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ABC MADRID 29-04-1983 página 3
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ABC MADRID 29-04-1983 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 29 ABRIL 1983 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA L Rey, en la a p e r t u r a de las primeras Cortes, cuando comenzó de verdad la vida democrática de España, el 22 de julio de 1977, preparada por un año largo de liberalismo, pronunció unas palabras que me parecieron admirables, la clave del futuro que se podía desear: La Institución monárquica prodama el reconocimiento sincero de cuantos puntos de vista se simbolizan en estas Cortes. Las diferentes ideologías aquí presentes no son otra cosa que distintos modos de entender la paz, la justicia, la libertad y la realidad histórica de España. La diversidad que encarnan responde a un mismo ideal: el entendimiento y la comprensión de todos. Y está movido por un mismo estímulo: el amor a España. Estas palabras eran la exclusión de la exclusión, volver la espalda a todas las formas de discordia que había desgarrado a España en tantos momentos de su historia reciente, y de modo atroz en el último medio siglo. Él Rey proclamaba la licitud de la diversidad; reconocía las diferencias, la posibilidad de discrepancia, incluso de combate fraterno, pero todo ello sobre un fondo de concordia, de inquebrantable decisión de convivir y respetarse y poder expresar el desacuerdo e intentar persuadir libremente de las propias razones. Lejos de cualquier falsa uniformidad, resultado de la imposición o de la indiferencia, declaraba igualmente: Para la Corona y para los demás órganos del Estado todas las aspiraciones son legítimas, y todas deben, en beneficio de la Comunidad, limitarse recíprocamente. En la vida de un pueblo libre puede haber adversarios, pero no debe haber enemigos. Durante un período bastante largo para nuestra costumbre, ni la Corona, por supuesto, ni los demás órganos del Estado trataron a nadie como enemigo; no partió del Poder ejecutivo una sola palabra de amenaza, insulto o desprecio para nadie. Pensé que. España había entrado en el camino de la concordia, en el camino real para volver a ser un gran pueblo. Esa esperanza no me ha abandonado, pero deseo que se confirme y se afiance, y me estremezco de pensar que se pueda ceder a la tentación de dejar ese camino. Pero hoy quieroextender esta consideración más allá de nuestras fronteras nacionales. Si se abandona el punto de vista de la soberanía y el derecho, los límites reales del nosotros se dilatan mucho más y alcanzan a toda la Comunidad de los países hispánicos, a la cual con plena realidad pertenecemos. Y del mismo modo, las fronteras de cada uno de los demás son también insuficientes, y desde cada centro particular se engloba el conjunto. Esa norma de concordia, imperativa para cada nación, ¿no puede ampliarse a la Comunidad que forman y, sobre todo, que deben formar? Siempre que surge la amenaza de un conflicto entre dos países hispánicos tenemos la impresión inequívoca e intolerable de que se trataría de una guerra civil. Sin ABC llegar a tanto, las diferencias políticas introducen constantemente relaciones de enemistad entre ellos; en España, según los sujetos y las ocasiones, es frecuente que se hable de unos países con amistad, de otros con hostilidad; que se acumulen en unos casos las disculpas, en otros las condenaciones; que se cubra a manchas el mapa de América, con pintura negra o blanca. Y lo mismo acontece- -respecto de las diversas partes de aquel Continente o de España misma- -en los países americanos. ¿Es esto aceptable? Ni me parece moralrnente admisible ni me parece inteligente. Cada vez que esto se hace se hiere al gran nosotros común, se quebranta la concordia, se divide la comunidad de países que podría ser poderosa y fecunda, se anula medio milenio de historia creadora y sin equivalente en la época moderna. ¿Quiere decir esto que se debe aprobar cuanto se dice y hace en nuestra lengua? ¿Que hay que extender una insincera adhesión a todas las situaciones históricas, sociales, políticas, económicas