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ABC MADRID 13-02-1986 página 109
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ABC MADRID 13-02-1986 página 109

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC de las artes buscando la voz suya, propia e inalienable. Mor de Fuentes desdeñaba a Moratín: iba al mercado a apuntar plabras para sus comedias. ¿Por qué no? Unamuno aún no había nacido para dar un pasagonzalo a Mor de Fuentes. Voces de la ciudad en el urbanismo y en la lingüística. ¿Y en la pintura? Esplandiú recuperó un Madrid modesto y arstesanal, pero era Madrid. Eduardo Vicente, mi amigo, dejó su casa del Viso y se metió en las Cavas hasta el mercado de la Cebada: rescató los tipos de la calle. Era un Madrid tierno y triste. Eran los días en que aún duraban los traperos, los carros de mano, las herboristerías callejeras y los ocupados en no hacer nada. Algún día, la recacha del sol dejaba sacar la frasca a la calle y los tragos incitaban a morder la pulpa de las aceitunas, o el desocupado metía las manos en el pantalón y la colilla llenaba de ceniza unos mugrientos harapos, o el vendedor de zambombas sentía insolidanamente aquella carga de ronrones y de zumbazumba. (Sí, la buscona enarcaba la cadera y se ceñía el jersey de listas. Eran voces de la ciudad, con emoción, pero también con tristeza. Ya no especulamos. La ciudad se llama Madrid. Es variopinta y menesterosa. Las viejas casas se cuartean y con su derrumbe desaparecen unos días que, por pasados, creemos mejores Después el vacío y la espera. Recuperamos la ciudad, que ya no es un testimonio de escisión, ni el barrio bajo la poesía más tierna. Ojos nuestros, muy nuestros, pero venidos de otros cielos y de otros soles, nos han descubierto un Madrid vario y plural, como la Bolonia lingüística de Dante; heterogéneo y unificador, como las ciudades de los funcionalistas de Chicago; múltiple y sencillo, como el espíritu de los hablantes. Esta ciudad insólita y feliz, desazonante y poética, acaso sólo nos la podía descubrir quien supiera esto y muchas cosas más, quien creara una pintura impresionista y lírica en la novedad de cada momento. Nosotros pasamos por las calles, estamos en ellas y vamos con prisa. Estrada Vilarrasa ha venido de Cataluña y ha sentido la fascinación de este paisaje urbano. Y nos lo ha descubierto, limpio, recién estrenado. Nos lo ha regalado para que sepamos cómo es Madrid: ciudad con voz propia y con mil voces propias, ni amasijo de msolidaridades ni aburrida monotonía, emoción contenida y temblores inciertos. Hermosa ciudad para recorrerla en buena compañía y para esperar sin prisas. Aquí se han citado Roma y Londres y París y las Españas todas: Madrid rescatado en una pintura que mil veces repite el prodigio para que nosotros creamos en el milagro. Manuel ALVAR De la Real Academia Española Plaza de Cibeles una de las obras de Estrada Vilarrasa que se exponen hasta el mes de marzo en la galería Alcolea (calle Claudio Coello, 30. De 10,30 a 14 y de 17 a 21) Estrada Vilarrasa rescata el perfil de Madrid N O hablemos todavía de arte. Y pongamos nuestra atención a lo que hombres de ciencia dicen o a lo que los técnicos enuncian. Tendríamos que preguntarnos: ¿qué es una ciudad? ¿En todos los sitios la ciudad es lo mismo? Las voces, entonces, son dispares y no logran el acuerdo. Planifican vías y servicios, piensan en diez mil personas y la planta se alza. Un urbanista norteamencano diría: He aquí una ciudad. Pero en la vieja Europa las cosas son muy otras; hay un amasijo de recovecos y de gentes hacinadas o la gallardía de los palacios o del barrio arregostado a la sombra de un templo solemne. También ahí tenemos una ciudad, aunque las vías y los servicios mucho hayan tardado en establecerse o acaso nunca logren entrar. Sin embargo, quienes hacen ciudades o quienes heredan laberintos un día se ponen de acuerdo: cada ciudad tiene su propia voz. No hablan igual Nueva