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ABC MADRID 24-07-1985 página 3
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ABC MADRID 24-07-1985 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 24 DE JULIO DE 1985 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ABC les produciría una dolorosa impresión actuar con la sala casi vacía, porque están hechos a ello, y el placer, como es sabido, lo obtienen de la misteriosa identificación con los personajes. Y a ese placer añadirían otros: el de tener asegurada la paga y el de saber que las temporadas serían largas. Convendría que se iniciara y se propagara esa costumbre para eliminar una de las causas principales de que el negocio teatral resulte tan escasamente rentable. El comprador de libros, sea para regalo o para su personal deleite, entra en la librería, pasea ante las mesas de novedades, lee esta solapa, la otra, echa un vistazo a las páginas de tres o cuatro libros, se acerca a las anaquelerías, lee los lomos, saca un libro, lo vuelve a meter; puede que haya pedido consejo antes a un amigo, leído un anuncio en la Prensa; charla ahora con la amable librera, que le aconseja este best- seller aquel libro sobre floricultura. Ya en su casa, deposita el libro en la mesilla de noche, en la biblioteca, o lo envía con una tarjeta cariñosa. Pero ¿cuántos compradores de libros se perderían si a cada uno se le obligara, después de efectuada la compra, a sentarse en una cómoda butaca a leer el libro, no digo ya de un tirón, sino de tres o cuatro tirones? Si, como propician las actuales autoridades de la cultura, los teatros fueran más cómodos y lujosos, y sonaran por pasillos, escaleras y vestíbulos agradables músicas, como en los grandes almacenes o en las clínicas de los dentistas, y hubiera exposiciones de pintura, de trajes, de arte popular- cosas que podrían conseguirse gratis- si hubiera también mesa sueca por un módico precio, como en algunos teatros de la URSS- aunque allí no lo hagan por atraer clientela, ya que el público es más dócil y asiste con gusto a las representaciones- quizá los espectadores estuvieran dispuestos a hacer un desembolso por pasar allí la tarde, siempre que no fuera preceptivo ver la función. También podría pensarse, siempre con ánimo de ayudar al teatro, en no vender REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN TALLERES- SERRANO, 61 28006- MADRID bros a medio leer, y hay también muchos cuya lectura ni siquiera he iniciado. Algunos los compré hace tiempo con la idea de que fueran lectura para el día de mañana; otros, con el proposito de leerlos inmediatamente, pero retrasé su lectura dos o tres días, luego unas semanas, y de pronto, tiempo después, los encuentro y compruebo que han pasado unos veinte años sin que se me haya ocurrido abrirlos. Es más, a veces me censuro a mí mismo interiormente cuando al mencionarse en una conversación determinado libro que no he leído me justifico diciendo: Pero lo tengo como si el hecho de haberlo adquirido y conservado en un estante ya representase un paso más en mis conocimientos literarios. Por todo esto no me sorprende enterarme de que, según los entendidos en la materia, se compran muchos más libros de los que en realidad se leen, ni de que hay libreros que opinan que precisamente de esos libros no leídos vive en gran medida la industria editorial. Aunque siempre he puesto en duda- l o cual no quiere decir que lo niegue- el valor cultural del teatro y su eficacia como diversión en nuestros tiempos, por la fuerza de mis ancestros y por la tiranía del oficio me resulta inevitable relacionar casi todo con el mundo del escenario. En este caso relaciono la dificultad de vender localidades de teatro en nuestro país con la venta de libros que nunca leerá nadie. ¡Ah, si en el teatro pudiera darse una circunstancia semejante... Pero lo malo del teatro, lo que aleja de la taquilla a los posibles espectadores es la acendrada costumbre de que una vez comprada la localidad hay que entrar a ver la función; algo muy distinto a dejar el libro descuidadamente sobre una consola o con amor y orden en la biblioteca, entre otros compañeros. Para muchos de estos espectadores el desembolso sería lo de menos. Total, ochocientas pesetas no van actualmente a ningún lado. Y menos, las quinientas de los teatros oficiales; y no digamos los cincuenta duros si uno es niño o anciano. Abonar esas cantidades, hoy día, por pasearse por el vestíbulo, charlar con algún conocido, subir al bar a tomar una cerveza y permitirse el lujo de decir al día siguiente en la oficina: Ayer estuve en el teatro no es excesivamente gravoso. Mas, por desgracia para los que vivimos de esto, no existe el hábito de pasarse el entreacto y esos minutillos que sobran antes de que se alce el telón alternando en el vestíbulo, y en el bar tomando copas el tiempo que duran los actos, que sería para muchos lo agradable, y que el concesionario del bar agradecería. Pueden creer algunas personas piadosas que tal comportamiento sería humillante para los actores, pero lo cierto es que no E N mi modesta biblioteca abundan los li- PROMOCIÓN TEATRAL el espectáculo, en que el espectador no tuviese la sensación de que era eso lo que se le vendía, sino el programa, por ejemplo. Recomendaría yo, en este caso, unos programas no excesivamente costosos, que pudieran sufragarse con la publicidad, pero abultados, con fotos de los artistas, con caricaturas, dibujos, con articulillos sobre cultura teatral, sobre la comedia que se representara, con anuncios, quizá con el texto de la obra, o un extracto, en letra pequeñita. El espectador abonaría el precio en la taquilla, pasaría al interior del local, donde recibiría el abultado programa, que es lo que habría pagado, podría subir al bar, desde luego, y si le apetecía, estaría autorizado a ver la obra, como ilustración al programa; si no le apetecía, nadie le obligaría a verla y su comportamiento no estaría mal considerado. Tendría este procedimiento para el cliente la ventaja de que se llevaría a casa algo tangible, algo que podría conservar, que era suyo porque lo había pagado, y que el día de mañana podría serle útil para evocar aquella tarde lejana en la que fue al teatro con una chica, con un amigo o con su familia. Quizá tampoco fuera desacertado fomentar el hábito del regalo, muy extendido en el mercado del libro. Regalamos libros, no los leemos, quedamos bien, y el otro tampoco los lee, pero agradece la atención y la dedicatoria. Vive el librero, vive el editor, el distribuidor y, lo que es más digno de tenerse en cuenta, el escritor puede seguir dedicándose a cultivar la literatura. Al primer golpe de vista parece que no es posible adaptar esta costumbre al Negocio teatral, pero si se analiza la cuestión con más detenimiento pueden encontrarse modos de hacerlo. Todo consiste en proponérselo, en recurrir a los modernos sistemas de producción. Creo yo que con ayuda de los técnicos de publicidad, de los amaestradores de las masas, no sería imposible difundir la costumbre de regalar entradas de teatro, en un sobre mono, con un programa bonito y acompañadas de una flor. Después, el ir o no ir a ver el espectáculo, ya dependería del obsequiado, y allá él con su conciencia. Pero el empresario y el autor de comedias se verían en la misma favorable situación que el editor y el escritor de libros. No digo yo que estos sistemas sean los más eficaces que se puedan encontrar, pero tengo la impresión de que abren un camino. Hay que hacer algo para animar a la gente a que vaya al teatro; algo que no sea obligarles a ver la función. Puede alegarse que los procedimientos que he mencionado, y otros similares que podrían hallarse, no irían a favor de la cultura teatral del español medio, pero es evidente que la pondrían en el mismo nivel que su cultura literaria. Fernando FERNAN- GOMEZ EDICIÓN INTERNACIONAL Un medio publicitario único para transmisión de mensajes comerciales a ciento sesenta naciones

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