien los trató y tan bien escribió sobre ellos? Temo que para muchos sean tan nebulosos como los de la época visigótica. Y si es así, esto quiere decir que viven en una España borrosa, desvaída, en un inerte paisaje sin figuras. Y un país así es poco habitable, porque está deshabitado para los que viven en él. REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN TALLERES- SERRANO, 61 28006- MADRID s I A L V A D O R de EL TIEMPO DE MADARIAGA Este l i b r o c o m o o t r o s de su a u t o r muestra la profunda españolía de un hombre que escribía en tres lenguas y pasó mucho más de la mitad de su vida fuera de nuestras fronteras. Todo él tiene mucho saber, pero sobre todo un intenso sabor. Temo que Españoles de mi tiempo no haya sido muy leído, y casi exclusivamente por los que menos lo necesitan; no por aquellos millones para quienes representaría un enorme enriquecimiento asimilable. Ahora que se da como historia algo sin personajes ni narración, en que parece no haber pasado nada a nadie, urge impregnarse de la realidad de donde inmediatamente venimos, es decir, de lo que somos. De otro modo corremos el peligro de que nos pase lo contrario de lo que sucedió a Madariaga: dejar de ser verdaderamente españoles sin salir de nuestra tierra. Salvador de Madariaga fue elegido miembro de la Academia Española (entonces no Real en 1936, pocos meses antes de la guerra civil. No pudo ingresar. Por el contrario, una orden ministerial del 10 de mayo de 1941 declaró vacantes los puestos de muchos académicos, de todas las Academias. La Española no cubrió esos puestos; los dejó vacíos hasta que sus titulares fueron muriendo; entonces se elegía otro, y éste hacía el elogio de su destituido antecesor; si no me equivoco, fue la única institución que mostró tal pulcritud e independencia. En el anuario de la Academia, año tras año, se hacía constar al final de la letra correspondiente a esos sillones: Declarada vacante por orden ministerial, etéctera. Yo ingresé en la Academia en junio de 1965, e hice una referencia a esa conducta. El 1 de enero de 1967 envié una carta oficial al secretario perpetuo, mi fraternal amigo Rafael Lapesa, en que le decía que, después de un decreto de amnistía en que se cancelaban las responsabilidades políticas, parece injustificado que permanezcan excluidos de la Academia aquellos académicos de número que por orden ministerial de 10 de mayo de 1941 fueron apartados de las tareas académicas. Ya que la Academia nunca cubrió sus plazas, y éstas permanecen vacantes, como dispuso dicha orden, no habría dificultad alguna para que los académicos don Salvador de Madariaga (silla M) y don Tomás Navarro Tomás (sifia h) fuesen restituidos en sus puestos. Por ello, me permito proponer a la Academia que, si este es su parecer, reintegre a su seno a los académicos mencionados EDICIÓN INTERNACIONAL Para que sus mensajes comerciales lleguen volando a ciento sesenta naciones. La Academia aprobó por unanimidad esta propuesta. En los anuarios siguientes figuró ya el nombre de los académicos antes destituidos. Salvador de Madariaga leyó su discurso de ingreso, a los cuarenta años de su elección; había pedido que le contestara yo. Fue uno de los momentos de más emoción intelectual y española. Terminé con estas palabras: Señores académicos: La Real Academia Española vuelve a estar completa. España empezaba también a completarse. Julián MARÍAS de la Real Academia Española

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