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ABC MADRID 25-10-1983 página 3
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ABC MADRID 25-10-1983 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 25 O C T U B R E 1983 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ABC noche, con una breve interrupción para el almuerzo; cuando volví a España traía doscientas páginas listas para la imprenta. Cárter seguía con amistoso interés el desarrollo del libro, se admiraba de la celeridad con que crecía; yo le explicaba que estaba poniendo en él medio siglo de vida y pensamiento. Cuando, hace unos días, terminé de corregir las pruebas de las quinientas páginas largas del libro ya terminado, sentí el dolor de no poder enviarle, dentro de unas semanas, el libro impreso a cuya redacción había contribuido con sus facilidades y su estímulo. Todo su trabajo era para William Cárter asunto personal, no meramente profesional; y, si se me entiende bien, diría que en todo él ponía una fuerte dosis de religiosidad: la convicción de que lo que se hace es para siempre- -y por eso hay que hacerlo bien- Recuerdo que una vez, cenando en su casa con el presidente de una institución soviética que visitaba Washington, empezamos una conversación teológica, que el invitado escuchaba con asombro, sin comprender ni siquiera de qué se trataba. William Cárter organizó en octubre de 1982, al comenzar el año académico, un simpósium internacional para conmemorar el centenario de Ortega, creo que la primera celebración importante del gran maestro español; cuando me despedí temía no volver a verlo más, y así ha sido: habían aparecido las metástasis de un cáncer que ya antes había sido operado. Cárter iba a someterse a una nueva operación, con resignado valor, con admirable dignidad, con muy pocas esperanzas en este mundo, pero dispuesto a seguir trabajando mientras estuviera en él. Tan pronto como se repuso un poco, volvió a la biblioteca, como si no pasara nada, aunque sabía que lo que había pasado casi enteramente era su vida. También había inspirado y organizado otro simpósium sobre 1001 años de la lengua española Repartía su entusiasmo por igual entre las obras y las personas de la vieja España y de las jóvenes Españas REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN Y TALLERES SERRANO. 61- MADRID- 6 E SPAÑA, y el mundo hispánico entero, han perdido uno de sus amigos más fieles e inteligentes. Ha muerto en agosto William Cárter, director de la División Hispánica de la Biblioteca del Congreso, de Washington. No tenía más que cincuenta y seis años. Era un hombre sencillo, modesto, de profunda religiosidad- -había sido ministro metodista antes de ser antropólogo y profesor universitario- Sus estudios sobre la América hispánica, especialmente sobre Bolivia, país natal de su mujer, Bertha, no eran sólo cuestión de investigación y conocimiento, sino que respondían a una actitud cordial, de profundo apego y amor. Me invitó, en nombre de la Biblioteca del Congreso, a unirme a su Council of Scholars y residir allí un tiempo, sin compromiso alguno, para hacer lo que quisiera, lo que me interesara. Mis quehaceres en España me impidieron aceptar una invitación por seis meses, y tuve que reducirla a dos. En junio y julio del año 1982 residí en Washington. Tenía un despacho y una máquina de escribir en la biblioteca, y desde ella levantaba la vista de vez en cuando para mirar el Capitolio. A la espalda tenía, a mi disposición, los ochenta millones de piezas de la biblioteca (veinticinco millones de libros; el resto, manuscritos, fotografías, mapas, grabados, etc. la División Hispánica, a cargo de Bill Cárter, tenía un millón ochocientas mil piezas, una espléndida colección de libros antiguos, más de cuatrocientas grabaciones de autores en lengua española. De vez en cuando, casi todos los días, subía al despacho de Bill Cárter y hablábamos de las cosas que nos interesabarr a los dos; almorzábamos con frecuencia juntos en la biblioteca; de vez en cuando me invitaba a su casa. Así se fue anudando una amistad hecha de honda estimación y viva simpatía. En manos de Cárter, la División Hispánica había llegado a ser algo admirable, probablemente sin comparación en ningún país hispánico. Con un excelente equipo de colaboradores, le había dado una perfección y riqueza asombrosas. No sólo la utilicé, sino que me dediqué a explorarla, para tratar de conocer su extensión; allí vi y consulté muchos libros que nunca habían pasado por mis manos, que tal vez no se encuentran en ninguna otra biblioteca. En mi despacho del Council of Scholars me puse a escribir el libro sobre Ortega tantos años demorado- -por mil razones, privadas y públicas- el que debía completar Ortega. Circunstancia y vocación. Tan pronto como me instalé, escribí un título: Ortega. Las trayectorias. Creo que nunca he trabajado tanto, con tanto sosiego, tantas facilidades, ninguna interrupción y perturbación. Escribía de la mañana a la WILLIAM CÁRTER DE ALTA CALIDAD paz y ciaíf pavimentos y revestimientos cerámicos Exposiciones: Alcalde Sainz de Baranda, 6! Rodríguez San Pedro. 5 Ctra. de Valencia. Km. 25,500 Arganda del Rey (Madrid) transatlánticas. Sentía ssa unidad que llamamos lo hispánico, a la cual pertenecen, por supuesto, los indios, los negros trasladados a América, los mestizos. Tenía una estimación honda por los habitantes de esa Bolivia que conocía tan bien, cuyos dolores sentía como si fueran suyos para usar la expresión de Azorín al hablar de don Jacinto Bejarano G a l a v i s el cura del siglo XVIII en aquel entrañable libro, Un pueblecito: Riofrío de Avila. ¿Por qué se me ha ocurrido pensar en Azorín al evocar la figura de William Cárter? Pienso que hubiera podido ser un personaje azoriniano; tímido, callado, modesto, pudoroso, con rara fruición intelectual y envuelto en melancolía, me recordaba a esos señores de Azorín que en una provincia leen, meditan, escriben, sienten el paso del tiempo y quisieran retener las cosas fugitivas por las cuales, vale la pena vivir. Siempre era más de lo que parecía. Lo mismo en valor intelectual que en el afecto y la amistad. Pertenecía a esa raza de americanos que se enamoran de algo que en principio les es ajeno y lo hacen suyo para siempre. Son tantos los que han hecho del amor a lo español la razón de su vida. Los que hablamos esta lengua, a ambos lados del Atlántico, solemos ignorarlo, y rara vez lo agradecemos. No se sabe bien el cúmulo de atención inteligente, desinteresada, amorosa, en una palabra, que se vierte, desde los tiempos de Washington Irving y de Ticknor, sobre nuestras cosas. Cuando tantos nombres suenan, son traídos y llevados, llegan a ser famosos con poco motivo, es infrecuente que españoles e hispanoamericanos conozcan siquiera los de hombres y mujeres que han hecho de lo hispánico su segunda patria. Gracias a ellos, en altísima medida, conservamos nuestro pasado; y en proporción también muy elevada, lo entendemos. No piden nada, no hacen declaraciones, no se meten en nuestras cosas, no quieren darnos lecciones. Uno de ellos era William Cárter, que llegó al pasado desde el presente, desde el conocimiento directo de los vivos. Y cuando se puso en sus manos la maravillosa colección hispánica de la Library of Congress, imprescindible para conocer nuestra realidad de todos los tiempos, la dilató, la hizo vivir, trató de fecundarla con nuevos estímulos, hasta los últimos días de su vida, porque quería que, más allá de él, siguiera siendo el gran instrumento para investigar nuestras letras, nuestro pensamiento, nuestro arte, nuestra historia común. Pienso que merece la pena que sepamos, por lo menos, lo que gracias a él tenemos y lo que hemos perdido. Julián MARÍAS de la Real Academia Española

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