Orleáns que San Francisco, o Brujas que Salamanca, o Heidelberg que Aviñón. Verdad es que a la conciencia de quien contempla los pueblos mueven con temblores distintos y el corazón se puede repartir en mil pedazos del mismo modo sensibles. Habla cada ciudad con voces diferentes. Porque todo es mudable: el adobe y el ladrillo, la piedra y el matacán, la cal y el revoco. Sigamos. ¿No lo son el alero y el conopio y el cordón y el parteluz y el ajimez y... Tendríamos las notas diferenciadas de una sinfonía o el verso del poema. Después las estructuras crecen, las llamamos tempo o estrofa. Más tarde, obras acabadas. La ciudad también; pero he hablado de sinfonías. Entonces la ciudad, que no es un amasijo de JUEVES 13- 2- 86 cables y cloacas, tiene su orden para los ojos que la contemplan, lo que no quiere decir repetición o monotonía, sino variedad en la presencia y solidaridad en las diversas estructuras. ¿Quién no piensa en Roma o en París, en Viena o en Londres? Subámonos al altozano de las Artes de Bruselas o al castillo de Praga. ¿No vemos numerosas voces integradas bajo las nubes que pasan? Y nos valen también lo que otras gentes dicen. Olvidémonos un momento de los técnicos del urbanismo. Vengamos a mi oficio: las ciudades hablan con tonos diferentes y con distinto vocabulario y con gentes que sienten la necesidad de integrarse. Han pasado setecientos años y pensamos que Dante tenía razón: Al hablar lo hacen de modo distinto gentes que debieron ser afines, como napolitanos y gaetinos, los de Rávena y los faventinos, y- l o que es más admirable- los que viven en una misma ciudad, tales los boloñeses del barrio de San Félix y los de la calle Mayor Tenemos en este texto venerable planteados los principios que hoy aplicamos en sociolingüística: diferencias en el habla de los barrios, porque cada uno cobija gentes de diversa condición, ricos o pobres, mercaderes o menestrales, arraigados o forasteros. Es necesario que sintamos la realidad que nos cerca para que podamos entendernos a nosotros mismos, porque cada uno trata de convivir y explicarse y, si no detiene su apresurado caminar, acaso no sepa quién es él y qué es el mundo que le rodea. La ciudad le viene a ser un principio integrador en el que todos buscan su mutua comprensión o un camino hacia la fragmentación por culpa de los variopintos intereses que pululan. Así son las cosas. El libro o el susurro son de lenta comprensión; el cuadro se nos mete por la ancha calzada de los ojos y de golpe se adentra hasta el hondón del alma. Ahí queda y ahí se queda. Es necesario mirar para que la ciudad nos descubra su secreto, y es necesario saber contar para que la ciudad se convierta en criatura perdurable. Pienso que los pintores pueden hacer los prodigios que están vedados al resto de los mortales. Todos nos hemos detenido ante el rosicler de una mañana o, acodados a un pretil, hemos visto caer lentamente las ascuas del sol entre cárdenos nubarrones. Hemos sentido emoción ante el arriate tembloroso o el misterio de la calle ensombrecida. Sí, y desgarro ante la mujer que llora y dolor por aquel hombre que apenas si se arrastra, y ternura por la pareja que ha acotado el mundo en el óvalo de dos cabezas unidas. Pero, ¿cómo contar todo esto? ¿Dónde la precisión y los sentimientos? La ciudad está ahí, y habla. Con sus edificios, con sus gentes, con su aire, con su sol. Cada barrio de la ciudad habla de manera diferente. Lo sabemos. También las gentes. En la Alhambra muchas veces me acercaba a la jamba de una ventana, y oía. Subían voces calientes por la carrera del Darro y un trémolo de sones confusos llegaba desde el Albaicín. Miles de veces me he mezclado con los menestrales que trabajan, y sus voces son diferentes: la bronca del herrero y la rechinante del ebanista, la cantarína del vendedor que pasa y la desgarrada del pescadero. Pueblo mío en el que me pierdo ABC 109

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