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ABC MADRID 08-12-1982 página 7
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ABC MADRID 08-12-1982 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página7
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Reportaje agí 1 aa RES veces he estado en Jerusalén. La primera, aunque parezca increíble, hace casi medio siglo, en 1933; la segunda, en 1968; la tercera, en febrero de 1982. Enormes cambios, y al mismo tiempo una extraña continuidad; si se mira bien, los últimos momentos, a los que hemos podido asistir, de una continuidad milenaria. Una ciudad pobre, triste y vieja, que llora dos muertes: eso es Jerusalén- -escribí en mis remotos tiempos de estudiante- Lo judío, ante la falta de su patria y de su templo, hundidos; lo. cristiano, vuelto a Dios, perdido en las alturas. Y uno y otro con el pensamiento puesto en dos resurrecciones. Acaso todo el sentido de Jerusalén esté en esa doble actitud- -de protesta- -ante la muerte. Y luego añadía mi pluma de diecinueve años: Calles que arden de día y se duermen de noche. Con el sol, luz y gritos, y un hormigueo venal. Árabes, judíos y cristianos, que se mueven y venden. En Oriente se hace borroso el concepto de nacionalidad, tan claro entre nosotros. Pasan camellos, que levantan sus extrañas cabezas hacia el azul, en las calles angostas, mezquinas, inclinadas. En la noche, Jerusalén se purifica y se llena de prestigio en su silencio. Hay un callar poderoso que se cierne sobre la ciudad, bajo las estrellas. Las- calles vacias se- hacen más íntimas en su estrechez, y parece que las casas viejas se llenan de recuerdos. La vida corriente y extraña yá no falsea el sentido hondo de Jerusalén. Pocas luces, que tiemblan, amarillas, en los arcos de casa a casa. La Torre de David o el Santo Sepulcro palidecen en un gris borroso, ahogado por las sombras. Jerusalén está llena de olores, fuertes, penetrantes, que parecen muy viejos. Domina, sobre todos, él rancio olor del aceite de mijo, que muelen en MIÉRCOLES. 8- 12- 82 T Jerusalén, piedra y nostalgia Por Julián Marías los patios, sucios y pobres, de aire milenario. Se huele con mezcla de afán y desagrado, como el húmedo ambiente de unas catacumbas. Hay la sospecha irracional de estar en presencia de uno de los viejos olores esenciales de Judea. Treinta y cinco años después volví a Jerusalén- -al año siguiente de la guerra de los Seis Días, citándola ciudad acababa de reunificarse, después de la absurda partición- En mi libro Israel: una resurrección, hablé, aunque de pasada, de su capital: En cuanto a Jerusalén, como ciudad es desorientadora; los españoles pueden hacerse una idea muy aproximada de la ciudad vieja recordando la vieja, admirable Cáceres- -claro que para ello es menester que hayan ido a Cáceres, y me pregunto cuántos lo han hechch- pero salvo esos barrios muy limitados, una sensibilidad un poco despierta no puede menos de inquietarse. Prescindamos de la fealdadde muchas iglesias, empezando por la del Santo Sepulcro, y de muchos edificios públicos; a pesar del acierto de edificaciones modernas como el Museo y parte de la Universidad, Jerusalén es la historia de una indecisión. Históricamente explicable: por Jerusalén han pasado todos, y han pasado destruyendo, polémica y no creadoramente. Pero ahora, si Jerusalén va a ser la capital de Israel, será menester que de veras llegue a ser. ¿Y ahora? Por tercera vez en mi vida he vuelto a estar en Jerusalén, a ver con otros ojos sus monumentos, sus barrios exteriores, sus murallas antiguas, sus puertas, por las que se entra a diferentes mundos reunidos. Jerusalén no es un melting pot- -nos decía el alcajde, Teddy Kollek- es un mosaico. Es cierto, pero es un mosaico, y sus piezas inconfundibles constituyen una forma, precisamente la ciudad. He pasado un día, solo, andando por las calles de la ciudad antigua, entrando por una puerta y saííendo por otra, volviendo a entrar, cruzando los barrios, no sólo los grandes y más reconocidos- -el judío, el árabe, el cristiano- sino sus porciones: el armenio, con la catedral de Santiago, recargada, expresiva, llena de lamparas y ornamentos, con cantos litúrgicos en la vieja lengua; y el palacio del Patriarca, con un gran salón lleno de retratos de reyes, desde Francisco José y la emperatriz Elisabeth hasta Jorge V; y el barrio griego, con sus dos patriarcados, el ortodoxo y el católico; y todas las variedades de lo árabe, beduinos o palestinos o sirios, o quién sabe; y los judíos- -fio sólo ashkenazim o sepnardim. sino procedentes del Yemen o ele Marruecos, de Rusia o de Alemania, o de la Argentina; superqrtodoxos de Mea Snarim o secularizados. Se cruza de un barrio a otro, casi sin advertirlo, sin que falten árabes en el barrio judío o rabinos en el árabe, y cristianos en todas partes; pero a los pocos pasos ha cambiado el clima, la tonalidad vital. Se puede ir del barrio armenio, cruzando el judío, a las iglesias cristianas parcialmente incrustadas en la porción árabe, y luego, cuando se llega, después de vueltas y revueltas, al Muro de las Lamentaciones, al Muro occidental, que parece la quintaesencia de lo judío, resulta que se está a dos pasos de las espléndidas mezquitas, la de Ornar y la de El Aqsa, cumbre del Islam en Jerusalén. Hay vida en la ciudad, más que en los otros tiempos. Y esa vida se ha levantado de tono, de nivel, sin pérdida de su pulsación originaria y variada. Todavía quedan asnos, y algún camello; pero ¡cuántos automóviles! Los hay hasta en la ciudad antigua, y allí son un problema, no sólo de tráfico, sino de estilo. ¿Qué hacer con ellos? El Ayuntamiento, asesorado por el Comité de Jerusalén (Jerusalem Committee) se desvela por encontrar soluciones que respeten el pasado y el presente, la integridad de la Ciudad Santa y las exigencias de la vida que no cesa. Es el símbolo de lo que es Jerusalén: un pasado larguísimo, ungido de prestigio religioso, sacralizado, y los vendavales de la Historia, las oleadas sucesivas que han pasado y siguen pasando por la ciudad, arrasándola una veces, amenazándola otras, dejando huellas siempre. Jerusalén crece, fuera de las murallas; cerca de ellas o en urbanizaciones distantes, que podrían ser pequeñas ciudades autónomas, como Gilo (que pronuncian Guíló) En la Jerusalén nueva hay también barrios judíos y árabes, con sus escuelas diferentes, sus sinagogas y sus mezquitas, sus casas de diversos estilos: los judíos prefieren las casas de pisos; los árabes, las pequeñas viviendas unifamiliares, y cuando se ve un edificio mayor es que lo ocupa la ABC 7

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