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ABC MADRID 26-09-1985 página 3
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ABC MADRID 26-09-1985 página 3

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EDITADO PRENSA POR ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 26 SEPTIEMBRE DE 1985 ABC y, segundo, a Francisco Costa Gómez, presidente de la República: ambos reaccionaron con escepticismo y le garantizaron que cualquier posible desorden sería abortado. Así nabría sido de existir la firme voluntad de impedirlo, pero el Gobierno portugués de aquellas fechas, más templado ya políticamente que el anterior, tenía menos peso en el país. Su temor a que le tachasen de reaccionario, a que se pusiera en entredicho su democratismo, que, en cierto modo, estrenaba, contribuyó en gran medida al drama subsiguiente. Tal vez, aunque se considere paradójico, el Gobierno de extrema izquierda del almirante Sem Medo habría neutralizado la reacción callejera con mayor firmeza que el del general Vasco Gonzalves. De todas formas, el embajador comprendió muy pronto que la permanencia en su sede carecía de objeto y que sólo contribuiría a hacer de él no sólo una víctima inútil, un bonzo al gusto de los héroes de café, sino a convertirle en el fulminante de una complicación diplomática más grave todavía, de resultar herido o muerto, en el ya inevitable asalto a Palhavá. Su puesto no era ése, ciertamente, ni tampoco el de la Cancillería, blanco de un riesgo aún mayor que el de la Embajada misma. En efecto, a la Cancillería de la rúa de Salitre llegaron las turbas en las primeras horas de la tarde del 26 de septiembre y entraron a saco en ella. Los muebles fueron arrojados por las ventanas; los archivos, destrozados. Un gran auto de fe precedió al que en seguida iba a consumir el bello edificio, desde muchos años atrás, residencia oficial del embajador. Este, que mantuvo incesante comunicación con las autoridades portuguesas, en demanda de auxilio desde los primeros momentos, nada positivo sacó de su SOS. Los fuegos han sido siempre atrayentes espectáculos. Las llamas ejercen una íntima fascinación sobre las masas. Y éstas, congregadas ya en torno a la Embajada, gozaban de ese gratuito show Sin que nadie hubiera hecho nada para evitarlo, REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN TALLERES- SERRANO, 61 28006- MADRID FUNDADO EN 19O5 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA SA larga noche había sido anunciada. En realidad, las largas noches suelen serlo. Extraños presagios adelantan los acontecimientos luctuosos, los atentados. No se sabe bien por qué, cierta forma de delincuencia necesita ir precedida de heraldos. Que al hermoso palacio de Palhavá le esperaban horas aciagas era algo que estaba en el aire, que se presentía, como hacer presentir el cambio de estaciones esa puñalada de frío que cruza un amanecer de octubre, o esa de Sol que prematuramente caldea el duro y desgarrador febrero. Aparte de esa difusa premonición, la larga noche del 26 de septiembre de 1975 había sido anunciada, extraoficialmente, claro, algunas fechas antes de que se produjese, por persona que sabía lo que se tramaba- Mariano Robles y Romero Robledo- -a quien, en aquel momento era, en Lisboa, el máximo representante del Estado español, el embajador Antonio Poch y Gutiérrez de Caviedes, siempre con el condicionamiento de si las ejecuciones tienen lugar E LA LARGA NOCHE DEL 26 DE SEPTIEMBRE DE 1975 Robles quiso ser recibido fuera de la Embajada, a lo que el embajador accedió, intuyendo el interés de la entrevista. Y acertó. Mariano Robles, hombre ingenioso, último vastago de una familia unida con gran amistad a mis hermanos mayores, era una persona encantadora, abogado ejerciente conocedor de su oficio con un alma divertida y traviesa, pero limpia. A Antonio Poch le hizo un trayler de lo que iba a suceder si se cumplían las sentencias. Pienso que los hombres del Gobierno sabían cómo se iba formando la tormenta en Europa, y aún en el mundo entero, para ese supuesto, si bien se ignore las razones que les indujeron a aceptar aquel desafío, aconsonantado al temperamento español, aunque de consecuencias terriblemente