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ABC MADRID 13-12-1985 página 3
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ABC MADRID 13-12-1985 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 13 DICIEMBRE DE 1985 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ABC fianza, una visión recibida de pesimismo universal, que pugnaba con su fondo más verdadero, pero muchas veces dominaba. Con estímulos exteriores, pero con ecos internos, se empezó a pintar el pasado reciente con colores tétricos- y falsos- en un libro que fue famoso una temporada (The Greening of America) se hablaba de la atmósfera asfixiante de los años cincuenta y sesenta (the stiflin atmosphere of the fifties and sixties) y se consideraba que lo verdaderamente interesante de la nueva época era la marihuana y los pantalones acampanados. Precisamente yo había encontrado el ambiente de esos años- salvo muy al final, que es cuando empezó lo que se consideraba interesantede lo más estimulante, vivaz y despierto. Hacia 1973 se inició una recuperación de la alegría y la confianza, progresivamente afirmadas. Los americanos volvieron a estimar lo que no habían dejado de hacer nunca: inventar- e n todos los campos- Volvieron a mirar en derredor para ver lo que eran, mejor que escuchar lo que les decían. Las crisis de Vietnam y Watergate- d e las cuales queda un núcleo inexplicado y acaso inexplicable- pasaron, pero se recayó en la indecisión del presidente Cárter, a quien yo comparé con un árbol cuyas hojas agita el viento, y que tiene por tanto una forma vacilante. Hace tres años, los Estados Unidos habían entroncado con el torso de su historia: la confianza- e n el prójimo, en ellos mismos, en su nación- la creencia en que la realidad es valiosa en su conjunto y vale la pena; el gozo en la iniciativa personal y el esfuerzo, con la esperanza de que sus resultados sean buenos. Hoy todo eso continúa, consolidado, tranquilo, con naturalidad, con ese alto grado de espontaneidad en que consiste más propiamente un país. En el libro Ciudades califiqué a Nueva York como la vitalidad ascendente acaso nunca, en mi experiencia, haya sido tan verdad como ahora. Sin perder su figura, la gran ciudad se rehace; su belleza REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN TALLERES- SERRANO, 61 28006- MADRID mera vez a los Estados Unidos y pasé un año entero, la más larga de mis permanencias en ese país. Volví en enero de 1955; desde entonces mis visitas han solido ser anuales, dos veces en algunos años. Por diversos motivos, desde 1982 no había vuelto a los Estados Unidos. Tres años es mucho tiempo. He hecho esa operación que se hace espontáneamente cuando se encuentra de nuevo, al cabo de algunos años, a una persona bien conocida: ver la cara que tiene. Esa inspección sumaria, antes de todo análisis, suele dejar un considerable rendimiento: el rostro revela mucho más de lo que creemos, y si sabemos mirar hace confidencias globales que escapan a otros medios de observación. H ACE treinta y cuatro años que fui por pri- EL TEMPLE DE LOS ESTADOS UNIDOS Esta visita se ha reducido a dos ciudades, especialmente significativas: Nueva York y Washington. Sería menester dar por lo menos una ojeada a las tierras de New England, del Sur, del Middle West, de Texas, de California, para hablar sólo de las grandes zonas en que se articula el enorme país. Pero el botín que esas dos ciudades rinden no es escaso. Nueva York es la ciudad clave, donde la nación entera da sus más vivos y claros latidos; en ella se condensan los Estados Unidos, siempre que se tenga bien claro que son mucho más, que la gran ciudad es una representación selectiva del resto, que ha de interpretarse. Por su parte, Washington significa la personificación de la nación, su perspectiva política; en Nueva York transparecen dimensiones esenciales de la sociedad americana; en Washington, del Estado, de lo que allí se llama más bien Gobierno, es decir, la estructura política de esa sociedad. Habría que agregar algo que tiene un sutil interés: la doble relación con el resto del mundo, que está presente en Nueva York, mientras que es mirado desde Washington. Quiero decir que el mundo entero va a Nueva York, acude a esta ciudad, y en ella se encuentran sus múltiples representaciones, desde las personas hasta el arte o la economía o la cocina. Ese mundo no está en Washington- -solamente sus diplomáticos o enviados de cualquier orden- es Washington quien observa el mundo, se vuelve a él, lo escruta y lo tiene presente. Lo primero que se advierte en los Estados Unidos es una elevación del nivel de la alegría. En ese sentido encuentro mis experiencias más antiguas, las de los Gobiernos de Truman y Eisenhower. Hubo un momento de excepcional ilusión- esta es la palabra- en el breve periodo de Kennedy, que no tuvo tiempo de sedimentarse y adquirir plena figura; después de su asesinato, las cosas empezaron anublarse, por muchos motivos, que he analizado en un libro titulado precisamente Análisis de los Estados Unidos y en artículos posteriores. Nunca dejó de ser un país alegre, pero se fue deslizando, sobre todo entre los jóvenes, un espíritu de inseguridad y descon- impresionante es aún m a y o r d e s d e un enorme restaurante circular, en la planta 107 de un rascacielos, se domina no sólo Manhattan, sino los puentes, Brooklyn y parte de tos otros boroughs. El desnivel urbanístico y estético de las avenidas de Manhattan se atenúa, porque la de las Américas es casi tan espléndida como la Quinta o Park, y otras que eran sórdidas hace poco, como la Segunda y la Tercera, se acercan al decoro de las más hermosas. Han demolido mi viejo y querido hotel Biltmore, que llenaba todo el siglo, sustituido por un rascacielos bancario muy poco atractivo; pero entre la Quinta Avenida y Madison se han levantado tres edificios prodigiosos: el de la IBM, el de la AT T y la Trump Tower. Y siempre se puede volver al Metropolitan Museum o a la Frick Collection y a los viejos lugares que no cambian. En cuanto a Washington, hace ya años que superó su belleza un poco sosa, el aburrimiento que suelen engendrar las ciudades oficiales de diplomáticos y funcionarios. Es una ciudad mucho más viva, animada, placentera, con una vegetación admirablemente combinada con la arquitectura, con la serie de pequeñas ciudades residenciales en torno, con sus Universidades, sus museos, la indecible biblioteca del Congreso, el Kennedy Center, que ha cambiado la fisonomía de la ciudad, las terrazas donde la gente come y, por la noche, cuando el tiempo es benigno, en lugar de irse a la cama o ver la televisión, hace lo que ha solido escasear en este país, lo que los españoles podríamos convertir en nuestra mejor exportación: hablar. No he hablado de política. Los americanos no se ocupan demasiado de ella; están lejos de la obsesión, de toda politización. Si los españoles quieren orientarse sobre los Estados Unidos, lo mejor que pueden hacer es invertir las informaciones que habitualmente reciben. Se debe hacer política, pero justo la suficiente para poder dedicar la mayor parte de la vida a otras cosas. Hay muchos cambios, innumerables cambios en los Estados Unidos; las gentes tienen otro aire, otro estilo, visten de otro modo, con diversas variaciones a lo largo de treinta y tantos años, aunque sin perder la continuidad. Hay una cosa, sin embargo, que permanece idéntica, sin la menor variación: los extravagantes los excéntricos esos tipos raros que se encuentran en las grandes ciudades, sobre todo en Nueva York, ligeramente anormales, con frecuencia borrachos o drogados, vestidos de manera pintoresca. Por ellos no pasa el tiempo: son exactamente iguales que los que empecé a descubrir en 1951. Creo que fue, Cocteaaxpen. dijo: La vanguardia es lo que no cambia. Habría que preguntarse, en ambos casos, por qué. Julián MARÍAS de la Real Academia Española

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