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ABC MADRID 04-11-1983 página 3
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ABC MADRID 04-11-1983 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 4 NOVIEMBRE 1983 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA iER lector es tener voluntad de d i á l o g o Con el libro entre las manos iniciamos una conversación con aquel hombre que un día se sintió náufrago. Perdido en la imposible isla de Juan Fernández, lanzó el SOS que nosotros recogemos. Y nos convertimos en interlocutores de aquel solitario Robinsón. Porque escribir es arrojar una incierta botella a las ondas que se repiten, iguales, implacables, mudas. Pero el libro ha llegado a nuestras manos. ¿Qué dice? ¿Y qué quiere decir? ¿Qué entendemos nosotros? Queda siempre la incertidumbre de que las olas sigan, impasibles, arrastrando el desesperado mensaje porque nosotros no hemos dado con el registro de su lengua. Y el lector ya no es la voluntad dialogante, sino la inconsciencia de quien matando el tiempo está matándose a sí mismo. Si hemos conseguido descodificar el mensaje, como dicen los locos de hoy, no habremos hecho sino iniciar el conocimiento. ¿Y él hombre? Porque esas páginas no se han escrito por azar, ni tienen por diana un callejón sin salida. Quien los creó pensó que un día estarían entre mis dedos y que al alzar los ojos de la página impresa nuestras miradas se cruzarían, y acaso la desesperación de la que quiso evadirse, por nuestra lectura, se convertiría en esperanza. Esperanza de quien escribe. Y fe para sustentarla. Y caridad para creer en nosotros. Virtudes teologales que no permitieron morir al hombre que nos confió la intimidad de su secreto. Y el lector, aquí y hoy, comienza a dialogar. En voz alta, para que sus palabras caigan en esa ola que regresa a la playa solitaria. Y al leer, crea, o mejor, recrea. Leer es un acto de intelección, intellegere; esto es, discriminar, distinguir, percibir Si no discriminamos, tanto da leer a Garcilaso como el Boletín Oficial del Estado si no distinguirnos, valdrán tanto Quevedo como unas hojas de aleluyas; si no percibimos, no habremos atendido el mensaje, porque no habrá sido captado, de cápete, tomar, coger, agarrar El viejo Horacio, y su presencia no molestará a nuestro recato, formuló una desazonante pregunta: Cúrrente rota cur urceus exit? Y ésta sigue siendo la cuestión: ¿por qué al girar el tomo, la pella de barro se convierte en orza? O calentando con el ascua nuestros propósitos, ¿por qué la obra es como es? ¿Qué rueda en sus volteos le dio la perfección que tiene? Válganos un texto del Brócense: Digo y afirmo que no tengo por buen poeta al que no imita a los antiguos. La rueda existió antes de que se convirtiera en torno, y el barro antes de ser ánfora. Hicieron falta muchas vueltas para que el hombre comprendiera el sentido del giro. Y muchos soles para que la deleznable materia se endureciera al tacto. Y esto también en literatura. ¿Cuántas voluntades enamoradas han hecho falta para que cada uño de nosotros exista? Y pensamos en nuestra vanidad que somos hijos de nuestros actos. Pero ser hoy ta vasija que tiene huella de las manos del hombre, o el hom- ABC bre, que no encuentra en su piel las yemas del alfarero, no es sino resultado de mil herencias entreveradas. Que han mirado y han comprendido, que han amado y han querido efundir amor. Y mucho más si quien crea es lector y profesional de la lectura. Renunciar a la herencia es renunciar a lo mejor de uno mismo, porque es, justamente, lo que nos hace ser como somos o, más aún, como debiéramos ser. Pero aceptar es un acto de responsabilidad, es adquirir un compromiso y mostrar el sentido que el mensaje tiene. Y obtigactórr nuestra es que el mensaje no se pierda y el náufrago vuelva a la ruta de las naves. Un lector lee y al ieer imita. A Dios gracias, tiene conciencia de su imitación. En La coupe et les lévres, Alfredo de Musset dejó tres versos clarísimos: faut étre ignorará comme un maítre d école. Pour se flatter de diré une seule parole. Que personne ici- bas n ait pu diré