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ABC MADRID 27-01-1983 página 10
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ABC MADRID 27-01-1983 página 10

  • EdiciónABC, MADRID
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10 ABC OPINIÓN JUEVES 27- 1- 83 ABC DIRECTOR! Guillermo LUCA DE TENA SUBDIRECTORES: Caído (literalmente) del cielo A finales de 1982 se publicó en los Estados Unidos un libro titulado El destino de la Tierra de Jonathan Schell. Su lectura sobrecogió a muchos lectores a la vista de lo que resultaría de un conflicto nuclear, y uno de los aspectos más terroríficos contemplados en semejante holocausto sería el de la radiactividad, esa lluvia blanca, silenciosa y pura que comenzaría a caer sobre nosotros poco después del bombardeo atómico y que mataría lentamente, envenenándolos, a quienes sobreviviesen a la onda expansiva y al shock térmico de las explosiones nucleares. El miedo a la radiación nos acompaña desde la aparición del armamento atómico, y a lo largo de los años ha protagonizado centenares de protestas y tumultos, desde manifestaciones violentas en Londres hasta desfiles de mujeres empujando sus cochecillos, con sus niños, por delante de la Casa Blanca, en Washington. Esto ocurría cuando se estaba tramitando laboriosamente el Tratado de suspensión de pruebas atómicas en la atmósfera y los laboratorios nos avisaban de que los niveles de REMS se aproximaban a la insoportabilidad. REM vale por roetgens equivalentes en el hombre roetgen es una medida convencional de radiación de rayos X y gamma. Las madres llevaban pancartas que decían cosas como: No quiero que mi hijo crezca como un monstruo refiriéndose a las mutaciones genéticas que puede producir la radiactividad. Firmado el Tratado que prohibía las pruebas nucleares en la atmósfera (Francia y China no lo firmaron) el fantasma de la radiactividad pareció desvanecerse, pero en cuanto se produjo el primer escape en una central nuclear, en el mundo entero se reanudó la marcha contra la radiactividad con que nos amenazan las nukes No nukes (no centrales nucleares) es una frase millares de veces repetidas en las paredes de las ciudades norteamericanas. Cada vez que en una de ellas ocurre un accidente, las gentes más pacíficas se echan a la calle a protestar. Es una imagen qué forma parte del álbum fotográfico de nuestro tiempo en un mundo, por otro lado, anhelante de nuevas, fuentes de energía, ninguna de las cuales trajo tantas esperanzas como la nuclear, que ahora mismo está virtualmente en el número uno de la lista de prioridades energéticas de los países desarrollados, pero medio oculta, vergonzosamente, debido a la hostilidad que se ha reunido contra casi todo lo relacionado con el átomo. Con estos antecedentes, esperábamos que el descontrol y caída a tierra del satélite artificial soviético Cosmos 1402 transportando una carga de 45 ó 50 kilos de material radiactivo, desatase alrededor del mundo una oleada de protestas. Lo que ha ocurrido es un fallo técnico, por supuesto, no planteable en términos de derecho internacional, que si poco o nada se aplica aquí abajo mucho menos puede esperarse que se aplique en el alto espacio. Pero hay en todo ello una responsabilidad material y moral de la Unión Soviética, aunque ésta todavía no haya dado señales de adelantarnos una excusa, y aunque no haya faltado quien, en caso de que le caiga encima un fragmento del Cosmos presente la oportuna reclamación por daños y perjuicios. El caso es, decíamos, que la intransigencia con que habitualmente es tratado cualquier accidente productor de radiactividad se ha transformado en mera resignación por parte de la gente y en adopción de medidas de emergencia en algunos casos. Nada más. Nada menos. Si nos propusiésemos estudiar tan extraño comportamiento, ¿a qué podríamos atribuir esa silenciosa resignación? Quizá al respeto que merece la Unión Soviética, quizá eso de que los accidentes ocurren. Pero hemos pensado también en qué sucedería si el Cosmos en vez de ser un satélite soviético fuese un satélite norteamericano. No creemos que sea muy exagerado pensar que a estas horas ya habría habido manifestaciones alrededor del mundo- -incluyendo a los mismos Estados Unidos, por supuesto- -acusando al Gobierno de Washington de situar en el alto espacio artefactos dañinos para la salud y la seguridad de todos. Es lo que ha ocurrido- ¿diremos