peligrosas. Cuando se produjo el fallo del Tribunal Militar, un gran ministro de Asuntos Exteriores, Pedro Cortina, se hallaba en Nueva York. Nadie más adecuado que él para recoger y ordenar las noticias de allende las fronteras susceptibles de influir en un sentido o en otro sobre las decisiones del Gobierno: esas noticias habían sido transmitidas con apremio al presidente Arias Navarro. Es público, del mismo modo, que la prudencia de un lado y del otro el deseo de castigar rigurosamente unos crímenes abominables provocaron diversas reacciones entre los distintos miembros del Gabinete, pero conocemos la decisión que prevaleció. Hasta la sala deliberante llegaba la presión de ciertos elementos radicalizados que se encogían de hombros o, acaso más aún, se enardecían ante la simple idea de que la sentencia del Tribunal fuera puesta en entredicho, discutida y censurada al otro lado de los Pirineos. El embajador Poch midió con exactitud la anchura de la onda explosiva que amenazaba y se creyó obligado a transmitir su inquietud, primero a Ernesto Meló Antúnez, ministro de Asuntos Exteríones portugués Palhavá ardía por los cuatro costados. El embajador, naturalmente, había ordenado a todo el personal que lo desalojara. Quedó, pues, el palacio vacío de vidas, pero colmado de riquezas, para las que no hubo tiempo ni facilidades de salvamento. Se ha contado muchas veces lo que fue aquella inmolación. Los incendiarios, liberados de ETA y del GRAPO, españoles desafectos del franquismo y revoltosos sin filiación precisa, danzaron báquicamente en torno a la hoguera y después se perdieron por la ciudad enseñando sus trofeos, como testimonio de la hazaña perpretada. El embajador salió inmediatamente para Madrid, donde los ánimos estaban lógicamente exaltados. El Consejo de Ministros se reunió en la Castellana, y Juan José Rovira, subsecretario entonces, fue llamado a informar de lo sucedido. El embajador aguardaba en la antesala, por si se solicitaban de él aclaraciones. Previamente con Arias Navarro, se habían estudiado diversas medidas de posible aplicación: desde el cierre de la frontera a la ruptura de relaciones diplomáticas. Al parecer, un regimiento de carros estuvo en aquellas horas delicadísimas, presto para cualquier continencia. La verdad sea dicha, todas parecían pocas para castigar el vandalismo de las turbas y la impasibilidad del Gobierno portugués. Al embajador lo recibió inmediatamente el Generalísimo, un hombre ya en las postrimerías de su vida, víctima de las dolencias fisiológicas y psíquicas propias de su tremenda e inevitable declinación: el embajador le explicó con claridad el proceso, hora por hora, de aquel asunto lamentable. El Generalísimo parpadeaba a un ritmo más frecuente de lo acostumbrado. Su voz era tenue, adelgazada hasta el extremo; su curiosidad, sin embargo, minuciosa y sin fatiga. La de Poch fue una de las últimas audiencias de El Pardo, próximo a cerrar su ciclo histórico. En conclusión, quizá ni una sola nota verbal de protesta siguió el rumbo del Tajo. Independientemente de ello, al Gobierno portugués le costó caro el lujo de haberse cruzado de brazos, dejando a las hordas obrar por su cuenta. La reconstrucción de Palhavá corrió a su cargo. Por fortuna, la relación de los dos países bien pronto volvió a sus antiguos cauces: de tal manera la proximidad geográfica, la comunidad histórica e intereses ligana unas naciones con otras. Alguna piedra calcinada, algún tronco carcomido son los únicos recuerdos de la larga y sombría noche del 26 de septiembre de 1975. EDICIÓN INTERNACIONAL Un medio publicitario único para transmisión de mensajes comerciales a ciento sesenta naciones Su décimo aniversario me ha impulsado a trazar este relato tornado de persona que vivió aquel trance muy intensamente. Ha pasado ya tiempo desde entonces, pero creo guardar la memoria bastante fresca para no haber omitido ni desfigurado ninguno de sus extremos. Elemental es que evoque, también, el escenario en que ese relato me fue hecho: el vuelo de París a Madrid, entre el abanico de las nubes y las sonrisas de las azafatas. Joaquín CALVO- SOTELO de la Real Academia Española

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