avant vous. Sabio no es el que habla por hablar, sino quien bajo su palabra, bajo cada una de sus palabras, tiene el sustento de generaciones y generaciones. Porque quienes nos precedieron supieron probablemente más que nosotros y, desde luego, lo supieron antes. Que para el creador, cualquiera que sea su calaña, no está mal aprender teorías de relatividades. Y al conocernos, no hacemos sino conocer; esto es, dejarnos penetrar por los otros, que es una hermosa manera de ser nosotros mismos. Walt Whitman decía que cada hombre contiene otros muchos hombres; tenía razón. Yo soy multitudes, y es verdad: porque multitudes han pensado, han escrito y han dicho. Cuando se habla de imitaciones sentimos como un desazonante temblor. E ignoramos que alguna poesía de las más delicadas que el hombre ha escrito tiene por arte incrustar en los propios poemas algunos versos ajenos. Claro que no cualquiera es capaz de llevar dignamente el joyel prestado, ni cualquiera puede asimilar lo que imita. Paul Valéry escribió así, sin empachos: El gran REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN Y TALLERES SERRANO, 61- MADRID- 6 s NOSTALGIAS EN LA IMITACIÓN EL MUNDO DE LA SILLA CARRANZA, 25 arte es aquel cuyas imitaciones son legítimas, dignas, soportables; y que no es ni despreciado ni destruido por ellas; ni ellas por él. Pero crear es más que imitar. Quitemos Petrarca a Garcilaso, quitemos el Cantar de los cantares a San Juan de la Cruz, quitemos Tácito a Quevedo. Sí, pero Garcilaso o San Juan o Quevedo siguen llamándose por su propio nombre. ¿O acaso no sabemos que nuestra vida salió de una pella de barro en la que Dios infundió su aliento para que pudiera ser a su imagen y semejanza Cervantes lo dijo por boca del licenciado Tomás Rueda: Los buenos pintores imitan la Naturaleza, pero los malos la vomitan. Et sic et semper. Al imitar convertimos a los otros en nosotros mismos, nos adueñamos de aquello suyo que conviene a nuestra propia condición, como la raicilla sorbe materia inorgánica para convertirla en rosas o en granadas. Imitar es inconscientemente una manera de vivir, pues buscamos vida en los hontanares de nuestra nostalgia. Ascender a la luz es nuestro destino, como el de la alondra mañanera que desde el surco hendido remonta el aire hasta diluirlo en gorjeo. Y al aprender de quienes pueden enseñar no hacemos sino evocar, que es la más hermosa forma de la nostalgia. Como las mujeres para Rubén, los sabios antiguos son para el lector atento pretexto de sus rimas, fantasmas de su corazón La razón vital que mantiene en vilo cualquier creación es la nostalgia, esa faz de nosotros mismos que llevamos cuidadosamente oculta y que sólo al escribir desnudamos de la máscara. Y es que al asimilar enseñanzas el escritor no se somete a ninguna clase de esclavitud, sino que acepta unas reglas de juego que también siguieron quienes ahora le enseñan. Algo que los viejos preceptistas sabían muy bien, pues imitar (a la Naturaleza dirían ellos) es conformar la imagen con la cosa. O, siguiendo nuestro hilo, adaptar el mundo que existió, y que amamos, a una nueva realidad. O, de otro modo, configurar el ensueño a la creación, pero sin olvidar que el pan de la vida sólo se come de la mano que eterniza el gesto al moverse. El escritor contempla al mundo, nos contempla a cada uno de nosotros y, como el salmista, se sienta a la orilla de los ríos de Babilonia y llora recordando a Sión. Porque recordar es otra forma de sorber las lágrimas, y sólo se puede conocer en el sufrimiento. Laudator temporis acti. Y al elogiar el tiempo pasado estamos llorando por nosotros mismos, pues, con sólo pensar, ya no vivimos en el presente, sino que la hora actual escapa fugitiva hacia el pasado. Y la nostalgia es el último recurso para conocer, para transmitir el mundo y para que al escuchar el SOS del naufragio lleguemos a conocer, qué no es otra cosa que amar: Haznos volver hacia Ti, Señor, y volveremos: danos de nuevo días como los de otros tiempos (Jeremías, V, 21- 22. Manuel ALVAR de la Real Academia Española

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