con extraña coincidencia -cada vez que se produce algún accidente- -o incidente- -más o menos peligroso, protagonizado por los Estados Unidos. Los Estados Unidos saben y pueden defenderse a sí mismos, y no es nuestro propósito, ni mucho menos, echarnos encima semejante tarea. Pero a todos debe preocuparnos el hecho de que parece que en el mundo se están aplicando dos sistemas de pesas y medidas para medir y pesar todo lo que se refiere a la URSS y todo lo que se refiere a lo Estados Unidos. No hace falta más que abrir los periódicos para verlo en todas partes: hay una curiosa manera de mirar para otro lado cada vez que los soviéticos fracasan en algo o meten a algún disidente, del todo cuerdo, en un manicomio, o amenazan no tan veladamente a tirios y troyanos con represalias, si no hacen- -como en Camboya- -lo que ellos proponen. Y hay una no menos curiosa intransigencia ante cualquier abuso norteamericano, sea real o imaginario. Nos encontramos así con una credencial de indeseabilidad para quienes cometan la imprudencia de decir algo amable de los norteamericanos, y otra credencial de progresismo ilustrado para quienes todo dicterio o difamación es poco. Así funciona el sistema desde hace bastantes años. Pero ¿por cuántos más la gente seguirá comulgando con esas desmesuradas ruedas? Entretanto, y para mantener a nuestros lectores al día, conviene anunciar que el general Grigorenko, disidente del Ejército soviético, acaba de publicar sus Memorias en los Estados Unidos. Lo que cuenta de la Nomenclatura soviética es excepcionalmente interesante. Interesante y escalofriante. Hay que temer, Sin embargo, que de las Memorias del general Grigorenko se hable poco en el Oeste de Europa. Todavía menos que del Cosmos 1402 y de su éxito en la historia de los satélites nucleares. Francisco GIMÉNEZ ALEMÁN Manuel ADRIO Darío VALCARCEL TELÉFONOS: Centralita (todos los servicios) 435 84 45, 435 60 25 y 435 31 00 Publicidad: 435 18 90 Suscripciones: 435 02 25 Apartado 4 3 Editor: Prensa Española, S. A Cumplir la Ley Recientes y polémicas sentencias penales en torno a hechos cuya índole tiene especialmente sensibilizada a la opinión pública, permiten que se extienda en distintos sectores ciudadanos el sentimiento de que en España la Justicia no se administraría por igual. Lo cual daña la imagen de la Justicia. El español medio que nutre esa categoría no tan abstracta del justiciable ve, sin perderse en sutilezas técnicas, que no es lo mismo delinquir o transgredir la Ley en Bilbao que en Barcelona. En efecto, un parado puede delinquir menos robando a mano armada millones de pesetas en joyas, en Barcelona, que asaltando a cuerpo limpio una panadería de Madrid. En Bilbao, la vida del hijo futuro vale menos que el ejercicio de ciertos derechos constitucionales de la madre, para que ella misma pueda elegir libremente entre una u otro. So capa de la soberanía de juicio, del deseo de lograr una jurisprudencia sociológica o de marcar diferencias entre leyes supuestamente superadas por el uso social- -aparentemente mayoritario- se cae en la discriminalización de facto, lo cual, en palabras del magistrado del Supremo Ruiz Vadillo (III Jornadas Italo- luso- españolas de Derecho Penal del pasado septiembre) ofrece el peligro de que como la actitud de quienes han de perseguir y castigar en todo el territorio nacional no responde a los mismos presupuestos, la desigualdad que arrastra es evidente Son, en definitiva, las consecuencias de buscar, sin un previo criterio uniforme, el acercamiento del Derecho a la realidad social, tomar como baremo las discordancias de ésta con aquél y no a la inversa. Sentar, en fin, en el banquillo no al presunto delincuente para examinar la conformidad de su conducta con la Ley, sino a ésta para examinar su adecuación a aquélla. Sin embargo, no es difícil intuir que, sin merma del pluralismo que también debe haber en la vida jurídica, debe contarse con una interpretación unitaria de la Ley para que las responsabilidades sean únicas e iguales, sin ninguna especie de extraterritorialidad. Si hay leyes caducas, y seguramente las habrá, que se deroguen, pero mientras subsistan, que se cumplan, según una sola interpretación en la cúpula del Poder judicial, que, por cierto, hasta ahora discrepa frontalmente de aquellas otras interpretaciones no jurisprudenciales.

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