de esos países, que no puede haber preferencia? Esto es imposible, y no sería deseable. Lo que me parece obligado es que el criterio de concordia, es decir, la conciencia de comunidad, de pertenencia, de inexorable convivencia, no se reduzca a cada país, sino que se extienda a toda nuestra Comunidad supranacional. Hay que desear, proponer, fomentar lo que parece bueno, justo, conveniente; hay que advertir lo que para ello falta, lo que lo amenaza, lo que lo niega. Pero sin que ello signifique exclusión, repudio, hostilidad. Hay que reservar esto para aquellos grupos que nieguen la concordia, que se nieguen a convivir libremente dentro de cada uno de los países, o que desde uno se enfrente con otro. En ocasiones sucede así. Hay países con graves, intolerables injusticias sociales en que se hace un esfuerzo inteligente para superarlas; hay otros en que, por el contrario, se quieren perpetuar egoístamente; o en que, con pretexto de ellas pero con voluntad de poder, no importa destruir la escasa riqueza y perpetuar, por tanto, la situación injusta in- REDACCIÓN ADMINISTRACIÓN Y TALLERES SERRANO, 61- MADRID- 6 E LA CONCORDIA EN LA COMUNIDAD HISPÁNICA Un medio publicitario único para transmisión de mensajes comerciales a ochenta y nueve países definidamente. Hay países que gozan de una democracia efectiva y estable; algunos la defienden de ataques insidiosos o violentos; los hay que no la tienen, por dificultades internas de mayor o menor justificación, y procuran restablecerla; otros, finalmente, no la tienen, pero tampoco la quieren ni la buscan, y mantienen durante decenios una férrea opresión, sin esperanza ni siquiera remota de elecciones libres. Hay casos de restricciones de la libertad de entrar y salir, de expresarse, de escribir y hablar; hay otros en que ni se puede soñar con eso, en que ni siquiera se puede reclamar, pedir, proponer. Nos llegan todos los días protestas de algunos lugares; no hay ni la menor posibilidad de que se produzcan en el interior de otros países. ¿Cómo se va a ejercer la crítica cuando es justa? ¿Cómo no se va a aconsejar que no se prolongue más de lo indispensable cualquier restricción de la libertad? ¿Cómo no se va a pedir que dentro de nuestra Comunidad impere el sistema de derechos propio de pueblos civilizados y con dignidad histórica? Lo que propongo es que esto se haga con espíritu de fraternidad, sin introducir en ello el partidismo, sin romper la Comunidad. Entre otras razones porque hay que apoyarse en ella para, con toda su fuerza, exigir a cualquier grupo que falte a la concordia que se reintegre a ella, que restablezca su norma transitoriamente violada. Sean cualesquiera las reservas que se tengan respecto a lo que suceda en uno u otro de nuestros países, hay que considerarlos como nuestros, de la misma manera que hay que seguir viendo como españoles a todos los que lo son, por graves que sean nuestras discrepancias. Hay que extirpar el espíritu de beligerancia dentro de cada una de las Comunidades nacionales y de la gran Comunidad supranacional, abarcadora, en la cual podemos encontrar el fundamento de nuestras esperanzas particulares. En nuestro siglo, al viejo concepto de patria se ha ido superponiendo otro, el de la patria ideológica a (a cual muchos se han adherido, incluso contra su patria histórico- social. Esto explica la floración de colaboracionismos desde la segunda guerra mundial. Pero ese patriotismo ideológico es bastante problemático, y bastaría para mostrarlo los vaivenes que muestra en los mismos individuos la escasa realidad que revela el hecho de que tan fácilmente se abandone y sustituya por otro, con la misma entrega, con igual fanatismo. Creo mucho más real el que corresponde a aquella realidad de la cual estamos hechos, desde cuyo espesor y con cuyos recursos vivimos, aquella que nos permite proyectar nuestras vidas y nos ofrece un porvenir. Y esa realidad no se limita a las fronteras políticas de nuestras naciones, sino que está repartida en una veintena que necesita una indisoluble concordia para poder respirar. Julián MARÍAS

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